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lunes, 30 de diciembre de 2019

La vida que vivimos Vs. La vida que queremos

A medida que pasan los años perdemos la capacidad de sorprendernos por las cosas que realmente valen la pena, y asumimos como ordinarias situaciones que no lo son, como un atardecer con colores que varían cada 15 segundos, un arcoiris en medio de un aguacero, el gesto de amabilidad de un desconocido, un abrazo inesperado, el te amo proveniente de unos labios sinceros, una flor y su aroma, la mirada cariñosa de un perrito que te mueve la cola, el viento que refresca, respirar otro día, un latido de más del corazón producido por alguien que te gusta, la caricia de una madre, -solo por nombrar algunas-, y nos enfocamos sin sentido en la vida rutinaria que hemos creado como sociedad y lo que ella implica, como ir a trabajar mecánicamente, comprar de más, sentirnos importantes por las marcas que se posan en nuestros artículos, crecer económicamente, vivir con prisa, pasar más tiempo con las pantallas que con los ojos; y no estoy diciendo que estas cosas no sean importantes, porque es claro que todos queremos tener mejores niveles de vida, sufrir menos, tener lo suficiente para disfrutar los días, comer rico en sitios donde hay que pagar con más billetes, invitar a los nuestros a lugares hermosos que requieren presupuesto, pero el problema radica en que en la mayoría de los casos nos olvidamos de lo verdaderamente sublime para buscar lo reemplazable. 

Como sociedad nos hemos convertido en productos egocéntricos que reflejan la codicia, pero como individuos podemos aún hacer la diferencia y mejorar la vida de muchos, la nuestra propia, la del planeta que nos acoge de manera especial, brindándonos todo lo que realmente necesitamos.


Minimizar posesiones y maximizar sentimientos, una premisa que seguramente nos ayudaría a ser más felices y vivir en mayor calma, pero que a la vez se vuelve tan complicada de obtener, pues nos hemos mal acostumbrado a hacer lo contrario, acumulamos objetos y nos autocensuramos al momento de expresar lo que sentimos, quizás porque pensamos que es una debilidad que no podemos permitirnos.


Hace poco veía unos videos de Youtube donde varias personas con enfermedades terminales, y otras de avanzada edad manifestaban sus arrepentimientos máximos, y coincidían en que si pudieran regresar el tiempo se enfocarían en viajar más, en abrazar a los que ya no están en sus vidas, en leer el mundo maravilloso que vive entre páginas mágicas, en esclavizarse menos buscando bienes materiales y liberarse más buscando lo que realmente sus corazones querían hacer, y aquí se referían a sus pasiones de vida, esas a las que muchos renunciaron porque eran inconvenientes y poco lucrativas.


¿Por qué esperar a que sea tarde para lamentarnos de no haber tenido la vida que quisimos?

sábado, 2 de noviembre de 2019

¿Quién tiene una casetera?


Hacía mucho tiempo quería limpiar el ático de mi casa, una labor que postergaba una y otra vez pensando en la cantidad de objetos que tendría que botar, en lo desordenado que estaba, y en el polvo acumulado durante tantos años.

Siempre que quería guardar algo allí abría con timidez aquella puerta y sin pensarlo demasiado metía todo a empujones, sabiendo que de un momento a otro tendría que enfrentar el momento temido. Así que hoy, y evitando que pasara otro mes, quizás incluso otro año, me di a la tarea de subir hasta aquel sitio abandonado en el tiempo, y organizarlo de una vez por todas.  

Entrar fue toda una odisea, cajas por aquí y por allá, bolsas plásticas con mil objetos desconocidos dentro, telarañas con sus arañas incluidas, maletas con ropa de invierno, maletines con recuerdos añejos, un par de juegos de mesa, herramientas, adornos navideños, en fin, suficiente material para armar un mercado de las pulgas. 

Con mi misión clara comencé a abrir caja por caja, bolsa por bolsa, y con un análisis crítico y objetivo puse a un lado las cosas que ya no deberían estar allí, esas que se van convirtiendo en estorbo y que decidí guardar un día aferrado a lo que representaban en mi memoria. Pero soy consciente de que hay que dejar fluir la energía acumulada allí, y que no debo conservar objetos que jamas utilizaré, ya que sin darme cuenta me voy llenando de cacharros hasta que un día no muy lejano me pierda entre ellos.

Entre el sudor y el polvo fui deshaciéndome de mil cosas que no uso, de ropa vieja, de lámparas oxidadas, de bates y raquetas, de zapatos y adornos, de cojines y cuadros, de nostalgias y termitas. No fue fácil tomar la decisión de donar muchas de esas cosas, pero una vez más, el apego a objetos materiales no es lo mío. Solo conservé lo que utilizo, algunos cuadernos con canciones propias, fotos de vidas pasadas, las maletas, el saxofón en su estuche nuevo, y mi colección de estampillas.

Y mientras organizaba aquel espacio -ahora libre de bichos- descubrí una contrapuerta en el piso. Me pareció increíble que no la hubiera visto cuando subí allí por primera vez 5 años atrás, tal vez la obvié por premura, y luego de eso, mis cajas y bolsas la taparon hasta hoy.

Con la linterna en la mano abrí aquella puerta pequeña, y para mi sorpresa hallé allí objetos inesperados, cual película de misterio. Uno de ellos era una tabla ouija tallada a mano, con figuras hermosas de un sol y una luna pintadas de dorado. Cada una de las letras tenía detalles especiales, y los números estaban pintados de azul y verde. A su lado estaba una cajita de madera, y al abrirla encontré un cristal en forma de ojo, el que supuse hacia parte de la ouija. También encontré en aquel sitio un casete de música (de los que cualquier persona nacida en el siglo pasado usó alguna vez), marcado con números romanos indicando el año 1977, lo que me pareció algo escalofriante, pues coincide con el de mi nacimiento. 

No pude evitar que la piel se me erizara en aquel momento, pero sin darle mayor importancia al hecho, seguí hurgando y encontré un último objeto. Se trataba de una daga pequeña con la cacha metálica, y en ella un símbolo de un compás sobre una escuadra (para los que no sepan es el utilizado por la logia de los masones), aunque la daga no llevaba la letra acostumbrada por ellos, lo que me hizo pensar que se puede tratar de algo más. 

Con el pulso acelerado por mi descubrimiento, bajé del ático lleno de polvo y de dudas, llevando en mi mano los objetos hallados y pensando en dónde iría a escuchar el contenido del casete, ya que en mi casa no tengo ningún dispositivo para hacerlo, pues ni siquiera el carro trae casetera.

