Translate

viernes, 1 de septiembre de 2017

Deseos apocalípticos


Me llama una amiga desde Argentina, preocupada por la cercanía del asteroide Florence. Me dice que, como trabajo en un canal de noticias, está segura que tengo información que el público desconoce, y me pide casi con súplicas que le diga la verdad.

Mientras escucho su miedo apocalíptico, juro que me provoca decirle que, en efecto, la piedra voladora se chocará contra el planeta ocasionando una explosión de megatones, y solo segundos después nos veremos abocados a un terremoto como nunca antes visto. Además, que como el 70% de la superficie está cubierta con agua, es probable que caiga al mar, generando un tsunami de mayores proporciones que terminará con la vida de al menos 2/3 partes de la población mundial.

Pero me muerdo la lengua, y decido que ella no merece que sacie mis ansias fini-mundistas con sus bellos oídos, además estoy convencido que antes de terminar mi retahíla, ella habrá infartado, no sin antes asesinar a su familia para evitarles un sufrimiento mayor.

Le explico que Florence pasará a 7 millones de kilómetros de la Tierra, lo que significa unas 18 veces la distancia que nos separa con la Luna; así que, para su buena suerte, y la de muchos otros, no pasará nada y habrá sábado.

Pero ella insiste con su petición, y me dice que no le oculte nada, que prefiere estar preparada para lo peor. En ese momento no puedo morderme la lengua más, y le digo con voz trémula que se siente y respire profundo. Se hace entonces un silencio sepulcral en la línea telefónica. Ahora solo escucho los respiros agitados de mi inocente amiga. La puedo imaginar pálida, con sus rodillas temblorosas y con un leve sudor congelado que recorre su largo esqueleto.

-Es necesario estar preparado para lo peor-, le digo pausadamente.

Ella no contesta nada. Estoy convencido que, aunque intenta, no le salen las palabras. La conocí bien, muy bien; y a pesar de que no la veo hace muchos años, su nerviosismo sigue intacto.

No es que mi amiga sea una mujer ignorante; por el contrario, tiene un par de postgrados universitarios, habla varios idiomas y ha recorrido los continentes. Es por eso mismo que sabe con certeza que siempre falta algo en las noticias que el mundo consume. Que detrás de la ‘realidad pública’, casi siempre se esconde una verdad privada. Tiene la certeza, incluso más que yo, que hay una agenda en los casos noticiosos más relevantes de la historia. Su único error es pensar que yo conozco esa parte oculta, ese pedazo de información inasequible para el ciudadano de pie, el ciudadano como yo.

Por fin logra sacar fuerzas del noveno círculo del infierno en el que está sumida, y con la potencia de los mismos megatones que he inventado, me dice:

-Mierda. Lo sabía. Hoy será el día.

Le digo que no, por lo menos no por el asteroide.

-Te juro que no pasará nada, ni siquiera se verá la piedra a simple vista en el firmamento. Pasará tan lejos que hay que visualizarla con telescopios especiales

- ¿Entonces cabrón? - inquiere molesta

-Pues que es bueno vivir preparados para lo peor. ¿Quién nos asegura que amaneceremos mañana?

-Sos un pelotudo-

-Y vos una bella loca- (hago énfasis en lo de loca).

Colgamos minutos después, y me quedo pensando en que si el universo es perfecto, un asteroide debería chocar directamente con este planeta y finiquitarnos en un milisegundo, donde no suframos, donde ni nos enteremos que ya hemos desaparecido, y donde no tengamos que seguir padeciendo por las atrocidades que se cometen a diario en este globo, por las injusticias sociales, por el dolor ajeno, por el llanto que sale del alma de los más desamparados, mientras otros intentan no mirar para evitar frustraciones de cama.

Pero la vida no es perfecta, ni mucho menos el universo, así que es improbable esperar finales bellos en cuentos mal deformados como este llamado existencia.

Por ahora sigo evocando el largo esqueleto de mi bella amiga argentina, una de las únicas cosas perfectas que conozco.