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domingo, 26 de enero de 2020

Melissa y Yolanda, una unión para siempre.

La bella Yolanda no presentía nada extraño. Su mañana era perfecta y los planes de la tarde le alegraban el alma. Después de dejar algunos documentos en su oficina, decidió regresar a casa por unos minutos y comer algo, antes de salir de nuevo a recoger a sus dos nietos en la escuela.

El sol de enero se mezclaba con el aire del invierno, y por primera vez en muchos meses hacía frío, como en el norte. El viento congelado rozaba su rostro. Se sintió viva, llena de energía, era como si aquellos soplos del ártico le revitalizaran la mente. Una bocanada de hielo la acarició al bajar la ventana de su auto, y allí no pudo evitar que una sonrisa aflorara en agradecimiento, una sonrisa sincera que sería la última de todas.

Apretó uno de los botones que estaban en su llavero intentando abrir la puerta de su garaje, y sin querer abrió fue el baúl de su auto. Yolanda levantó las cejas en señal de molestia, pero intentando resolver su error y no perder mucho tiempo, se bajó velozmente para cerrarlo.

No se dio cuenta que había dejado su auto en reversa. Con paso veloz, como siempre, llegó hasta la parte trasera de su vehículo, y con su mano izquierda cerró la puerta, sin notar que un pedazo de su saco largo gris había quedado dentro del baúl.
Y allí ocurrió su invierno.

El auto comenzó a retroceder, y ella, al intentar moverse hacia un lado cayó al piso, pues no pudo deshacerse del abrigo que la protegía y que ahora la ataba. 
La rueda trasera se incrustó en su ser. Un grito agudo llamó la atención de la única persona que pasaba cerca del lugar, una joven con un perrito.

Melissa llegó corriendo, pero era imposible mover el auto. La única solución era levantarlo con un gato hidráulico que permitiría rescatarla.

Tomando su mano, le preguntó su nombre.

-Me llamo Yolanda, indicó la mujer con la voz cortada.

Los gritos de la joven llamaron la atención de los vecinos, quienes se agruparon para intentar levantar el auto, pero no eran suficientes para lograrlo.

-Quédate conmigo Yolanda, ya está llegando la policía, le decía una y otra vez aquella muchacha intentando darle ánimos. 

Sus ojos se abrazaron fuertemente. Yolanda ya no emitía sonidos, y poco a poco iba soltando la mano de Melissa.

-Dios está con nosotras, dios está aquí, dios está aquí, repetía la joven como mantra, mientras que su humanidad se derrumbaba al ver que pasaban los segundos y la mujer se alejaba.

-Dios está con nosotras, volvió a decir Melissa entre lágrimas, esas que caían sobre la mano sin fuerza de la mujer.

Una ambulancia arribó al destino. También dos patrullas de policía y un carro de bomberos. 
Minutos después, Yolanda partía en una camilla con rumbo al hospital.

Melissa tiene el corazón partido. Hablé con ella y me dice que le duele no haber podido hacer más por la mujer.
Si solo supiera lo vital que fue su compañía en esos últimos minutos de vida de Yolanda, si solo entendiera la importancia de su mano y su voz al lado de quien partía para siempre.

Yolanda tuvo que marcharse en una mañana de viento frío, y a pesar del dolor que sintió su cuerpo, y del pánico por saber que estaba atrapada, no estuvo sola. Había una mano amorosa que la sostenía. 

Todos nos iremos algún día, pero ojalá que en ese momento haya una Melissa cerca para que nos tome de la mano y nos diga que Dios está con nosotros.




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