Hice algunas llamadas a personas de suprema confianza, pero ninguna de ellas tiene la manera de escucharlo. He aprendido a no forzar nada, así que decidí seguir con mi trabajo, llevar los objetos que saqué del ático a los sitios correspondientes para donaciones, y regresar a casa a tomar un buen baño. 

Y aquí estoy ahora, sentado en mi buró, escribiendo mi experiencia de hoy y observando a un costado la tabla ouija, el cristal, la daga y el casete que reposan sobre uno de mis escritorios. He comenzado a hacer conjeturas de todas las clases, e imagino mil escenarios sobre el contenido del casete, y nuevamente se me pone la piel de gallina. Por alguna razón me acordé de la película Jumanji, en la que un niño encuentra el juego que lo lleva a vivir en la selva por muchos años, y entonces la idea obsesiva de escribir un libro, una serie, un cuento, o algo similar se apoderó de mi. Luego miré la daga, esperando que brillara y me diera una pista, pero no lo hizo. Y miré los objetos en silencio profundo, esperando que de un momento a otro sonará una voz del más allá, y mientras pasaban los segundos hiperventilaba con la sola idea, pero para mi fortuna no sucedió nada. 

Así que por ahora me retiraré a mis aposentos, no sin antes guardar en un cajón bajo llave aquellos objetos que para mi son el tesoro del pirata. Mañana buscaré la forma de escuchar el casete, y después quien sabe lo qué pase.

Amanecerá y veremos...
















jueves, 24 de octubre de 2019

Collage de sentimientos

Hace un par de días falleció la madre de un gran amigo en un accidente automovilístico. La noticia de su partida ha caído como un balde de agua fría, sumiéndonos en el desconcierto y la tristeza máxima. Pienso en mi amigo y en sus hermanos, y no puedo evitar esa sensación de vacío que recorre mi mundo. Solo una semana antes, ella me había escrito diciéndome que al viajar a Miami me traería unas gelatinas de pata, refiriéndose al post reciente de este blog. La vida es tan efímera, tan traicionera, tan irreal a veces, y hechos así me hacen sentir que caminamos al borde del abismo constantemente. No soy derrotista, ni quiero que esto se lea peyorativamente, solo es que cuando la muerte se acerca, el trascendentalismo se reactiva, y con él la melancolía, la necedad de buscar respuestas a las trivialidades del día a día, a la vida robótica y rutinaria, al hecho simple de respirar.

Y es que la muerte siempre está cerca, pero obviamos su presencia como cuando en un semáforo miramos al otro lado para no ver a la familia desamparada que pide dinero. 

En las pasadas semanas han muerto el tío de mi esposa, el padre de otro gran amigo, el abuelo de una amiga entrañable, el hijo de un conocido, el perro de mi prima, la abuela de mi cuñado; y yo solo he podido decirles que lo lamento en el alma y que les deseo buen viaje a sus seres amados. Pero no tengo certeza si tendrán buen viaje o no, es más, no sé si hay un viaje, si llegarán a algún sitio, si hay algo más, si la historia continúa. No tengo certeza de nada, aunque quiero creer que así es, que al dejar tu cuerpo sigues creciendo, que la energía se transforma, que el alma es imperecedera, que el dolor se acaba y el camino se ilumina. Quiero creerlo, pero no lo puedo afirmar. 
Y entonces, usando la objetividad y el sentido común que pocas veces me acompañan, me doy cuenta que mi única respuesta es demostrar mi amor a quienes siguen en este plano tridimensional, a los que aun puedo abrazar. Ser amable y compasivo, ayudar indiscriminadamente, intentar ser mejor, no juzgar, no juzgarme, deshacerme de las culpas e intentar subsanar mis errores, apartarme de la crítica, disfrutar del instante por más monótono y rutinario que sea. Luego, ya verificaré por mí mismo (o no), si hay un viaje, y si es así lo intentaré disfrutar también.

La vida se padece, pero incluso en el padecimiento se puede hallar luz, aprendizaje, amor. Todos pasamos por momentos oscuros, pero también, todos tenemos momentos de luz. Esa es la vida, una dualidad de vivencias, de emociones. Es complicada -estoy de acuerdo-, maravillosa muchas veces, putamente triste en otras ocasiones, agónica u orgásmica, o las dos a la vez, porque en la dualidad todo se puede.

Abro mis ojos, estoy vivo otro día. Respiro a fondo y comienzo de nuevo. ¿Rutina o renacimiento?, no importa, tampoco es relevante ya el agobio por lo que podría traer o no el futuro, por pensar qué haré con mi vida, por buscar respuestas vanas a preguntas irrelevantes. Lo que me importa ahora es ser bueno, aportar a la vida de los que me rodean, intentar cambiar por lo menos un poquito el mundo, mi mundo.

Y vos, ¿también estás vivo?


















lunes, 7 de octubre de 2019

Soy un cocainómano, y no me había enterado

Quiero hacer una confesión que no es fácil de asumir, y que además no será bien recibida por mis amigos, conocidos y familiares, pero no tengo más remedio que contarles la manera en que me enteré de lo que realmente sucede en mi vida.

Hace muy pocos días mi mamá llegó de Colombia y me trajo algunos dulces típicos de mi país, entre los que se encontraban unas galletas de chocolate, unos masmelos, también de chocolate, y unas gelatinas hechas con pata de res. Quizás para muchos de ustedes esto último suene algo asqueroso, es más, cuando yo lo pienso, también suena poco apetitoso, pero es que el resultado es tan rico que vale la pena probarlas. La gelatina blanca de pata, como es llamada, es un postre de mi región y que consumimos mucho los conocidos como 'paisas' en mi país. Intentando ser más descriptivo, puedo decirles que se ve como un rollo pequeño carameloso, que una vez preparado es rociado con maicena, aunque la marca en Colombia es 'Maizena', dándole externamente un color blanco. Como mi mamá sabe que a mi me encantan, pues me trajo un par de paquetes de este manjar, las que consumo con leche.

Soy consciente de que este producto es muy regional, y que en EE. UU. ni se consigue, ni se conoce, y por lo mismo resulta extremadamente difícil explicar qué es. 

Pues bien, hace solo unos días me cogió la tarde para ir a una cita. Miré el reloj y me di cuenta de que si no me apresuraba iría a llegar tarde, algo que he intentado corregir por respeto al tiempo ajeno. 

