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sábado, 30 de noviembre de 2013

Escribir sobre nada.


Comencé a escribir este blog hace un poco más de tres meses, con el propósito inicial de crear un hábito de escritura diario.

– ¿Y de qué será tu blog? –, me preguntó una amiga, cuando le conté que quería iniciar uno.

Pero no tuve respuesta, ya que hasta ahora no tengo claro sobre qué se trata, llegando a la conclusión que es un blog sobre cualquier cosa que me pasa, que veo, que pienso, o sea, un blog sobre nada, en el que he tenido la suerte que personas como vos sigan leyendo. (Lo lamento).

Al principio comencé a escribir cada día, queriendo adaptarme a la disciplina impuesta. Escribí sobre unas ganas de orinar, sobre una verruga que tuve en mi dedo, sobre la caca de la paloma, sobre la guerra, sobre mi monotonía, en fin, sobre cualquier pendejada que se me ocurriera, nuevamente con el único fin de ejercitar mi escritura. Jamás esperaba que muchas personas comenzaran a leerme en diferentes partes del mundo.

Y es que, ¿quién diablos me va a leer en Japón, en Rusia, en Malasia, en Ucrania, en Croacia, en Canadá, en Guatemala, en Brasil, en Venezuela, en Panamá, en Ecuador? -solo por mencionar algunos-.

Con cada escrito, comencé a recibir mensajes de personas que no conozco. Unos a favor de mis erróneos puntos de vista, otros en contra; pero mensajes que no esperaba y de los que aun me sorprendo.

Y pienso…¡¡¡Si hay gente muy desocupada que sigue entrando a leerme!!!

Aprecio sinceramente que me escriban, así sea para quejarse por mis escritos etéreos. Yo no escribo con la intención de causar placer a otros, o con ganas de molestar a algunos, yo solamente escribo porque no puedo hacer otra cosa. (Ya sé, estoy jodido).

La semana pasada, le comentaba a una amiga del trabajo, que en el 2014 lanzaré mi primer libro al mercado, y ella me preguntó: – ¿Es motivacional? –

–No mujer, cómo voy a escribir algo motivacional si ni siquiera yo me motivo a mí mismo. Sería un fraude ponerme a dar consejos de vida cuando la mía es desequilibrada–.

Yo no soy la persona adecuada para decirle a otros cómo deben vivir su vida, considero que cada uno debe tomar esas decisiones dependiendo de sus circunstancias, que además, ningún motivador las conoce.

Por eso mi novela es una ficción, donde he creado un mundo diferente, con situaciones que sólo a mi me pasan.

Gracias a aquellos que siguen usando su preciado tiempo para posar sus ojos sobre este espacio, si no regresan lo comprendo y valoro.

Un abrazo de noviembre.

HMC

viernes, 15 de noviembre de 2013

Jugué a la ruleta rusa!!

Recuerdo que un ex novio de mi hermana perdió la vida jugando a la ruleta rusa hace más de 20 años. Después me di cuenta que se encontraba borracho junto con varios de sus amigos, y que todos desafiaban la muerte con un revólver viejo y una única bala, la que terminó incrustada en su cabeza.

Creo, si mi memoria no me falla, que después escuché que un actor reconocido en Estados Unidos se había volado los sesos en el mismo jueguito, y pensé: ¿Por qué no jugaban mejor cartas, o a la botella, si querían algo más exótico?

El hecho es que jamás comprendí cómo alguien pueda jugar con ponerse un arma en la sien y halar el gatillo, esperando que el proyectil no atraviese su cráneo, pero tampoco juzgo a quienes osan estas prácticas extremas.

Precisamente hoy me acordé del ex novio de mi hermana, debido a que hace pocos minutos decidí ir a la tiendita que se encuentra cerca de mi oficina a comprar algo de comer.

Al salir del edificio, escuché el trinar de cientos y cientos de pajaritos que volaban sin dirección sobre los árboles frondosos que adornan el área, y que se posan exactamente sobre el andén en el que debía transitar.

Muchas personas caminaban por la misma acera, pero comencé a notar que los alegres pajaritos comenzaban a lanzar sus excreciones sobre los descuidados transeúntes.

Me detuve sin pensarlo, al ver que un hombre se frotaba la cabeza al sentir que algo le había caído del cielo, y no era maná precisamente.

El sujeto se miró la mano sucia, y no sé el por qué, pero después se olió los dedos, para comprobar que un pajarito lo había usado de inodoro público.

Más adelante, dos mujeres que se contorneaban como modelos de Victoria Secret, también fueron víctimas de los alados pichones, y una de ellas pegó un grito agudo al darse cuenta que su vestido de viernes había quedado grabado con la marca de un diseñador aéreo.

Ahora yo me encontraba en la mitad de mi camino, y debía tomar la decisión de continuar o devolverme, a sabiendas que en ambas direcciones los pájaros podrían regalarme un suvenir de fin de semana.

-Esto es como jugar a la ruleta rusa-, pensé, acordándome entonces de aquel excuñado olvidado hasta ahora.

