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viernes, 29 de abril de 2016

Mandar todo a la mierda

Por lo menos tengo que decir lo que pienso:
-A veces quiero mandar todo a la mierda, y hoy es una de esas veces-.

No me siento totalmente feliz. He buscado en Google de qué manera se logra la felicidad, y solo he encontrado frases motivadoras y consejos superfluos, como el de rodearse de gente feliz, tal como si uno pudiese ir por la calle y preguntar a cualquiera: 

-¿Sos feliz?-

Alguien me contestaría entonces:

-No, no mucho-

Yo respondería:

-Entonces no me junto con vos-, y seguiría buscando entre las caras desconocidas hasta que encuentre una con una mueca de mofa mientras la baba chorrea, y le preguntaría:

-¿Sos feliz?-

-Muy feliz, no me cambio por nadie. Amo la vida, las flores, mi perro, mis amigos, mi trabajo, amo el arcoiris, la cebolla, los helados, amo respirar, bailar, ver a otros caminando por la calle. Soy feliz porque estoy vivo y mientras haya vida hay esperanza-

Seguramente yo le diría:

-Vete a la mierda-, a contrario de los consejos de Google, donde debo manifestar mi entusiasmo e invitar al ser risueño a que sea mi amigo para toda la vida.

Pero es que así no funciona esto de la vida, pues el camino en este planeta es complicado, lleno de adversidades (para unos más que para otros), y en donde no hemos entendido como jugar el juego simple de estar aquí todos los días.

Quiero mandar todo a la mierda. A mis amigos, a mi trabajo, a mi casa, a mis obligaciones, a todo y a todos. Espero que nadie lo tome personal, es solo que hay días en que no encuentro un propósito que me llene totalmente. No se trata tampoco de falta de agradecimiento por los dones recibidos, o por el amor constante, o por las oportunidades que surgen, no. No se trata incluso de carencia espiritual, o de como sé que me van a decir muchos, de falta de Dios en mi camino.

Se trata tal vez de mi estado de ánimo en este día. Quizás de que me deprimo al seguir mi rutina, de que bebo demasiado café y este me altera los sesos, o de que los medicamentos que tomo para combatir mis afecciones respiratorias generan efectos secundarios en mi sistema nervioso central, y me hacen escribir gritos adornados con tipo de letra Times New Roman a una escala de 16 puntos.

He intentado en ocasiones dejar de ingerir aquellos medicamentos generadores de catarsis, pero entonces mis pulmones se cierran impidiendo que el aire me embargue, y prefiero tener que mandar todo a la mierda, a padecer la carencia de oxigeno que me ha acompañado toda la vida.

Por ahora, me iré al mismo sitio donde los he mandado a todos hoy, porque seguramente allí es donde merecemos estar por ahora.


Mañana será otro día...











martes, 12 de abril de 2016

Hugo: El tío que dice adiós.

Nunca le dije tío, esa es la verdad. Hugo siempre fue la manera en que lo llamé, y aunque sabía que era el hermano de papá, y había cercanía familiar, me sentía bien llamándolo por su nombre.

Ahora que lo pienso, nunca le he dicho tíos o tías a los herman@s de mi viejo, como tampoco he llamado primos o primas a nadie, a pesar de que tengo más de 100 de ellos.

Creo que es normal en mi familia llamarnos por el nombre, a excepción de mis padres y mis herman@s.

Hugo siempre fue un tío cercano. Su negocio quedaba a solo unos metros de distancia del nuestro, por lo que crecí muy cerca de él y su familia (Mis dos bellas primas). 

Hugo era muy compinche con mi viejo, y prácticamente en mi adolescencia, nos veíamos a diario. Él, delgado y con un cigarrillo en la mano, sonriendo con nobleza, de temperamento nervioso, con mirada sincera, siempre dispuesto a ayudar a mi padre o a quien tuviera una necesidad. Así recuerdo a Hugo, al que nunca llamé tío, más por costumbre que por otra cosa.

-Hola Hugo-, lo saludaba normalmente, sin besos, abrazos, o palmaditas en la espalda, pero con la convicción de que era parte de mi familia.

-Hola Héctor Manuel-, respondía él siempre, un poco hiperactivo, amable, a sabiendas de que yo también era parte de su círculo familiar.

Recuerdo que cuando tenía alrededor de 12 años, hice la preparación para mi confirmación, y cuando me enteré que tenía que elegir un padrino, en la primera persona que pensé fue en Hugo. (Él aceptó inmediatamente con una sonrisa, y después bromeó con sus frases irónicas e inteligentes que admiraba):

-¿Sabes que en la confirmación los regalos son para el padrino?-, dijo con seriedad.

-No sabía-, contesté angustiado, pensando que me tocaría comprarle un regalo con el poco dinero ahorrado que tenía en ese momento.

Hugo fue un gran hombre, un excelente hermano, un buen tío, un ejemplo de padre, y un ser humano caritativo y bondadoso.

Hace solo dos días, Hugo cerró sus ojos y la noticia impactó los míos.

Hoy, Hugo se suma a la lista de mis tíos que han cruzado la frontera de lo desconocido. Hoy quizás Hugo está junto a mi abuelita Rosa y mi abuelito Manuel, o habrá saludado con un abrazo a mi tío Dario y a mi tía Cielo, o estará bromeando junto a mi tío Miguel sobre cuál de los dos luce mejor. 

El hecho es que Hugo ha partido, pero su presencia sigue aquí donde nunca nadie muere, en el corazón de los que lo queremos, en la memoria de los que disfrutamos sus chistes, de los que recibimos su ayuda.

Buen viaje Hugo querido, gracias por apadrinarme un día, por querer tanto a mi viejo, por cuidar de la familia, por la chispa que prendiste y que no se apaga.

Ya nos veremos tío Hugo, y entonces ese día prometo que llevaré tu regalo.