También me di cuenta que no había alcanzado a almorzar, y que posiblemente me daría hambre en plena reunión, pero ya no tenía tiempo para comer nada. Saliendo entonces de mi apartamento eché un vistazo de águila a la cocina, y pude ver dentro de una refractaria de cristal, las gelatinas que mi madre me había traído y de las que quedaban ya muy pocas. Me acerqué entonces con rapidez, y saqué una de ellas de su bolsita, y a sabiendas de que sueltan mucha 'Maizena', me la comí sobre el lavaplatos evitando ensuciar el piso con la harina blanca. Realmente me embutí de dos mordiscos aquella gelatina, y luego me dispuse a salir como bólido para alcanzar a llegar puntualmente a mi cita.

Mientras esperaba el elevador se me acercaron mis dos vecinos del apartamento contiguo. Son una pareja conformada por un cubano y un argentino con los que tengo muy poco contacto, y nuestra relación se limita a un saludo cuando los veo, cosa que no pasa muy seguido. Pero esta vez entramos los 3 al ascensor con rumbo a uno de los parqueaderos del edificio.

De un momento a otro, uno de ellos me mira fijamente con nerviosismo. Yo le sonrío y miro el reloj una vez más, algo apresurado, nervioso, pues veo el tiempo correr sin pausa alguna. Sin saber el por qué y sin disimular mucho, el mismo vecino le da un pequeño codazo a su novio, indicándole que me mire. Ahora están ambos absortos mirándome como no lo han hecho nunca.

Entonces uno de ellos, el segundo que me ha visto, se lleva la mano a su nariz y me dice:

--Vecino, tienes algo en la nariz. No te limpiaste bien.

--Mierda, tengo un moco, pienso yo avergonzado, e inmediatamente me toco la punta de la nariz con la unión de los dedos pulgar e índice de mi mano izquierda, esperando darme cuenta de qué tengo, y al no sentir nada, me miro la mano y observo entonces como el polvo de la 'Maizena' queda impregnado entre mis dedos.

Llevo además algunos días sin afeitar, así que el polvillo se ha quedado enredado en mi bigote y en parte de mi barba.

Mientras me limpio, pienso con rapidez en lo que voy a decirles, pero inmediatamente me doy cuenta de que no sé explicarles en ese momento lo que es una gelatina de pata de res rociada con 'Maizena' con el fin de darle un toque caramelizado. Además, en ese instante el elevador se abre y ellos descienden del mismo, y aun sorprendidos se despiden para después comentar que quedan confirmadas las sospechas de que el vecino colombiano es un cocainómano empedernido.

Mientras tanto, yo quedo estático en el elevador por unos segundos más, pero luego me río y pienso que no debe importarme lo que otros opinen de mí incluso si fuese verdad, porque al final de cuentas es mi vida, y yo me como las gelatinas que me de la gana.

Llego entonces a mi carro y me miro en el espejo. Tengo polvo blanco alrededor de la nariz, en la barba que cubre el mentón y en mi bigote. Es como si en vez de comerme la gelatina me la hubiera untado en la cara, y no me explico cómo logró la 'Maizena' quedar impregnada de esta forma sobre mi rostro. Mientras conduzco decido que al regresar a casa tocaré la puerta de los vecinos y les llevaré unas gelatinas para que las prueben, pero luego analizo mi plan y concluyo no llevarlo a cabo, pues no compartiré mi manjar con nadie, además me quedan muy pocas, y prefiero que se acaben en mi apartamento y no en el de los vecinos.

Han pasado casi dos semanas de esta anécdota, pero solamente hasta anoche volví a encontrar a mis dos vecinos. Yo llegaba en un Uber a eso de las 3 de la mañana luego de estar celebrando un cumpleaños con unos amigos. Entré al edificio en condiciones precarias debido a los tequilas que nos tomamos mientras cantábamos con los mariachis de la fiesta, así que mi balance no era el mejor, y en esos casos me encanta caminar en zig-zag, es como una fijación personal que no puedo evitar.

Ellos me miraron de nuevo y me saludaron cortésmente. 

-¿Qué tal la noche?, me dijo uno de ellos

-Hip, contesté con un hipo emanado por la contracción espasmódica, involuntaria y repetitiva del diafragma y los músculos intercostales que me provocaban una inspiración súbita de aire, debido a que mi estómago se encontraba demasiado lleno de gases como consecuencia de haber ingerido en exceso cerveza y otras bebidas alcohólicas con contenido gaseoso.

En fin, después del hipo, les dije que había sido una noche maravillosa.

Entonces uno de ellos sin rodeos me dijo:

-Vecino, ¿tienes?, mientras me hacía con sus dedos una señal muy cerca a su nariz inconfundible para pedirme cocaína.

Yo me reí una vez más, luego los invité a casa. Allí les dije que lamentaba jugar con sus sentimientos adictivos, pero que la única droga que consumía eran mis hermosas gelatinas blancas de pata de res. Y ante sus ojos incrédulos saqué mi bolsita del recipiente de cristal, y les ofrecí el mejor manjar que hubiesen probado jamás.

Ellos saborearon mi postre blanco, y con el rabo entre las piernas me ofrecieron una disculpa. Ahora eran sus rostros los que se ponían blancos, pero no de la 'Maizena', sino de la vergüenza y del susto al no saber cómo yo reaccionaría.

Moraleja: No hagas estereotipos de nadie por su país de procedencia, por su raza, por sus gustos, o por alguna otra circunstancia, porque podemos equivocarnos y quedar como idiotas. 

Moraleja 2: No compartas tus gelatinas blancas de pata de res con nadie que no aprecie este sabor particular.

Moraleja 3: No confíes en los títulos. La mayoría de las veces se usan para lograr que te lean.

martes, 1 de octubre de 2019

Soy el dueño de la luna

Octubre ha llegado con eclipse de luna. No figuraba en los calendarios, tampoco lo anunciaron los entendidos de los astros, así que nadie lo esperaba, mucho menos yo, que poco me entero de lo que sucede por fuera de mi planeta; pero igual llegó con fuerza, como nunca un eclipse de luna había arribado. Percibía desde hace algunos meses un cambio paulatino en el color del firmamento, era como si cada vez alumbrara más que la noche anterior, tal como si la información lumínica que recibía mis retinas se incrementase exponencialmente a través del paso del tiempo, y entendí finalmente que este cambio era el anuncio del poder que ejerce el satélite en mi vida.

Entonces fui descubriendo que muchos tenemos nuestros eclipses de luna, otros los tendrán del astro rey, ese que poco mueve mis entrañas nocturnas y al que, sin importar si yo lo venero o no, sigue activando mi glándula pineal y proporcionando que no sucumba en la depresión que me contagiaba la sociedad enferma, esa que decidí matar sin compasión meses atrás.