Un misil cayó a milímetros de donde me encontraba analizando mi próximo movimiento, así que decidí proseguir hacia la tienda con velocidad, anhelando que mi camisa blanca permaneciera del mismo color.

Un niño que venía de la mano de su madre, fue la próxima víctima. La caca de un pajarito cayó justo sobre el centro de su cabeza, en un acto tan lleno de precisión que inclusive ni el ave con más puntería lo hubiera hecho tan perfecto.

El pequeño se llevó una manito a la cabeza para comprobar lo que su mamá ya sabía: Un baño de agua caliente lo esperaba en su casa.

Llegué ileso a la tienda, compré algo de comer, y comencé mi camino de vuelta sobre la misma calle peligrosa.

Ahora lo único que puedo decir, es que agradezco dos cosas: haber puesto días atrás una camisa extra en el baúl del carro, y que los elefantes no vuelen.

Buen fin de semana para todos.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Me duele el hambre.

Hace pocas horas me encontré esta foto en la red social de uno de mis amigos.


El letrero que está sobre aquel niño dice lo siguiente: “No está pasando aquí, pero está pasando en este momento”.

Ignoro en qué lugar del mundo reposa esta valla publicitaria, pero eso no importa. Lo relevante aquí es la fuerza del mensaje, y una vez más queda comprobada que una imagen vale más que mil palabras. (Razón por la que quise comenzar esta nota con la fotografía).

Personalmente al mirar este niño recogiendo migajas del piso, y visiblemente necesitado, el primer sentimiento que me acompaña es el de la tristeza, al saber que como él hay tantos no solamente en África, de donde asumo es el de la foto, pero inclusive personas como él, se ven por doquier, en tu país, en el mío, y en casi todos.

Al momento de ver esta fotografía, estaba comiéndome un emparedado calientico de jamón y queso, el que se quedó atrancado entre mi garganta y el corazón, y un sentimiento de culpa que no entiendo, se apoderó de mí, y no pude terminarlo.

Inmediatamente después pensé en toda la comida que he consumido hoy, y me sentí mucho peor.

Esta mañana desayuné con cereal y frutas, luego me preparé mi acostumbrado café y le adicioné dos rebanadas de pan fresco. Horas más tarde fui a un supermercado y compré una sopa de almejas, y no contento con eso, al llegar a casa comí arroz, carne, una ensaladita, un vaso de leche y un pedazo de torta.

Y en este preciso momento, leo que acabo de escribir tres párrafos atrás que no entiendo mi sentimiento de culpa, pero al enumerar mis alimentos de hoy, es claro que la culpa es producto de mi gula, ya que además del sándwich, ya había terminado un paquetico de galletas de fresa, y un jugo de guayaba dulce.

Analizando nuevamente la foto de este pequeño, no puedo obviar que un sentimiento de rabia me absorba, esta vez al pensar en lo injusto que es, que millones de seres como él, sobrevivan a medias cada día, y que otras personas como yo, -y ojalá como tú-, que el único problema que tenemos con la comida, es escoger qué queremos hoy, o mañana.

Recuerdo que cuando era niño y no quería la sopa de mi vieja, ella me decía que mientras yo hacía pataleta por la comida, millones de niños morían de hambre, a lo que le contestaba que por qué no se las enviábamos, terminando la mayoría de las veces con un par de nalgazos como castigo.

Pero no comprendo todavía, cómo la avaricia, las ganas de poder, la ambición desmedida, haya logrado que millones de seres inocentes luchen desesperadamente por sobrevivir, y que niños y ancianos tengan que morir de hambre en una esquina.

Y es que el hambre no debería ser una constante en nuestro mundo actual, sino un mal recuerdo de sociedades involucionadas, pero lamentablemente aún vivimos en estas sociedades, y cada uno de nosotros contribuye para que el sistema que nos esclaviza continúe.

¿Para qué las clases sociales, o la diversidad de religiones y credos espirituales, o pensar en el cielo y el infierno, o sentirse más que otros, vestir mejor y enfocarnos en marcas de ropa, autos, o presumir ante una sociedad que no nos da nada a cambio?

Mientras niños como el de la foto solamente anhelan algo que comer, nosotros seguimos con los ojos tapados intentando vivir mejor, y tener un mejor destino, inclusive después de muertos. Pero ¿Cómo vivir mejor cuando hay seres a nuestro alrededor que sufren hambre y frío? ¿Acaso no somos todos uno mismo, o hermanos como dirían en las iglesias?

Lamentablemente no expongo en este escrito la solución al hambre mundial, -pues no la tengo-, y mis letras son simples gritos ahogados de rechazo e insatisfacción por la suerte ajena, pero de algo sí estoy completamente seguro: Cada acción que realicemos en pro de quienes sufren a nuestro lado, hace una inmensa diferencia en el mundo.

Así que ¿por qué no hacer la diferencia en este planeta donde más de 7 billones de seres humanos, nos necesitamos unos a otros?

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Un aterrizaje sufrido.

