Translate

martes, 16 de julio de 2013

Mi nombre es...torpe

Un rayito de sol entra por mi ventana y se posa sobre mi rostro. Abro los ojos con dificultad y miro el reloj. Son pasadas las 6 de la mañana. Pienso en levantarme, pero me acuerdo que me fui a dormir casi a las 3 de la madrugada, por lo que intento conciliar el sueño por una hora más. Me volteo en la cama y trato de dormir, pero al cerrar los ojos me pongo a analizar que habiendo tanto espacio en mi cuarto, el rayo de sol se tiene que posar exactamente sobre mi pálida cara. Después pienso en mis compromisos de hoy, en mi futuro, en la historia que estoy escribiendo, en mi familia, en mi Nina, en tantas cosas, y poco a poco el sueño comienza a diluirse y a escapar con el rayo de sol que lo va absorbiendo.
Me siento en la cama, me echo la bendición y tomo mi celular. Reviso el twitter y me entero de lo que está pasando en el mundo (es la mejor herramienta noticiosa de hoy). Navego en las redes por varios minutos, respondo mensajes, saludo a un par de viejos amigos en WhatsApp y me levanto.
Me visto sin ducharme y salgo de mi casa con rumbo al gimnasio, pero antes hago una parada obligatoria en el Starbucks que está a mitad de camino. La mañana está soleada por primera vez en muchos días. Todas las mesas dentro de la cafetería están llenas. Algunas personas van a trabajar y se mueven ya apresurados con sus vasos de cartón con café, vistiendo trajes y vestidos de oficina. Otros como yo, lucen atuendos deportivos, y no tienen afán ninguno. Visualizo con detenimiento a cada una de las personas que están en la tienda, pero nadie parece notarme, ni notarse unos a otros, porque todos están sumidos en sus propias rutinas.
Saludo a la mujer que me atiende, y le pregunto cómo amaneció. Me mira como si estuviera loco, y no me contesta la pregunta. Le pido mi café con leche y un croissant caliente. Me pregunta mi nombre (para escribirlo en el vaso de cartón), y como siempre le doy uno errado. Me gusta jugar con ellos cada vez que preguntan mi nombre. Me he llamado Patrick, Ramón, Michael, Pelé, hasta Martina dije una vez, y a nadie le importó. Pago mi pedido y me muevo mecánicamente tal como lo hacen todos hacia la siguiente barra donde recibiré mi desayuno.
Los minutos pasan y el movimiento en aquella tienda de café no se detiene, muchos entran, muchos salen, como si se tratara de una fábrica de chorizos, donde lo único importante es llegar, tomar tu café y salir deprisa, sin darte cuenta qué o quién está a tu lado.
Hago fila para llegar hasta la mesa donde está el azúcar, mientras me voy comiendo mi pan con queso. En vez de sentirme en un ambiente confortable, donde pueda desayunar con calma, me siento en un sitio donde el estrés de los clientes y su premura es protagonista. ¿Si tienen tanta prisa entonces por qué no vienen por el café más temprano? Me pregunto mentalmente, pero inmediatamente recuerdo que no soy nadie para juzgarlos, ya que hago lo mismo cuando voy para la oficina apresurado.
Absorto en mi análisis social, tropiezo torpemente con un hombre que está a mi lado, y desafortunadamente le echo el café con leche caliente sobre su camisa blanca y su corbata gris. El tipo me mira fijamente y pega un grito de rabia. 
-Sorry-, le digo asustado. 
De nuevo sus ojos se posan en mi cara y mueve sus fosas nasales de un lado al otro como si quisiera golpearme, pero antes de que pueda pensar en donde hacerlo, le paso unas servilletas para que se seque un poco. La mancha en su camisa es visible.
La gente que está alrededor me mira reprochando mi torpeza, y algunos le preguntan a la víctima si está bien, pero él, supremamente enojado, sacude su corbata, y se va refunfuñando palabras que van dirigidas a mi progenitora.
Los miro a todos y sonrío inconscientemente. 
Luego veo una silla vacía y me siento a disfrutar del poco café que queda en mi vaso de cartón.
El mundo actual va tan rápido que quienes vivimos en él hemos perdido la calma, la tranquilidad, y giramos al mismo ritmo que el planeta. Vivimos de prisa. Ya sea por nuestro trabajo, por el estudio, por las distancias, o por lo que sea, pero creo que de poco nos sirve apresurarnos tanto, o por lo menos a mí víctima de poco le sirvió, ya que seguramente tendrá que regresar a su casa a cambiarse por culpa de un distraído y torpe individuo como yo. (Cuidado, que estamos en todos los rincones).
No dejemos que la rutina nos convierta en seres mecánicos, en personas que olvidan saludar a los extraños, en individuos que no observan su entorno, el cielo, las flores, la lluvia, y sobre todo a quienes están a nuestro lado.
Espero que el hombre de la corbata olvide mi rostro, y no me guarde rencor.
Seguramente mañana me llamaré Josefina para confundir a quienes aún me recuerden.

1 comentario:

  1. Caramba me imagino que ese hombre te odiara por siempre jajajaja . Más con tu atuendo deportivo y el teniendo que trabajar....y sí todos vivimos en un corre corre y aveces nos olvidamos de lo verdaderamente importante.... La vida nos puede cambiar en un instante y muchas veces perdemos el tiempo y sin esperanza de recuperarlo.....un abrazo.

    ResponderEliminar