Conozco a muchas personas que funcionan mejor en el día, que se activan con los rayos del sol, que son más productivas cuando la luz brilla en sus calles, en sus rostros; pero a mi me pasa todo lo contrario, yo soy un tipo que adora la luna y su contexto mágico. Durante las horas de sol son muy pocas las palabras e ideas que puedo generar con convicción. Es como si el día cerrara mi inspiración, y es solo cuando el astro principal se oculta, que comienzo a generar una serie de conceptos que se afianzan con la llegada de la noche. Y entonces aparece la luna, tan cercana, tan sincera, tan mía, alumbrando de manera impertinente pero segura, esa faceta propia que descubrí hace ya muchos años en mi: -la insolencia-. 

Me transformo en otro ser durante la noche, especialmente cuando sale la luna. Y aúllo como hombre lobo sin pelos de más, ni pantalones rotos, y veo la vida con otros ojos, y me quiero sumergir completamente en la oscuridad que me regala la tierra y su rotación. 

Bueno, mi luna tiene también sus fases, y ahora tengo una luna creciente encantadora, y entre más la alimento, más ella crece, y logra convertirse en luna llena sin prejuicios. Ella se posa en la esquina posterior izquierda del ventanal de mi balcón, y no se mueve ni un instante. Allí permanece taciturna, esperando que la confunda con queso y me la coma a mordiscos. Y yo complacido lo hago, y me alimento cada noche de ella, y gracias a su presencia logro avanzar con mis proyectos más difíciles.

La siento cerca, aunque muchas veces ni siquiera la vea. Sé que la distancia que me separa de ella es abismal, casi imposible de colonizar una vez más. Yo tengo claro que mi misión no es llegar a ella, que me basta solo con saber que está presente cada noche, afianzando mis dudas y verificando que siempre termino sabiendo menos de lo que quisiera. 

Soy un hombre apasionado con la luna y poco me importa que sea el sol el que la alumbre, y que los aretes que le faltan estén guardados en el fondo del mar. Igual ella y yo nos entendemos bien a nuestra manera, y nos damos mutuamente lo que necesitamos. Ella me inspira, y yo la plasmo a diario en memorias sin caducidad, y planeo apropiarme de ella, robarme su imagen, y que todos sepan que es mía, al alcance de todos pero absolutamente mía, porque las cosas son del que las haga mejor.






lunes, 30 de septiembre de 2019

El misterio de mis huevos

Inesita llegó muy temprano a mi casa, como todos los lunes. Desde hace cuatro años se encarga de limpiar con extrema diligencia los rincones que ni siquiera sé que existen, pero que ella ha encontrado con facilidad. Con su voz ronca, por los miles de cigarrillos que dice fumó en su juventud, me saluda con alegría sincera, y me dice sin vergüenza que le prepare el desayuno que tanto le gusta.
Aceptando sus deseos semanales, entro a la cocina, prendo la cafetera, y me pongo el sombrero de chef mientras ella me cuenta cómo estuvo su fin de semana, las películas que vio con su hijo Jairito, y otras historias que no logro escuchar debido al ruido de la aspiradora. Yo le sonrío y la miro moviendo sus labios, y sin decirle nada me concentro en que no se queme lo que le preparo, pues no quiero que se enoje.

Unos minutos después nos sentamos en la mesa, y mientras ella saborea mis huevos con tocineta y sorbe el café con leche, yo sorbo mi jugo de naranja haciendo eco de su interpretación sonora.
Inesita es originaria de Maracaibo, y vive en Miami desde hace 5 años. No ha regresado a Venezuela a pesar de que la mayoría de su familia vive allá. Logró venir con su hijo de 12 años, y espera quedarse en este país y poder traer a sus otros dos hijos.
Se ha dedicado a limpiar algunas casas, a estudiar inglés, a pasear perros, a vender arepas que fabrica en su casa, y ahora quiere aprender a conducir para trabajar en Uber, pues para ella siempre ha sido una meta estar detrás del volante. 

Inesita es una mujer buena, sufrida, con artritis en su espalda y en sus manos, con sueños que inundan su cuerpo de 1.60 metros y 45 kilos, con una sonrisa tan grande como sus ganas de salir adelante, y a pesar de que su fortaleza física es limitada, su espíritu libre y aventurero no conoce de miedos. 
Aun con la boca llena, me dice que la semana pasada el desayuno estuvo mejor, pero que ella entiende que no todo el tiempo se logra tener la misma sazón. También me dice que está preocupada por mí, que me ve más flaco, que sabe que no duermo lo suficiente, que no le gusta que coma a deshoras, y que ve más canoso que antes.

Sé que tiene razón en todo lo que dice, así que no le argumento ninguna de sus preocupaciones. Luego la abrazo y le doy gracias por todo lo que hace por mi, y aprovecho para enseñarle la portada de mi nuevo libro, esperando su reacción sin filtros.

-Me gusta mucho. Ese paisaje se parece a ti, me dice con una seriedad que poco se deja ver en su rostro terso, y por primera vez la veo con cara filosófica.

- ¿A mí?, le pregunto sin entender.

-Sí, mucho. Nublado pero colorido, con misterio para los que no saben de qué va la historia.

- ¿Crees que soy misterioso?, le vuelvo a preguntar

Ella se ríe, y me dice que tienen más misterios los huevos que le preparo. Ahora reímos juntos. 

Inesita me dice siempre las cosas como me gusta escucharlas: directamente, sin tapujos. A veces cuando le presento a otra gente, les dice que es mi tía venezolana, la que más me quiere. Y aunque no es mi tía, si me quiere más que cualquier otra tía que tenga, es más, tengo más cercanía con ella que con muchas personas vinculadas a la familia por apellidos.

-¿Quieres que te planche las camisas?, pregunta mientras se ahoga en tos; yo le digo que no, que se vaya temprano, pues hay pronosticada lluvia para horas de la tarde.

Pero ella me pregunta solo por cortesía, y sin seguir mis palabras (como pasa todo el tiempo con todos), saca de un cajón todas mis camisas arrugadas y las lleva al cuarto donde está la lavadora. Le insisto que no planche nada, que las llevaré luego a la lavandería donde se encargarán de entregármelas listas para vestir, pero su rol de tía va mucho más allá de la naturaleza de sus palabras, y haciendo caso omiso a mi chachara, me dice que me vaya, que se me hará tarde, que no me preocupe tanto por ella, y que me dejará preparada una rica comida típica de su ciudad.

Con un beso nos despedimos. Luego salgo de casa, y al bajar del ascensor me encuentro a Arsenio, el portero venezolano del edificio, que me saluda con una sonrisa de oreja a oreja.

