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viernes, 21 de septiembre de 2018

Galaxias en la madrugada de sábado

Recién acabo una semana laboral que en realidad nunca termina pero que anhelo distante. Esa rutina llena de altibajos que carcome la vida en todos sus aspectos, desde el personal hasta el más olvidado y árido, ese que se esconde en la trastienda de la memoria y que poco quiero sacar a la luz. Me siento muy cansado, agotado. Quisiera no pensar más, y lo intento en vano, pero mi mente enferma de ideas se niega a hacerle caso a mis intenciones loables. Si tan solo supiera controlar el flujo de mis neuronas haciendo galaxias en segundos y generando universos paralelos que me absorben sin delicadeza, si tan solo. En momentos como este, quisiera colapsar y quedarme en el limbo emocional por un par de décadas, quizá solo por segundos, o tal vez es el mismo tiempo en otra dimensión cercana donde el espacio y el movimiento agudo del segundero son solo ficciones.

Y es que con el paso de los días y las experiencias banales -- que son muchas en viernes --, aprendes que la vida misma, especialmente la que se vive de manera social, es una ficción inocua, una actuación para pertenecer a un mundo que poco importa, a una realidad adyacente y vaga. Y al tomar consciencia por métodos naturales o químicos (qué más da), que la vida certera es una secuencia de buenos momentos, inicias a filtrar los segundos del día sin que incluso te des cuenta, y al final, justo antes de dormir, tienes en el puño de tu mano, los minutos especiales que te ayudan a dormir con calma.

Yo siempre tuve temor a muchas circunstancias que no entendía; a la soledad, a la muerte, a la lluvia en noches de invierno, a la enfermedad interna que nadie ve, a la depresión que me acechaba por doquier, a la frustración de no lograr mis metas, al domingo en la tarde, a la apatía de los 'buenos', a la rutina, a las balas, a la idea de quedarme sin una visión religiosa a la que estaba acostumbrado. Y pasó el tiempo, y con él, el macabro viento que me voló como cometa sin control, y aterricé de bruces contra el mundo, y me quebré los dientes de leche, esos que tanto había cuidado, y me di cuenta que de eso se trata el camino, de afrontarlo de la manera en que llegue; sin quejas, sin lamentos, sin justificaciones de los errores personales, sin echarle la culpa a nadie, sin amparos, sin consuelos.

Ya no temo a la soledad, por el contrario se encuentra entre mis mejores amigas, y la muerte se ha colado en mi vida y hemos sido amantes en noches eternas llenas de lujuria y placer, y somos uno, y la lluvia fresca me ha ayudado a crecer, y la enfermedad interna me ha empoderado, y la depresión se ha mezclado con mi frustración constante y me han enseñado a ser único. Lo que no supero aún son los tristes domingos en la tarde, y creo que jamás los superaré. La apatía de los buenos es un puto problema, yo cumplo con no ser apático ni demasiado bueno, las balas las he convertido en canciones y poemas, y la religión ya no es un parámetro de mi vida, pues desde que no la tengo vivo mejor. 

Mi nueva filosofía de vida pasa más por la acción en silencio que por la oración bulliciosa. Creo en la gente, en el poder de la bondad humana, en las risas genuinas, en las miradas amables, en las buenas intenciones, y menos en iglesias y libros mágicos que condenan si piensas diferente.

Hoy siento más y analizo menos; me permito explorar sin temores, y estoy aprendiendo a dar el beneficio de la duda a todos, por lo menos una primera vez, y no tengo necesidad de más.

Mañana quién sabe qué otra galaxia explote en mi cabeza de chorlito dejando este escrito caduco y condenado a la hoguera donde los dioses nos han quemado cada que no les conviene. Si así es el mañana, vaya mierda lo que nos espera!