-Excuse me. Are
you ok?-, la voz provenía de una mujer joven que con delicadeza tocaba mi
hombro izquierdo.
La miré sin saber
de quién se trataba. Lo último que recordaba es que me acosté escuchando el
audio libro del Caballo de Troya 1, el que leí muchos años atrás, y ahora quería
recordar.
-It’s everything
ok?-, me volvió a decir con suavidad extrema en su voz.
Las luces blancas emanadas
del techo del lugar, cegaron mis ojos. No sabía quién era aquella mujer,
tampoco dónde nos encontrábamos, mucho menos la hora, o el por qué estaba con
ella encerrado en aquel sitio.
-¿Estaré soñando?-,
me pregunté confundido.
Intenté focalizar
mi mirada, y esta vez ya consciente, pude observar que viajábamos juntos en un
elevador. Sin responderle a su pregunta, miré mis pies, y allí me enteré de mi
gran problema.
Había acabado de
despertar en el ascensor de mi edificio. Estaba vistiendo mi pantalón de
pijama, una camiseta negra sin mangas, y me encontraba en medias. Mi pelo, o lo
poco que queda de él, estaba erizado, tal como se erizó mi piel al enterarme de
lo acontecido.
La mujer,
percibiendo mi tragedia nocturna, me volvió a preguntar, esta vez con una expresión
de gracia en sus labios:
-Were you asleep? - (¿Estabas dormido?)
Asustado por
aquella pregunta lógica, y por despertar en el sitio menos indicado, moví mi
cabeza de manera afirmativa, sintiéndome aún confundido, somnoliento, y
avergonzado.
La verdad es que
no esperas despertarte en un lugar diferente a una cama; y hacerlo en un sitio
distinto, sin conocimiento previo, causa en mí una aversión a la que no me
acostumbro a pesar de los años.
Quiero aclarar que
es mi primera vez en un elevador y con una desconocida, y que la experiencia no
fue agradable.
-Do you want me to take you to your apartment? - (¿Quieres que te lleve a tu apartamento?)
La miré de nuevo
con ojos rojizos. Por lo general cuando despierto en medio de mis caminatas
nocturnas, tengo los ojos irritados y semblante de espanto. Quizás lleve la boca
abierta, y mis movimientos sean lentos y torpes (aunque por lo general son
torpes, pero jamás parsimoniosos).
-No gracias. Sé
donde vivo-, contesté aletargado y enrojecido. Pensando con ligereza, investigué
con mi acompañante la manera en que ella me había encontrado.
Afortunadamente no
me bajé del elevador mientras dormía. La nueva vecina del piso más alto del
edificio, me contó que cuando ella se montó a la caja mecánica, me encontró allí
parado con la mirada perdida.
-¿Te sucede esto
frecuentemente?-, indagó curiosa.
-¡No!-, le dije
rotundamente. La verdad ya tenía vergüenza suficiente como para explicarle que
he despertado en el sofá, en la tina, sentado en la cocina, o que muchas noches
doy caminatas espaciales en mi apartamento mientras manifiesto entre dientes
que busco el tesoro escondido. Así que intentando salvaguardar la salud mental
de mis vecinos, y evitando crear una alarma general entre quienes residen a mi
lado, me limité a mentir:
-Es la primera vez
que me pasa- (En un elevador, pensé).
Por fin el
ascensor se detuvo en mi piso. Una vez más la miré a los ojos, le pedí
disculpas, le deseé buenas noches y salí de aquella caja metálica con rumbo a
mi apartamento; sintiéndome supremamente preocupado, y corroborando el por qué
no puedo dormir desnudo mientras busco mis tesoros.