-Pero que feliz estás hoy hombre, le digo.

-Es que es lunes, y su tía Inés siempre me prepara un almuerzo que me vuelve loco. Por cierto, don Héctor Manuel, usted es un tipo súper misterioso, jamás imaginé que tuviera una tía venezolana.

-Súper misterioso Arsenio, como mis huevos.

sábado, 28 de septiembre de 2019

Obra de teatro

Las calles no descansan en esta ciudad. Han pasado casi 21 horas desde que el sol asomó por última vez, y aún el movimiento sigue tan latente como en las primeras horas del día.
Recién entro a casa después de estar celebrando el cumpleaños de una de mis mujeres especiales en un bar de moda, donde retumbaban sonidos que poco me mueven, pero que a otros los hace bailar sin reposo. Y en medio de tantos y de tan pocos, me entraron los años, la consciencia filosófica que me raya el coco, esa que me sonsaca sin avisos de la cotidianidad que no me gusta, y entrando en una dimensión conocida pero lejana, recapitulé mi camino, mis cuatro décadas consumiendo dióxido de carbono y vapor de agua, y una vez más me sentí tan desterrado, tan solitario, tan lleno de preguntas, tan dubitativo.

Alguien especial en mi vida, me dijo hace poco: 
"Yo no soy 100% nada, y eso me gusta". Yo estuve pensando en su afirmación poco contundente, y me di cuenta que yo tampoco soy 100% nada, y que no lo quiero ser. No soy 100% bueno, pero tampoco soy un ser malvado al cien por ciento, como no soy un ser triste al 100%, aunque estoy cerca, pero también tengo momentos de felicidad pura, que aunque no duren mucho son fuertes y vibran con duración caduca. No tengo certeza de nada al 100%, ni de lo que quiero, lo que creo, lo que me gusta, lo que no, lo que siento, y es debido a que me permito ser un individuo cambiante, abierto, un ser que duda por completo, sobretodo de mi mismo, pues descubrí que mi imperfección me sorprende cada día.
"Todos tenemos un esqueleto en el armario", me dijo alguien más, también especial, y yo solo pude constatar en mis adentros esta frase real, pues mis esqueletos en el armario son muchos... y se van acumulando con el paso de la vida.

La verdad es que a veces pienso que no sirvo para vivir por estos lares, para lidiar con mundo que no me gusta, para asumir responsabilidades impuestas para subsistir. No entiendo la vida, y por eso realizo conjeturas como teorías banales que justifiquen mis dudas, pero estas no sacian mi curiosidad. Intento entonces desprenderme de hábitos sociales, de imposiciones centenarias generadas por conveniencias de quienes tomaron las riendas económicas del globo, y nado en contra de las riendas y los prototipos, y me sumerjo en ficciones tan profundas, tan mías, que logro idealizar mi concepto de simpleza, y soy el todo y la nada, y encarno la dualidad en su máximo concepto, y soy dios y diablo, sabiduría e ignorancia, vos y ellos, y yo. Porque me doy cuenta que todos somos casi iguales, pero nos separa el concepto social, ese que nos diferencia y nos hace creer que somos distintos. No, somos casi iguales, pero en nuestro afán por diferenciarnos marcadamente de lo que no nos gusta, obviamos lo lógico, la esencia del entorno, la raíz que nos une, ese común denominador llamado humanos.

Sin entender el rumbo sigo caminándolo, quizás porque entiendo que la incertidumbre genera tomar riesgos, y estos a su vez se traducen en enseñanzas que me permitirán crecer de alguna forma.
Sigo aquí porque a pesar de mis incredulidades, tengo fe en mí, tengo confianza en otros, en ella, en él, en vos, incluso en ellos, esos desconocidos que me sorprenderán con actos buenos que nos permitan ser mejores. 

Hoy pienso que la vida es una obra teatral, y nosotros actores subidos en tarima intentando interpretarla como mejor podamos. Entonces un día cualquiera el libreto llega al fin, y nos toca bajarnos del tablado para que otros que ya han estudiado el suyo, suban y continúen generando la misma obra, la que otros disfrutarán y aplaudirán por algún tiempo, hasta que sea su turno de rotar con nuevos artistas.

Sin importar entonces el papel que te toque interpretar, lo importante es que comas pop-corn y chocolates, al final de todo no se trata de la obra en sí, sino de la manera en que disfrutaste su entorno.











lunes, 20 de mayo de 2019

¡Me ilusionó y se fue!

-Hello?, contesto mi celular, aunque no reconozco quién me llama.
Es un número de Nueva York, y pienso que quizá es un amigo (a) que olvidé grabar en mi teléfono, o de pronto es mi hermano, que aunque llama poco, muy poco, haya cambiado su número y me esté notificando su nuevo contacto.

Es increíble todo lo que uno puede pensar en milésimas de segundo, tal como si las cientos de miles de conexiones que salen de tu cerebro se activaran en el mismo instante en que un acontecimiento ajeno sucede en tu vida, es este caso una llamada telefónica. 

-Hello!, me dicen del otro lado de la línea. Es una voz que no percibo familiar, suena como si tuviese la nariz tapada, lo que me hace suponer que tal vez las calles de Manhattan estén frías, ventosas, y mi interlocutora monosilábica esté comenzando una enfermedad viral, de esas que nos atacan a todos por el mal tiempo, o por descuido, pues a veces uno no se abriga lo suficiente y se expone a las atrocidades del tiempo. Aunque cabe otra posibilidad, y es que sea una mujer ñata que hable así por problemas de nacimiento.

-Yes, can I help you?, indico con algo de curiosidad, mientras pienso que puede ser la editorial de la que estoy esperando respuesta hace ya varias semanas y la que me tiene en ascuas. Sé que tienen una oficina en la gran manzana, y que es posible que me estén llamando para darme las fechas de publicación de mi nueva novela.

-Yes, good morning, argumenta la mocosa dama (en el mejor de los casos), porque también puede ser que su nariz defectuosa por causas de nacimiento obstaculice el aire que pasa por sus fosas nasales y llega a su garganta, lo que ocasiona una afonía persistente muy normal entre quienes tienen problemas de tabique, como yo. 

En ese momento no puedo evitar imaginar la escena que circunda a 1200 millas de distancia. La veo caminando por la Quinta avenida, envuelta en un abrigo negro que tiene sobre un vestido de flores pálidas. Sus botas le llegan a la rodilla dandole un toque de sobriedad, y hacen juego con la pañoleta color café que lleva amarrada de su cuello largo. Sostiene el celular en su mano izquierda, mientras esquiva con destreza a los transeúntes que pasan a su lado con la velocidad típica de una ciudad donde el mundo gira en círculos viciosos. En su mano derecha lleva mi manuscrito en una carpeta cerrada que agarra con vigor, evitando que el viento le arrebate las hojas y vuelen como cometas sobre las calles de todos y de nadie. 

