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miércoles, 1 de mayo de 2019

Controla tus reacciones.

Entro a uno de los elevadores de mi edificio para dirigirme al piso donde vivo. Saludo a quienes se encuentran en aquella caja, pero nadie responde mi cortesía. Las puertas se cierran y observo a los presentes uno por uno. Ninguno de ellos me mira, ni tampoco miran a otros. Es como si el momento más incómodo del día fuera aquel donde nos tenemos que exprimir como naranjas en una caja que sube y baja, temiendo que en algún momento se detenga y la puerta no se abra.
Somos vecinos todos, pero aún así, no hay ninguna empatía en aquel momento donde respiramos el mismo aire, y ojalá que sea lo único que respiremos.

La mayoría de los que están a mi lado observan sus pantallas del celular, sumergidos en fotos ajenas de Instagram, quizá intentando que los pocos segundos compartidos sean más breves de lo que en realidad son. Una joven mira sus zapatos, o el piso ya sucio del elevador. Intento descifrar en dónde se posan sus ojos negros, pero ella se da cuenta, y sin mirarme ni un solo instante saca su teléfono y sigue la coreografía del resto.

-Mierda, pienso para mí un poco molesto con la tecnología. No existimos en absoluto en ciertos lugares, en ciertos momentos. Somos 7 personas casi rozándose la piel, pero estamos tan lejos los unos de los otros, o al menos pretendemos estarlo.

El ascensor comienza a detenerse en algunos pisos inferiores, y los pasajeros se bajan con rapidez sin decir adiós, exhalando por haber sobrevivido un día más a aquella prueba infernal de la vida.

Aun adentro, observo un aviso que está pegado en un cuadro de cristal sobre una de las paredes. Es allí donde la administración suele poner los avisos importantes del edificio. Lo que me llama la atención es que justo al lado de quien firma la misiva, se encuentra una foto de la mujer maravilla de medio cuerpo recortada por su silueta. Da la impresión de que es ella quien ha escrito la carta, y a la vez, es la única forma en que los ocupantes de la caja pierdan un poco el estrés que los acompaña y esbocen una sonrisa.
Ayer no estaba esa foto, pero si la de un señor regordete que se reía, mientras uno de sus dientes estaba pintado con un marcador negro.
Un día antes no estaba el gordo con caries, en su sitio había un enano calvo sin camisa que bebía una cerveza.

Imagino a la gente de la administración desesperada cada mañana sacando las fotos del recuadro de cristal, y me da risa que cada día una nueva imagen anochece pegada junto a las notas 'importantes' que la junta directiva del edificio quiere que todos leamos.

Miro entonces a la mujer maravilla y sonrío, especialmente al ver como una de sus piernas se posa exactamente sobre el nombre del presidente del edificio. Una mujer me mira la sonrisa, y con un gesto de seriedad indica:

-Los niños no respetan nada, no hay valores en las familias.

Por una milésima de segundo me siento aludido por su comentario, pero luego me da más risa el saber que otros se amarguen por una broma de buen gusto. 

-¿Te parece divertido el vandalismo a la propiedad ajena?, me increpa desafiante.

-Algo de gracia si tiene, le contesto, y aduzco que exagera, pues no es que hubiesen rayado las paredes, o pintado con un aerosol el piso; pero ella se molesta más, y mirándonos a todos menciona que pedirá se revisen las cámaras del ascensor para dar con el paradero de los mocosos culpables, y sin decir buenas noches se baja en su piso dejando una estela de azufre por todo el corredor.

Todos nos reímos un poco, y desde ese momento se aliviana el ambiente y comenzamos a charlar con amabilidad.

Llego a mi casa minutos después, con el convencimiento pleno de que no podemos manejar las acciones venenosas de otros, pero sí nuestras reacciones, y que tenemos que controlar la manera en que decidimos qué nos afecta y qué no. Ah, y antes de que se me olvide, busco una revista vieja y recorto el personaje que mañana reemplazará a la heroína maravilla.





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