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viernes, 28 de febrero de 2014

El niño que fuí...


Salí a caminar en la mañana con la intención de hacer un poco de ejercicio. Quise ir al gimnasio a correr, pero llevo varios días semi inmovilizado por un espasmo muscular que tengo en la espalda desde hace una semana, y al darme cuenta que todavía no soy capaz de ponerme los zapatos solo, decidí que mejor caminaría.

La mañana estaba fría y el viento se metía en mi piel haciéndome querer regresar a mi cama caliente y tomarme un café; pero opté por continuar y seguir con mi caminata. Mis pasos eran lentos como los de un hombre cansado, y muchas personas mayores que yo pasaron corriendo a mi lado, y mirándome extrañados de “mi mal estado físico”.

Como mi velocidad era nula, comencé a concentrarme en la naturaleza que me rodeaba, dándome cuenta que he pasado decenas de veces por esas mismas calles, y que jamás había visto aquellos árboles frondosos que adornan la avenida principal de mi barrio.

Más adelante encontré un lago inmenso, que si había visto, pero que nunca visité.

Me sorprendió un tronco en forma de oso que se apostaba en una esquina, y el que seguramente había sido tallado por adolescentes vecinos del lugar. Mientras más me concentraba en la madre naturaleza, más detalles iba descubriendo. Sin pensar en nada más me maravillé con algunas palmeras grabadas con corazones, y con figuras diversas hechas por la misma natura.

Sin destino alguno proseguí, hasta que hallé un cafecito en una esquina e hice mi primera estación.

Un café y un croissant calentaron mi organismo. Allí sentado en aquella banca de madera, me di cuenta de lo perdido que estoy en este mundo. Analicé que son tan pocas las ocasiones en que realmente vivo el momento presente, ya que ahora paso mi tiempo absorto en mis responsabilidades cotidianas, dejándome hundir en el túnel del corre-corre y la ceguedad de lo que realmente es importante.
Recordé que cuando era niño sobresalía por mi extrema curiosidad y mi hiperactividad descontrolada. Siempre saltando de un lado a otro, escalando árboles, preguntando todo, metiéndome donde no me dejaban, tocando lo que me prohibían, hablando con las hormigas e imaginando que me respondían, perdiéndome en un parque cualquiera, maravillándome por una nube, riéndome constantemente y encontrando un misterio en cada rayo de sol; y ahora, todas esa energía se hallaba guardada en un cajón del pasado, pues inconscientemente me había vestido de adulto, y como tal asumí un rol equivocado.

No puedo mentir que una sensación de nostalgia me invadió al pensar en que quizás ahora era un hombre serio, tal vez amargado, y que esa luz con la que brillaba en mis primeros años me había abandonado. El croissant se me atascó en el tragadero, y el café me supo diferente, como si no tuviera azúcar, a pesar de las tres cucharas que le había puesto con anterioridad.

¿Y qué tal si vuelvo a ser como antes?-, pensé motivado, pero antes de digerir la pregunta, me contesté que no era posible, ya que mi edad, mis responsabilidades, mi trabajo, mi vida en general no me lo permitirían.

-Imagínate encaramado en un árbol afuera de tu oficina-, me dijo mi voz interior, y juntos reímos.
Regresé por el mismo camino, con mis pasos lentos y mi dolor de espalda latente. Volví a observar el lago y me deleité con el color del agua y la calma que me inspiraba; toqué nuevamente el tronco en forma de oso, grabé en una palmera mis iniciales, como lo hubiese hecho a mis 10 años, pateé un par de piedritas que encontré en el camino, olí algunas hojas y nuevamente me maravillé con la forma de unas nubes que se asemejaban a la cara de una bruja.

-Creo que he cambiado, y no puedo luchar contra la naturaleza-, me volví a decir a mí mismo, pero antes de terminar mi frase, encontré en la respuesta que buscaba.

Sobre el pavimento que pisaba, había nacido una pequeña flor. ¿Cómo? Ni idea, pero al observarla detenidamente no tuve dudas de que aquella pequeña creación de la naturaleza me daba un mensaje.



 

 

 
¿Si esta flor había sido capaz de crecer en medio del asfalto, porque yo no podía volver a ser la persona alegre que era cuando chico?

Creo que no importa la edad que tengamos, ni los cargos que ostentemos, o la posición social o económica que alcancemos; si no podemos maravillarnos con los detalles más simples del planeta, no somos seres felices.

Me di cuenta que mi riqueza no se mide en una cuenta bancaria, en mi trabajo, o logros profesionales. Mi riqueza consiste en disfrutar el olor de la vida, en poder estar consciente de mi entorno, en no tener miedo a subirme a un árbol, o de sonreír al ver una nube que me recuerde algo.
Paso tanto tiempo ocupándome de ser adulto, que he olvidado que dentro de mí aún hay un niño que de vez en cuando quiere salir y expresarse.

Pienso que el mundo puede ser un mejor sitio si todos nos enfocamos más en apreciar lo que nos rodea, si nos maravillamos más, si logramos ser más libres de mentes y de acción, y si jugamos más y no nos da miedo a dejar salir cada niño que llevamos en el alma.

Hasta pronto, me iré a tratar de vivir mi presente.