-Morning. Who's this?, respondo, sabiendo que ahora tendré que viajar de improvisto a Nueva York para reunirme con los editores y planear la portada con el departamento de gráficas, tal como sucedió antes con mi primera novela.

Observo rápidamente el calendario pegado sobre la puerta de mi nevera, y me doy cuenta que tengo algunos días disponibles la semana entrante, así que perfectamente podré viajar en esas fechas, aunque le aclararé que debe ser un viaje relámpago, pues dos días después tengo un compromiso ineludible con una universidad local.

-My name is Margaret, señala ella, y siento como toma un respiro profundo. Claro, pienso yo, es que caminar rápido en esa ciudad y hablar por teléfono implica que por lo menos tengas un estado físico decente, porque de lo contrario o pierdes el paso y de seguro no alcanzarás el tren que te lleve a la oficina, o te cansarás hablando mientras haces otras 15 actividades al mismo tiempo. Imagino entonces a Margaret entrando a la estación de trenes en Grand Central, bajando corriendo las escaleras eléctricas, mirando el tablero enorme que indica a qué hora sale su tren con camino a su destino, y dirigiéndose con urgencia al pasillo indicado donde tendrá que batallar con otras 100 personas para alcanzar un puesto cómodo, pues de lo contrario tendrá que ir de pie, agarrada a un tubo frío y lleno de gérmenes que empeorarán su gripe.

-Pobrecita-, pienso en silencio, pues no es fácil estar enfermo con mocos en medio de tanta gente en un tren que prende y apaga sus luces mientras se menea de un lado al otro. 
Camino entonces a mi cocina y busco el tarro de vitaminas C, sabiendo que antes de mi viaje a Nueva York tengo que estar con mis defensas altas, pues de lo contrario Margaret me pegará esa peste que lleva en sus entrañas, y con la que de seguro ya ha contagiado a todos en la editorial.

-Can I speak with Lisa?-, continúa ella. 

-Lisa? respondo extrañado. -My name is Hector, recalco, esperando que ella caiga en cuenta que confundió los libros. Entonces pienso que Lisa debe de ser otra escritora, y que la mujer que me habla, Margaret, corregirá el malentendido y me dará la fecha que espero para mi viaje.

-Oh sorry. Wrong number, argumenta con voz de disculpa intrínseca, y sin mencionar una palabra de más cuelga la llamada, dejándome sumido en la incertidumbre editorial.

No entiendo en qué momento asumí que se trataba de la llamada que espero con ansias, y culpable por mi mente ficticia decido salir a tomar un respiro intenso en el balcón de mi apartamento, pero un viento frío me abraza con sutileza, y solo dos minutos después estoy estornudando con la fiereza de la ñata equivocada, la misma que a través de su llamada de mentiras me contagió de mocos y esperanzas falsas.  




miércoles, 1 de mayo de 2019

Controla tus reacciones.

Entro a uno de los elevadores de mi edificio para dirigirme al piso donde vivo. Saludo a quienes se encuentran en aquella caja, pero nadie responde mi cortesía. Las puertas se cierran y observo a los presentes uno por uno. Ninguno de ellos me mira, ni tampoco miran a otros. Es como si el momento más incómodo del día fuera aquel donde nos tenemos que exprimir como naranjas en una caja que sube y baja, temiendo que en algún momento se detenga y la puerta no se abra.
Somos vecinos todos, pero aún así, no hay ninguna empatía en aquel momento donde respiramos el mismo aire, y ojalá que sea lo único que respiremos.

La mayoría de los que están a mi lado observan sus pantallas del celular, sumergidos en fotos ajenas de Instagram, quizá intentando que los pocos segundos compartidos sean más breves de lo que en realidad son. Una joven mira sus zapatos, o el piso ya sucio del elevador. Intento descifrar en dónde se posan sus ojos negros, pero ella se da cuenta, y sin mirarme ni un solo instante saca su teléfono y sigue la coreografía del resto.

-Mierda, pienso para mí un poco molesto con la tecnología. No existimos en absoluto en ciertos lugares, en ciertos momentos. Somos 7 personas casi rozándose la piel, pero estamos tan lejos los unos de los otros, o al menos pretendemos estarlo.

El ascensor comienza a detenerse en algunos pisos inferiores, y los pasajeros se bajan con rapidez sin decir adiós, exhalando por haber sobrevivido un día más a aquella prueba infernal de la vida.

Aun adentro, observo un aviso que está pegado en un cuadro de cristal sobre una de las paredes. Es allí donde la administración suele poner los avisos importantes del edificio. Lo que me llama la atención es que justo al lado de quien firma la misiva, se encuentra una foto de la mujer maravilla de medio cuerpo recortada por su silueta. Da la impresión de que es ella quien ha escrito la carta, y a la vez, es la única forma en que los ocupantes de la caja pierdan un poco el estrés que los acompaña y esbocen una sonrisa.
Ayer no estaba esa foto, pero si la de un señor regordete que se reía, mientras uno de sus dientes estaba pintado con un marcador negro.
Un día antes no estaba el gordo con caries, en su sitio había un enano calvo sin camisa que bebía una cerveza.

Imagino a la gente de la administración desesperada cada mañana sacando las fotos del recuadro de cristal, y me da risa que cada día una nueva imagen anochece pegada junto a las notas 'importantes' que la junta directiva del edificio quiere que todos leamos.

Miro entonces a la mujer maravilla y sonrío, especialmente al ver como una de sus piernas se posa exactamente sobre el nombre del presidente del edificio. Una mujer me mira la sonrisa, y con un gesto de seriedad indica:

-Los niños no respetan nada, no hay valores en las familias.

Por una milésima de segundo me siento aludido por su comentario, pero luego me da más risa el saber que otros se amarguen por una broma de buen gusto. 

-¿Te parece divertido el vandalismo a la propiedad ajena?, me increpa desafiante.

-Algo de gracia si tiene, le contesto, y aduzco que exagera, pues no es que hubiesen rayado las paredes, o pintado con un aerosol el piso; pero ella se molesta más, y mirándonos a todos menciona que pedirá se revisen las cámaras del ascensor para dar con el paradero de los mocosos culpables, y sin decir buenas noches se baja en su piso dejando una estela de azufre por todo el corredor.

Todos nos reímos un poco, y desde ese momento se aliviana el ambiente y comenzamos a charlar con amabilidad.

