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sábado, 6 de enero de 2024

Es momento de regresar

Hace pocos días me reuní con un gran amigo en un
cafecito icónico de la ciudad, a sugerencia suya. Había pasado solo una semana desde su cumple 75, celebración a la que no alcancé a llegar por azares del destino. No lo veía desde el funeral de mi padre, casi dos años atrás, cuando me entregó un paquete con algunos recortes de periódicos donde salía mi viejo, y unas columnas de opinión que papá había escrito muchos años atrás en reconocidos medios locales, y que mi buen amigo había recopilado.

La comunicación entre ambos siempre ha sido constante a pesar de que no nos veamos mucho, tal y como pasa con los compinches a través del tiempo. Tras un abrazo sincero y un par de bromas de rigor, procedimos a sentarnos en una mesita frente al mar, pedimos un par de jugos de naranja para comenzar nuestro desayuno, y luego la plática se vistió de café.

-¿Te acuerdas lo que pasó la última vez que estuvimos los cinco aquí?, sonrío. 

En ese momento el silencio invadió el momento y a mi mente llegó con claridad una de las mejores conversaciones que he tenido en mi vida y el posterior pacto que hicimos en una mesa aledaña, donde decidimos desafiar los miedos diarios y los que estaban por venir, prometimos vencer las incertidumbres y las reglas milenarias impuestas para conveniencia de pocos, juramos enfrentar a la vida misma y a sus cuadriculadas tonalidades. Más allá de un pacto entre amigos, fue un compromiso propio, un despertar de la consciencia a una forma de vida sin ataduras sociales y sin fanatismos. 

-Todos te extrañamos, indicó, y en su voz sentí una especie de melancolía que poco reconocía en el hombre que se ha caracterizado por su alegría constante, su ímpetu y su magnética energía. 

-Es hora de regresar... ¿no crees?, dijo sin referirse a un lugar específico, y yo entendí claramente el mensaje. A veces regresar no implica renunciar, ni dar un paso atrás. A veces volver es solo tocar base con vos mismo pero aportando la experiencia ganada por las vivencias buenas y malas, esas que se han encargado de tonificar nuestras almas y de moldear nuestro carácter.

Como en una clase magistral, mi amigo me recordó que los miedos solo entorpecen nuestro andar, que la vida es tan profunda como queramos vivirla, y tan corta y trivial si la vivimos con prisa y atesorando cosas y no vivencias. Con un nuevo sorbo de café, dejó entrever que cada momento posee magia.

-Pero a veces esa magia duele mucho, y a veces causa problemas que no querías tener, pensé en voz alta. Él asintió, y mirándome con simpatía y complicidad supe exactamente que ambos hemos piloteado naves con itinerarios similares, aunque con destinos diferentes.

Siempre con una sonrisa, indicó que el dolor es parte de la obra prima de todos los mortales, pero la finalidad mayor de nuestro paso breve es dejar una mejor casa para los que queden en ella; aunque nada de esto me lo dijo con teorías básicas, por el contrario, su forma de expresarse era a través de vivencias que compartía conmigo como regalos que nunca terminan de abrirse.

Le conté de algunos proyectos personales que he tenido en remojo y que apenas comienzo a contemplar nuevamente, pues he estado flotando en un limbo por los últimos 22 meses. También le pedí consejo sobre una propuesta que recibí y que podría cambiar el curso de mi camino. Una y otra vez obtuve respuestas a través de ejemplos y cuentos colmados de experiencia, de sabiduría, de humanidad. 

Al final no es el camino el que importa, ni el destino final, sino la compañía, incluso si transitas por algunos momentos de manera solitaria, ya que en esos tramos en que crees que estás totalmente solo, siempre vas acompañado de aquellos que llevas en tu mente, en tus recuerdos diarios, en tus sentimientos. Quisiera narrar con más detalles el buen encuentro con el sabio de pelo gris y ojos azules, pero quizá lo relevante de esta historia es que gracias a este nuevo encuentro he regresado, y ahora mucho más vivo.