Me llama una amiga
desde Argentina, preocupada por la cercanía del asteroide Florence. Me dice que,
como trabajo en un canal de noticias, está segura que tengo información que el
público desconoce, y me pide casi con súplicas que le diga la verdad.
Mientras escucho
su miedo apocalíptico, juro que me provoca decirle que, en efecto, la piedra
voladora se chocará contra el planeta ocasionando una explosión de megatones, y
solo segundos después nos veremos abocados a un terremoto como nunca antes
visto. Además, que como el 70% de la superficie está cubierta con agua, es probable
que caiga al mar, generando un tsunami de mayores proporciones que terminará
con la vida de al menos 2/3 partes de la población mundial.
Pero me muerdo la
lengua, y decido que ella no merece que sacie mis ansias fini-mundistas con sus
bellos oídos, además estoy convencido que antes de terminar mi retahíla, ella
habrá infartado, no sin antes asesinar a su familia para evitarles un
sufrimiento mayor.
Le explico que
Florence pasará a 7 millones de kilómetros de la Tierra, lo que significa unas
18 veces la distancia que nos separa con la Luna; así que, para su buena
suerte, y la de muchos otros, no pasará nada y habrá sábado.
Pero ella insiste
con su petición, y me dice que no le oculte nada, que prefiere estar preparada
para lo peor. En ese momento no puedo morderme la lengua más, y le digo con voz
trémula que se siente y respire profundo. Se hace entonces un silencio sepulcral
en la línea telefónica. Ahora solo escucho los respiros agitados de mi inocente
amiga. La puedo imaginar pálida, con sus rodillas temblorosas y con un leve
sudor congelado que recorre su largo esqueleto.
-Es necesario
estar preparado para lo peor-, le digo pausadamente.
Ella no contesta
nada. Estoy convencido que, aunque intenta, no le salen las palabras. La conocí
bien, muy bien; y a pesar de que no la veo hace muchos años, su nerviosismo
sigue intacto.
No es que mi amiga
sea una mujer ignorante; por el contrario, tiene un par de postgrados universitarios,
habla varios idiomas y ha recorrido los continentes. Es por eso mismo que sabe
con certeza que siempre falta algo en las noticias que el mundo consume. Que
detrás de la ‘realidad pública’, casi siempre se esconde una verdad privada. Tiene
la certeza, incluso más que yo, que hay una agenda en los casos noticiosos más
relevantes de la historia. Su único error es pensar que yo conozco esa parte
oculta, ese pedazo de información inasequible para el ciudadano de pie, el
ciudadano como yo.
Por fin logra
sacar fuerzas del noveno círculo del infierno en el que está sumida, y con la
potencia de los mismos megatones que he inventado, me dice:
-Mierda. Lo sabía.
Hoy será el día.
Le digo que no,
por lo menos no por el asteroide.
-Te juro que no
pasará nada, ni siquiera se verá la piedra a simple vista en el firmamento. Pasará
tan lejos que hay que visualizarla con telescopios especiales
- ¿Entonces cabrón?
- inquiere molesta
-Pues que es bueno
vivir preparados para lo peor. ¿Quién nos asegura que amaneceremos mañana?
-Sos un pelotudo-
-Y vos una bella
loca- (hago énfasis en lo de loca).
Colgamos minutos después,
y me quedo pensando en que si el universo es perfecto, un asteroide debería chocar
directamente con este planeta y finiquitarnos en un milisegundo, donde no
suframos, donde ni nos enteremos que ya hemos desaparecido, y donde no tengamos
que seguir padeciendo por las atrocidades que se cometen a diario en este
globo, por las injusticias sociales, por el dolor ajeno, por el llanto que sale
del alma de los más desamparados, mientras otros intentan no mirar para evitar
frustraciones de cama.
Pero la vida no es
perfecta, ni mucho menos el universo, así que es improbable esperar finales
bellos en cuentos mal deformados como este llamado existencia.
Por ahora sigo
evocando el largo esqueleto de mi bella amiga argentina, una de las únicas cosas
perfectas que conozco.