Llego a mi casa minutos después, con el convencimiento pleno de que no podemos manejar las acciones venenosas de otros, pero sí nuestras reacciones, y que tenemos que controlar la manera en que decidimos qué nos afecta y qué no. Ah, y antes de que se me olvide, busco una revista vieja y recorto el personaje que mañana reemplazará a la heroína maravilla.





domingo, 21 de abril de 2019

Creatividad y emprendimiento

Hace solo unos días tomé una decisión difícil en mi vida laboral: renunciar al sitio donde llevaba trabajando casi 8 años, y en donde mantenía una estabilidad profesional que me otorgaba tranquilidad. Además de ser una gran empresa (a la que siempre estaré agradecido y vinculado de alguna manera), fue una casa donde crecí en mi carrera, donde obtuve madurez, donde tuve oportunidad de entrevistar a cientos de personajes relevantes en la vida socio política y cultural del mundo actual, y conocer muchas historias de personas que aunque no son tan conocidas, van cambiando al mundo a través de su trabajo social y sus visiones de vida en muchos países de América latina. 

No fue una decisión fácil de tomar, pues es complicado salir de tu zona de confort para lanzarte al vacío sin tener una propuesta de trabajo diversa. Pero lo hice por varias razones, y una de ellas es emprender un camino por mi mismo y lograr que mi experiencia pueda ser útil para muchas personas más.
Vivimos en un tiempo de globalización extrema, donde la tecnología avanza a pasos agigantados y nos permite unirnos en segundos sin importar las distancias, aunque sabemos bien que la mal utilizamos para perder el tiempo en banalidades y alejarnos de quienes están cerca. Pero miremos el ángulo positivo de la misma, y esperemos que de esa forma podamos aprender a controlar la adicción generada a las redes sociales que poco nos nutren.

A través de la tecnología y nuestra accesibilidad a ella, podemos emprender proyectos propios con mucha más facilidad que hace pocos años atrás, ya que ahora nuestros mensajes y negocios pueden llegar a una audiencia mayor si contamos con una buena estrategia de marketing. Aún así, la naturaleza del ser humano es la de aferrarse a la certeza, a la comodidad brindada por la estabilidad, y no la de tomar pasos que nos saquen abruptamente de la rutina planeada con anticipación. Muchos de nosotros tenemos ideas grandes o medianas —pues no hay ideas pequeñas— de montar nuestras propias empresas, de generar proyectos que nos apasionen, de emprender, pero pocos, muy pocos lo intentan debido al temor constante emanado en la duda de no ser exitosos y de perder de un momento a otro lo construido por años dentro de un empleo.

En mi caso, mi trabajo en CNN me apasionó todo el tiempo, y por esa razón fue aún más difícil dejarlo, pero la vida es corta, muy corta, y a veces no nos damos cuenta de que debemos tomar decisiones drásticas que duelen, para mejorar nuestro entorno.
Para muchos, emprender es tan simple como montar un negocio. Pero la verdad es que emprender es mucho más que eso. Es hacer que las ideas nazcan, lanzarse a hacerlas posibles, apostar, ilusionarse, temer el fracaso y aun así fracasar un poco, crecer, avanzar, no quedarse quieto, caerse, levantarse, tener incertidumbre, desear que los días tuvieran 40 horas, saborear los logros y echarle la capa a las dificultades. Emprender es una aventura llena de luces y sombras, pero sobre todo, es el orgullo de poder luchar por sacar adelante algo de la nada, es sentir en las entrañas el miedo por saltar al vacío sin paracaídas. Emprender es ser valiente, tener miedos, dudar, defender una idea, superar barreras, ser inconformista, estar abierto a las oportunidades, afrontar el fracaso, creer en el talento, tener voluntad y ser constante. Ser un emprendedor es crecer como seres humanos a través de la obtención de metas personales. 

—¿Y si fracaso?—, preguntarán muchos.
Les quiero contar algo. El fracaso es el mejor maestro de todos, pues es él quien nos enseña a ser resilientes.
La mayor diferencia entre una persona exitosa y una que aún no lo es, es que la primera ha fracasado más veces de las que la segunda lo ha intentado. El fracaso sumado a la perseverancia es sinónimo indiscutible del éxito.
Yo conozco muy bien a qué sabe el fracaso, pues desde que llegué a vivir a Estados Unidos en mayo del 2001, he tenido que comérmelo a cucharadas grandes.
Fracasé por años en el mundo laboral. Quizá un cúmulo de factores internos jugaron en mi contra, como mi nerviosismo extremo, mi torpeza innata, mi ignorancia en muchos aspectos, mi inexperiencia, y sobretodo la carencia de planificación a la hora de querer realizar un nuevo emprendimiento.

Fui despedido de decenas de empleos, especialmente de aquellos trabajos de mano de obra donde resulté siendo un peligro para los empleadores.
Por mi premura y torpeza extrema quemé un hotel en Nueva Jersey donde trabajaba como mesero, destruí parte de una construcción en Miami cuando laboraba como obrero, inundé la cocina de un restaurante en Nueva York en la que fui cocinero, trabajando como barman en una fiesta de matrimonio, le pegué con el corcho de una botella de champaña a la novia en su bella cara, solo por enumerar unas pocas desgracias laborales.

—¿Eso quiere decir que todo el que intente emprender tendrá que fracasar primero?—, preguntará alguien más.
Absolutamente no. Y de ahí la importancia de canalizar y ejecutar un proyecto de la mejor manera posible, comenzando con la generación de la creatividad, una cualidad de todos que erróneamente hemos confundido con un talento, cuando la verdad es que es solamente un hábito que tenemos que educar en nuestra cotidianidad mediante prácticas sencillas.

Durante los últimos diez años he escrito varias novelas (publicadas y en via de publicación), además un libro de cuentos; y hubo momentos en que la imaginación parecía agotarse y mis hojas quedaban en blanco por largos periodos de tiempo. Entonces tuve que recurrir al estudio de la creatividad y la innovación, descubriendo teorías y prácticas relevantes para retomar las buenas ideas y permitirme volver a llenar mis páginas con historias ficticias leídas por muchos.
Y es por eso que me permito con total humildad contarles que he comenzado a dar talleres y conferencias sobre la manera en que todos podemos adquirir creatividad, y de esa manera tener las ideas apropiadas para comenzar nuestros proyectos de forma satisfactoria, al igual que otras charlas sobre emprendimiento e innovación, pues soy un convencido de que con la debida decision y preparación, es posible generar cambios en nuestra vida laboral.


