Camino por una
zona céntrica de Miami. El día soleado se presta para que los transeúntes acaricien
con sus miradas las decoraciones navideñas que se posan a lo largo y ancho de
la avenida. Me detengo en un café de la esquina y disfruto con pasividad de un
expreso, mientras fotografío con mi memoria a quienes pasan por mi lado.
Me gusta mirar a
otros, observar sus acciones, imaginar lo que piensan, a qué se dedican, y de
dónde provienen. Cada persona tiene en su interior una historia misteriosa,
apasionante, loca, incluso fantasmagórica y a veces delictiva. Creo que si cada
uno escribiera su historia verdadera, sin tapujos, sin querer mostrar facetas
que no existen, tendríamos libros muy interesantes para divertirnos y
entendernos mejor.
Pero ¿quién
realmente se muestra como es todo el tiempo? Todos cargamos máscaras
dependiendo el momento del día en que nos encontremos. Nuestra libertad
personal no es más que una idea borrosa que creemos poseer y que nos
vanagloriamos de llevar, pero que en determinados momentos escondemos en eufemismos, acciones u omisiones para agradar
a los demás.
Juzgamos lo que a
veces nosotros mismos hacemos o deseamos hacer. Señalamos con nuestro dedo
torcido a aquellos que obran diferente a nuestras preconcebidas ideas de lo que
es bueno y malo. Nos da miedo mostrarnos como somos ante otros, especialmente ante
aquellos que de una u otra manera ejercen algún poder sobre nosotros, sea
económico, social, laboral o familiar.
‘El qué dirán’,
es un lastre que llevamos como esclavos del tiempo, y que nos limita ante el
presente y por ende el futuro. Tememos con reverencia lo que piensen los demás de nosotros, sabiendo
que nadie vive nuestra propia vida, ni siente lo que sentimos, o
entiende las situaciones que enfrentamos cada día.
Aun así, nos
inhibimos de ser nosotros mismos en muchas ocasiones, porque tememos que nos
juzguen, que nos señalen, que no les agrademos a los demás, que nos critiquen.
Decir lo que
pienso, genera cada día malestar en mis círculos sociales y familiares.
-No creo en
religiones, y mi fe es en mí mismo- ¡Profano!
-Esa mujer está
muy bella- ¡Infiel!
-No me caen bien
tus amigos- ¡Asocial!
-Qué rico unos
tragos de más- ¡Borracho!
-Me encantaría
un ménage à trois con ustedes- ¡Libertino!
-Claro,
probemos- ¡Amoral!
-Me importa un
pepino lo que pienses- ¡Irreverente!
En fin, un sinnúmero
de señalamientos que ya no me afectan en absoluto, ni perjudican mi manera de
actuar, pensar o sentir.
Seguí entonces
tomando mi expreso caliente, cuando sin darme cuenta se acercó un hombre a mi
mesa, y me saludó.
-Disculpa, ¿eres
el autor de ‘La iglesia del diablo’?-, me preguntó cambiando el tono de voz por
uno serio que iba acorde con sus cejar arqueadas.
-Sí señor. Yo
escribí el libro-, le contesté con una sonrisa sincera, contento de saber que
alguien me había reconocido en un lugar cualquiera.
-¿Querrá un
autógrafo, o quizás una foto?-, pensé para mí, pero afortunadamente no abrí la
boca.
-Leí tu libro, y
me pareció un irrespeto a la iglesia-, indicó el sujeto.
-¿Todavía querrá
la foto o el autógrafo?, pensé en silencio, pero no sentí que era lo que
buscaba mi interlocutor.
-No me gusta lo
que escribes, ni la manera en que te expresas de la madre iglesia y de quienes
trabajamos en ella-, continuó el enorme hombre que vestía de negro.
-Imagino que no
quiere foto ni autógrafo-, volví a pensar, ahora con una sonrisa de idiota.
-Es tu opinión y
la respeto. Gracias por leerla-, le dije con tranquilidad, alejando mi rostro
un poco de su cuerpo, pues temía en cualquier momento recibir un golpe indeseado
del enojado lector.
El hombre me
miró con rabia una vez más, y moviendo su cabeza en señal de desaprobación,
dijo:
-Es una lástima
que hayan escritores como tú en este mundo. Deberías dedicarte a otra cosa-, y
sin decir nada más de lo que me acuerde, dio media vuelta y partió de aquel
lugar.
-Mierda-, pensé
de nuevo. -¿A qué otra cosa me puedo dedicar?-
La verdad es que
soy un fracaso para otras cosas, y lo digo por experiencia propia, ya que he
intentado desarrollarme en otros oficios, pero el resultado ha sido
catastrófico.
Soy consciente
de que el contenido de mi novela causa malestar en los más conservadores, y que
el título de la misma genera controversias de muchos aspectos. Pero todo tiene
una razón de ser en mi cabeza, y respeto la opinión de quienes como aquel
hombre no coinciden con mis ideas.
Me gusta la
diversidad de pensamientos. Me encanta que existan pros y contras en cada tema.
Me fascina que seamos diferentes en cada aspecto, por pequeño que sea. Creo que
lo verdaderamente importante es el respeto a la diferencia y la tolerancia con
aquellos que no nos gustan.
Horas más tarde
regresé a mi apartamento, donde encontré esta nota de hoy con su título
inicial: “Erección mañanera”, e inmediatamente recordé que al despertarme quise
escribir sobre este fenómeno constante que vivo. Pero en la vida todo cambia y
a mí me gustan esos cambios improvistos.
Prometo que
pronto escribiré sobre el título original, esperando que aquel hombre de negro
no vaya a leer mis intimidades mañaneras, que seguramente le suceden a él también.
:)
ResponderEliminarY se tomaron la foto? O por lo menos hubo autografo?
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