-¿Te has dado cuenta lo mucho que mantenemos en aeropuertos y hospitales?- Me preguntó mi hermana Clara en la mañana de ayer, mientras nos tomábamos un café amargo en el segundo piso de una clínica en Miami.

24 horas atrás, ella regresaba de uno de sus viajes, y yo la esperaba en el aeropuerto; y ahora ambos estábamos esperando que nuestra vieja saliera de cirugía.

Mi familia es numerosa, pero además es andariega, y ambas características son razones suficientes para que en los últimos meses los que no estén viajando, estén enfermos.

Mientras seguía tomándome otro trago del café maluco que allí venden, pensé que a pesar de nuestras reiteradas visitas a los centros de emergencia locales, somos afortunados que hasta el momento todas las intervenciones quirúrgicas, u otros casos relacionados con nuestra salud, tengan desenlaces satisfactorios.

Por otro lado, los aeropuertos representan, como para casi todas las personas, dualidades sentimentales, ya sea porque despides a tus seres amados, o porque los recibes y vuelves a verlos. En nuestro caso particular, en los dos meses que pasaron, hemos estado despidiendo y recibiéndonos unos a otros, ya que casualmente sea por trabajo, o por situaciones de familia, hemos tenido que viajar de manera individual.

Ahora, nos encontramos sentados en un pasillo de hospital esperando las noticias sobre la operación de nuestra progenitora, y cruzando los dedos para que todo salga bien, y el avión en el que se embarcó aterrice sin inconvenientes.

Pero no es así. Minutos más tarde, el doctor encargado de su vuelo, nos avisa que hubo una turbulencia fuerte durante la cirugía, y que la anestesia general estaba afectando seriamente a nuestra pasajera preferida.

Los nervios se nos alteran por la noticia, aunque sé que también es culpa del horroroso café suministrado por una azafata cascarrabias, y lo único que podemos hacer por las siguientes horas es pedirle al piloto mayor para que la nave retome su rumbo sin que se presenten bajas.

Ahora la turbulencia la sentimos nosotros, y la nave se mece fuertemente de sólo pensar que quizás no lleguemos todos juntos a nuestro destino.

Los segundos se vuelven minutos, los minutos horas, y las horas eternidades, hasta que una vez más regresa el médico de cabecera con noticias alentadoras, indicando que mi vieja ha recuperado la consciencia y que ya no habrá aterrizaje de emergencia.

Mi hermana y yo respiramos con inmenso alivio, y para celebrarlo vamos a comprar otras dos tazas del café agrio y recalentado que vende aquella mujer mal encarada, pero ahora el sabor de nuestras bebidas es dulce, consistente, con aroma a recién molido, y además deja en nuestros labios una sensación de paz y tranquilidad que asocio exactamente con la que tengo cada vez que aterrizo.

Y es que esta vez no es la excepción, pues mi madre ya está con nosotros de vuelta: Su vuelo ha aterrizado. Bienvenida vieja!!

viernes, 1 de noviembre de 2013

Mis 7 caballos de paso.

Es el primer día de noviembre, y las 6 de la tarde suenan en el reloj que reposa sobre mi estante de libros. Inconscientemente miro la hora en el reloj que llevo en mi brazo izquierdo, y compruebo que en realidad son las 6 de la tarde.
Analizo un poco, y me doy cuenta que estoy rodeado de esos bichos que como marcapasos me agobian con su paso del tiempo incontrolable. Hay un reloj en la parte inferior derecha de mi pantalla del computador, uno en el teléfono de la oficina, uno en el celular, uno en la pared, otro en mi muñeca y uno más en el estante de libros.
O sea, en total son 7 relojes a mi lado -porque tengo dos celulares-, y aun así cada rato pregunto la hora a quienes vienen a mi oficina.
-¿Por qué no miras a uno de los 7 que tienes, idiota-, imagino que piensan las personas a las que interrogo con mi duda de tiempo.
Un sentimiento de extremo agobio me embarga al saber que me debo tanto al paso galopante del maldito segundero, o segunderos, porque en mi caso son 7.
Decido entonces quitarle la pila al reloj que reposa al lado de mis libros, además descuelgo de la pared blanca el reloj que me mira apresurado, y lo guardo en un cajón.
Intento hacer algo con el de la pantallita del computador, o con el de los teléfonos, pero no logro desaparecerlos.
Me quito además el de mi brazo izquierdo, y lo guardo en el maletín.
Pero el tiempo seguirá pasando quiéralo yo, o no, sin que nadie pueda evitarlo; y por más pilas que le quite al reloj, o por más que pretenda no ver esos minutos que me afanan los días, sigo siendo un esclavo del movimiento certero de los segundos.
Para la muestra un ejemplo claro, ya hoy es 1 de noviembre, y cuando menos lo pensemos estarán todas las tiendas llenas de artículos navideños, y el año se acabará.
El tiempo no se detiene, y yo debo aprender a bailar con él paso a paso, hasta que un día (espero lejano), sea yo el que detenga mis letras.
Buen inicio de mes para todos. Abrazos.