Los invito a que no teman iniciar sus propios proyectos y emprendimientos, a que se arrojen a intentar dar sus primeros pasos como solistas, a que no se conformen con la estabilidad que en muchos casos no proporciona felicidad, a que salgamos de nuestras zonas de confort en búsqueda de nuestro destino, de ese que está en nuestras propias manos y no en unas ajenas.
Sin que suene a frase cliché, sí es posible triunfar por nosotros mismos con una buena idea y una estrategia para materializarla, y yo he podido ser testigo directo del éxito de muchos casos que he asesorado, y que me enorgullecen, pues la tenacidad, la pasión, la bondad y la entrega son las cualidades que indiscutiblemente nos hacen superiores como raza humana, y nos llevan de la mano por el sendero de la independencia y el triunfo.

domingo, 14 de abril de 2019

Es solo una cuestión de actitud

Ultimamente despierto la mayoría de los días sintiéndome como un niño de 12 años, relajado, sin pensar en el corre corre del día, y con ganas de hacer 'chichí'.
Me levanto sin prisa, camino hacia el baño que queda a unos breves pasos de mi cama, y dejo correr con satisfacción el primer torrente que emana de mi cuerpo, mientras muevo mi cintura de un lado al otro intentando tener la puntería de un Robin Hood disparando flechas. Luego, aún medio dormido, me dirijo al lavamanos y mecánicamente enjabono mis dedos, tomo el cepillo de dientes y dejo que le haga un masaje a mis encías, me lavo la cara para borrar los indicios de mis lagañas y me miro al espejo para darme cuenta que no tengo 12 años, ni 20 o 30. Soy un tipo con canas en la barba y en las sienes, con arrugas en la frente y patas de gallinas (esas tres rayas extrañas que salen en una esquina del ojo), con marcada miopía y carencia de pelo en algunos sectores de mi cabeza amorfa. Entonces es ahí donde el chip de mi cerebro cambia sin que yo tenga consciencia de ello, y comienzo a comportarme de acuerdo a mi edad y lo que espera el mundo de un hombre de más de 40 años.

Salgo con seriedad del baño, leo las noticias del día mientras prendo el televisor de la sala para ver lo que sucede; pero sin que pase mucho tiempo, vuelvo a ser el de 12 mientras juego con el cereal y me sirvo un jugo, y le indico a 'Alexa' que ponga mi lista favorita de Spotify y que después de la segunda canción llame a mi mamá para saludarla.
Mientras tanto, lleno el crucigrama del periódico del día, cambio el canal de noticias y termino viendo a Tom y Jerry, y al terminar el desayuno me pongo un short y una camiseta cualquiera y salgo a correr por las calles de mi vecindario, sabiendo que terminaré en el café de mis amigos franceses tomando agua con gas y comiéndome un croissant de chocolate, mientras contamos chistes en dos idiomas y hablamos de cosas irrelevantes que nutren la mañana.

Al regresar a casa tomo una ducha de 1 hora mientras canto un par de canciones y analizo la vida, pues es bajo el agua que surgen mis mejores ideas y en donde los espíritus de Platón, Pitágoras y hasta Tales de Mileto invaden el ambiente y me sumergen en sus paralelismos, esos que se desvanecen cuando los dedos se me arrugan y me doy cuenta que es hora de buscar la toalla.

Luego regreso absorto a la realidad, allí donde debo una vez más comportarme de acuerdo a la edad, pero la verdad sea dicha, ya no soy capaz de hacerlo del todo. Es que le estoy tomando un gusto especial a la vida, y sin decidirlo expresamente, he comenzado a disfrutarla mucho más que antes. ¿La razón? No lo podría decir de manera concreta, pero el simple hecho de saber que se acabará en cualquier momento, me hace sentir que no debo enfrentarla tan en serio, además no tengo una razón de peso para estar triste o amargado, y aunque no es perfecta y tengo pequeñas dificultades, me he dado cuenta que todo es mucho más fácil cuando me siento optimista y contento con mi entorno. Quizá es como dice Fito Páez en una de sus canciones, "es solo una cuestión de actitud", y desde que la buena actitud me acompaña, mis días son mucho mejor.

Se me han quitado los dolores de cabeza que no me dejaban en paz por meses, se fue el mal genio que llegaba sin otorgarme deseos, el estrés proporcionado por mis malas reacciones a las acciones ajenas, la falta de apetito (de todas clases), la pasividad en que me sumergí hipnotizado sin ver el panorama de manera clara.

La vida siempre va a tener altibajos, comeremos mierda en algunas ocasiones, no seremos inmunes al dolor, habrá injusticias, pero solamente de nosotros depende la manera en que asumimos nuestro acontecer, pues podemos dejarnos llevar por las inclemencias del día hacia el agujero negro de la decepción y la amargura, o enfrentarla como guerreros independientemente del resultado, pues incluso para perder hay que tener honor.

Me he dado cuenta que mi estado anímico no depende de otros, ni de que pasen o no las cosas que yo quiero, depende solo de mi, y por eso yo soy el único responsable de que mi presente sea el mejor posible. Quizá no será fácil todo el tiempo, pero estoy seguro que como cualquier hábito, es posible hacer cambios que transformen a la vez la manera en que la mente trabaja (es un proceso llamado neuroplasticidad, donde el cerebro cambia de acuerdo a la conducta que se asuma).

Todos tenemos adentro ese niño (a) que fuimos un día, ese ser que se maravillaba viendo un arco iris, o armando un avión de papel y viéndolo estrellarse contra la pared más cercana; pero crecemos y asumimos roles sociales que nos hacen perder de vista que la vida es un cúmulo de acontecimientos que bien podemos usar a nuestro favor. No estoy asumiendo el rol de motivador, ni más faltaba, pues quién soy yo para hacerlo, pero si asumo el rol de chofer de mi propio carro, ese que me lleva por el camino desconocido hasta que se le acabe la gasolina. En él estoy dispuesto a seguir con la mejor cara posible, manejando con la ventana abajo, tomando rutas que no aparecen en el GPS, perdiéndome a propósito a ver que experiencias nuevas encuentro, montando extraños que necesiten un aventón, y sabiendo que si me estrello, sigo el camino a pie, pues es la única forma de alcanzar la llegada, una que ahora defino como conocerme a mi mismo, y reinventarme todos los días un poco más. Tal vez es la mejor manera para ser exitoso, pues al final mi éxito se mide en mi tranquilidad, y esta a su vez es la generadora de felicidad y armonía.


Así que si me ven jugando en una esquina cualquiera, no piensen que estoy del todo loco, solamente es que estoy re-aprendiendo a vivir.