Translate

domingo, 30 de julio de 2017

Tengo un enemigo peligroso (Denuncia)

Tengo un nuevo enemigo y no sé cómo deshacerme de él. Sé que escribir sobre un tema tan serio como este puede generar escozor para muchas personas, pero no me importa, al fin y al cabo ninguna de ellas tiene que batallar con la ansiedad permanente de ser atacado en cualquier momento por el adversario que se ha enfocado en destruirme.

Sus intenciones son claras, acabar con mi camino; y no tengo duda ninguna que si me descuido puede lograrlo. Lo siento cerca, me respira en la nuca, y estoy supremamente atemorizado del futuro, de mi futuro.

He buscado protección de diferentes maneras, pero hasta ahora sigo vulnerable al peligro que se aproxima; a veces pienso que es solo cuestión de tiempo para perder la contienda, esa misma que no he iniciado y que no entiendo de qué manera ha crecido hasta el punto de arrinconarme contra las cuerdas.

No escribo en un acto de desespero, tampoco es una despedida, ni mucho menos un testamento, pues poco tengo para dejar, más que algunas ideas descabelladas, un par de proyectos inconclusos y algunos años bien vividos. Es solo que he perdido el respeto por los tabúes, por aquellos secretos que se empacan en mentiras de celofán ya sea por el qué dirán, o por vergüenza hacia una sociedad que mucho critica y poco aporta. 

Siento que hay que hablar con claridad, y a mí, que me gusta escribir, pues escribir sin tapujos o adornos para satisfacer a otros. Tampoco es una confesión ni nada que se le asemeje, pues mis secretos (que no son pocos) solo me conciernen a mí, e incluso a veces se me olvidan. 

Volviendo al cuento iniciado, mi bestial enemigo es más fuerte de lo que yo quisiera, es un sujeto peligroso y malévolo, indeseable; y yo necesito liquidarlo de una vez por todas bajo la premisa de la defensa propia, de la supervivencia personal, de la autonomía que siento perder cada vez que se acerca. El problema es que no es una tarea sencilla, y él tiene mucha más experiencia que yo en el maldito arte de finiquitar a sus oponentes.

—¿Quién no tiene enemigos? —dirán muchos, pero créanme cuando les digo que nadie desearía tener uno como el mío. Quizás no sea el peor de todos, pero el simple hecho de que me siento atacado por este, ya lo hace el peor para mí. 

Nunca me he destacado por ser un tipo de problemas, y creo que puedo contar con los dedos de mi mano los ‘enemigos’ que he tenido, los que tal vez sean un par de novios celosos y un profesor de la universidad con el que tuve una fuerte discusión académica que finalizó en su retiro obligado. Pero el de ahora supera todas las expectativas, es un monstruo, un asesino serial, un engendro del abismo, de mi abismo incontenible.

Mi enemigo es la depresión. 

¿Y por qué hacerlo público a los dos lectores que me siguen en el blog? Porque de pronto alguno de los dos (cifra exponencial), lucha en contra de la misma barbarie interna, del mismo demonio bañado en tristeza y desolación, de ese estigma que se calla por pena, por vergüenza de ser juzgado, por el miedo de que otros piensen que nuestra psiquis cojea aún en los caminos más seguros. Pero ¿qué se le va a hacer si cuando no se cojea de una pata se cojea de la otra?

Siempre he sido un tipo nostálgico, melancólico, pero estas actitudes inherentes a mi naturaleza nunca me han afectado en el diario vivir. Tengo pocos amigos, muy pocos, pero son suficientes. Prefiero la soledad de mi apartamento que la compinchería de los conocidos, la tarde de domingo que la noche del viernes, la magia de las 3 am que la nitidez de las 10 de la mañana, la esperanza de los libros que me abrazan, a la realidad nefasta en la que floto; el compás de las letras escritas, que el ruido de las palabras habladas. Así he vivido por cuatro décadas, y así he sobrevivido con pocas cicatrices; pero ahora mi mirada ha decaído y me enfoco sin querer en mis zapatos, los que observo por infinito tiempo mientras una tristeza absurda se apodera de mi todo. 

Y no, no tengo problemas personales, mi depresión no emana de mi frustración diaria, no emerge de problemas sentimentales o laborales, no toma fuerza en deudas (aunque las tengo), ni en insatisfacciones propias. Es más, pudiera decir, incluso con jactancia, que vivo un buen momento en todos los aspectos, y por eso no me explico la razón por la que ahora enfrento el enemigo que opaca la historia que iba tan bien encaminada.

—¡Ánimo! Mira las bendiciones que tienes y concéntrate en ellas, da gracias al cielo por ese gran camino, tienes que ser fuerte—, son solo algunas de las frases cargadas de hojarasca (mierda) que escucho de quienes han notado a mi enemigo, como si alguna de ellas diera resultado. Y es que no es así. Es como si te doliera la garganta y yo te dijera: ánimo, no pienses en eso, agradece por lo que tienes, bla bla bla.

La depresión es una enfermedad, y yo la padezco con fiereza. 
—¿Y por qué tener vergüenza de confesarlo? 
—¿Acaso soy el único con depresión en este mundo?

Tal vez nos da miedo asumir que no estamos totalmente en control de nuestra vida, que somos débiles, que estamos vivos y que de ello se desprenden muchos conflictos internos, que a veces la mente nos juega malas pasadas y llegamos al punto de sentirnos diminutos, sin ganas de seguir, de respirar. 

—Repito: ¿Acaso soy el único con esos síntomas? 
Pues de ser el caso, acepto una camisa de fuerza (azulita, talla L para que no me quede muy apretada, y si tiene bolsillo mejor -para guardar mis lentes-).

Ja ja, ya percibo la llamada de mi jefe preocupada por las implicaciones coyunturales que pueda tener un loco como yo en el ambiente de trabajo, pero mis síntomas, para su tranquilidad mental, no van más allá de la mirada perdida en el suelo en horas de la mañana.


Por ahora planearé la forma de contrarrestar al villano, y si no puedo con él, por lo menos trataré de enfocar mi mirada desolada en un voluptuoso y bronceado cuerpo playero que me haga olvidar que el enemigo sigue cerca.


No hay comentarios:

Publicar un comentario