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sábado, 27 de diciembre de 2014

Erección mañanera


Camino por una zona céntrica de Miami. El día soleado se presta para que los transeúntes acaricien con sus miradas las decoraciones navideñas que se posan a lo largo y ancho de la avenida. Me detengo en un café de la esquina y disfruto con pasividad de un expreso, mientras fotografío con mi memoria a quienes pasan por mi lado.

Me gusta mirar a otros, observar sus acciones, imaginar lo que piensan, a qué se dedican, y de dónde provienen. Cada persona tiene en su interior una historia misteriosa, apasionante, loca, incluso fantasmagórica y a veces delictiva. Creo que si cada uno escribiera su historia verdadera, sin tapujos, sin querer mostrar facetas que no existen, tendríamos libros muy interesantes para divertirnos y entendernos mejor.

Pero ¿quién realmente se muestra como es todo el tiempo? Todos cargamos máscaras dependiendo el momento del día en que nos encontremos. Nuestra libertad personal no es más que una idea borrosa que creemos poseer y que nos vanagloriamos de llevar, pero que en determinados momentos escondemos en  eufemismos, acciones u omisiones para agradar a los demás.

Juzgamos lo que a veces nosotros mismos hacemos o deseamos hacer. Señalamos con nuestro dedo torcido a aquellos que obran diferente a nuestras preconcebidas ideas de lo que es bueno y malo. Nos da miedo mostrarnos como somos ante otros, especialmente ante aquellos que de una u otra manera ejercen algún poder sobre nosotros, sea económico, social, laboral o familiar.

‘El qué dirán’, es un lastre que llevamos como esclavos del tiempo, y que nos limita ante el presente y por ende el futuro. Tememos con reverencia lo que piensen los demás de nosotros, sabiendo que nadie vive nuestra propia vida, ni siente lo que sentimos, o entiende las situaciones que enfrentamos cada día.

Aun así, nos inhibimos de ser nosotros mismos en muchas ocasiones, porque tememos que nos juzguen, que nos señalen, que no les agrademos a los demás, que nos critiquen.

Decir lo que pienso, genera cada día malestar en mis círculos sociales y familiares.

-No creo en religiones, y mi fe es en mí mismo- ¡Profano!

-Esa mujer está muy bella- ¡Infiel!

-No me caen bien tus amigos- ¡Asocial!

-Qué rico unos tragos de más- ¡Borracho!

-Me encantaría un ménage à trois con ustedes- ¡Libertino!

-Claro, probemos- ¡Amoral!

-Me importa un pepino lo que pienses- ¡Irreverente!

En fin, un sinnúmero de señalamientos que ya no me afectan en absoluto, ni perjudican mi manera de actuar, pensar o sentir.

Seguí entonces tomando mi expreso caliente, cuando sin darme cuenta se acercó un hombre a mi mesa, y me saludó.

-Disculpa, ¿eres el autor de ‘La iglesia del diablo’?-, me preguntó cambiando el tono de voz por uno serio que iba acorde con sus cejar arqueadas.

-Sí señor. Yo escribí el libro-, le contesté con una sonrisa sincera, contento de saber que alguien me había reconocido en un lugar cualquiera.

-¿Querrá un autógrafo, o quizás una foto?-, pensé para mí, pero afortunadamente no abrí la boca.

-Leí tu libro, y me pareció un irrespeto a la iglesia-, indicó el sujeto.

-¿Todavía querrá la foto o el autógrafo?, pensé en silencio, pero no sentí que era lo que buscaba mi interlocutor.

-No me gusta lo que escribes, ni la manera en que te expresas de la madre iglesia y de quienes trabajamos en ella-, continuó el enorme hombre que vestía de negro.

-Imagino que no quiere foto ni autógrafo-, volví a pensar, ahora con una sonrisa de idiota.

-Es tu opinión y la respeto. Gracias por leerla-, le dije con tranquilidad, alejando mi rostro un poco de su cuerpo, pues temía en cualquier momento recibir un golpe indeseado del enojado lector.

El hombre me miró con rabia una vez más, y moviendo su cabeza en señal de desaprobación, dijo:

-Es una lástima que hayan escritores como tú en este mundo. Deberías dedicarte a otra cosa-, y sin decir nada más de lo que me acuerde, dio media vuelta y partió de aquel lugar.

-Mierda-, pensé de nuevo. -¿A qué otra cosa me puedo dedicar?-

La verdad es que soy un fracaso para otras cosas, y lo digo por experiencia propia, ya que he intentado desarrollarme en otros oficios, pero el resultado ha sido catastrófico.

Soy consciente de que el contenido de mi novela causa malestar en los más conservadores, y que el título de la misma genera controversias de muchos aspectos. Pero todo tiene una razón de ser en mi cabeza, y respeto la opinión de quienes como aquel hombre no coinciden con mis ideas.

Me gusta la diversidad de pensamientos. Me encanta que existan pros y contras en cada tema. Me fascina que seamos diferentes en cada aspecto, por pequeño que sea. Creo que lo verdaderamente importante es el respeto a la diferencia y la tolerancia con aquellos que no nos gustan.

Horas más tarde regresé a mi apartamento, donde encontré esta nota de hoy con su título inicial: “Erección mañanera”, e inmediatamente recordé que al despertarme quise escribir sobre este fenómeno constante que vivo. Pero en la vida todo cambia y a mí me gustan esos cambios improvistos.

Prometo que pronto escribiré sobre el título original, esperando que aquel hombre de negro no vaya a leer mis intimidades mañaneras, que seguramente le suceden a él también.

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