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sábado, 22 de abril de 2017

Un 'threesome' a futuro

Los 40 años comienzan a reflejarse en el espejo de mi baño. Poco me observo con detenimiento, pero sin saber el por qué, hace algunas horas mientras me cepillaba los dientes, y al ver por vez primera mis ojeras profundas, analicé mi rostro y encontré marcas que eran desconocidas. Ignoro si son nuevas, quizás llevan ahí un par de meses o años, o de pronto es que ahora que tengo lentes nuevos puedo observar la verdadera forma en la que luzco.

La verdad es que poco me preocupan las arrugas, las canas que ya se asoman en mis sienes, o los huecos que se observan en mi cabeza, porque después de los 40, he decidido dejarme caer el pelo.

Siento que estoy en una buena edad, me siento conforme conmigo mismo, tengo una buena carrera profesional que sigo cultivando con esfuerzo, solo tengo un par de kilos de más, y aún, y lo digo con orgullo, no necesito tomar ayudas suplementarias para que el vigor emanado de la luna llena inunde mis ansias diarias.

Sin embargo noto cambios en mi cotidianidad que provienen de las décadas recorridas. Por ejemplo, es sábado y el reloj marca las 11 de la noche. He tenido dos invitaciones para salir; una para tomar unos tragos en un bar cercano, y otra para jugar cartas en la casa de buenos amigos, pero poco me provoca abandonar mi bunker. El bullicio y la algarabía de los sitios públicos me harta, también me causa escozor estar en medio de mucha gente, ver borrachos en la calle, grupos de amigos que actúan de la misma forma y adquieren la personalidad colectiva para querer encajar, parejas que se besuquean canivalescamente, autos que pasan con los decibeles de sus estéreos a la máxima potencia, queriendo lucir atractivos cuando la verdad es que todos sabemos que sus conductores tienen la autoestima baja y el coeficiente intelectual disminuido, chicas en tacones y minifaldas, pintadas para el circo y queriendo levantar al príncipe de la noche, el mismo que en la mañana, cuando el sol pose sus rayos sobre sus lagañas olorosas, volverá a ser el sapo de todos los días; y sobre todo, me da una mamera gigantesca (léase ‘falta de entusiasmo’), conducir en la noche y buscar parqueadero, o en su defecto pedir un Uber de ida y vuelta y esperar en la calle a que no me encuentre, y después de dar 3 vueltas a la manzana termine cancelando mi servicio).

Sin quejarme más, siento que estoy un poco agotado por mi rutina, y que cuando llega el anhelado y corto fin de semana, mi cuerpo y mi mente están tan cansados que solo quiero quedarme en casa, en mi mundo, en la tranquilidad de mi quinto piso y sin presiones de ningún tipo, saltando del sofá a la cama, de la cocina a la biblioteca, de la guitarra al piano, de una cerveza a al baño, de mis libros a mis amores. Así estoy más satisfecho, relajado y recargando baterías que se consumen con mayor rapidez que antes. 

En horas de la mañana hablé con un amigo desde Colombia con el que no conversaba desde hacía al menos 10 años. Tocamos el tema de los 40 años, pues dentro de poco, y si la suerte lo cobija, él también llegará a lo que yo llamo la mitad de la vida (claro está, en el mejor de los casos). Hablamos del presente, del trabajo, de fútbol, de la familia, y entre una cosa y la otra, vino una pregunta que me hizo pensar sobre mi realidad:

—Héctor, indicó con voz misteriosa. ¿Por lo menos ya tuviste un trio sexual?—, y sin dejarme contestar añadió: —Recuerda que entre más años las posibilidades son menores.

Hice entonces un silencio lleno de franca tristeza. Me demoré en contestarle, no porque quisiera engañarlo, si no porque me puse a pensar en sus palabras  vacías, en esas que indagan en la vida propia sin autorización ni licencia alguna. Le dije que nunca había hecho un ‘threesome’, pero que pensaba que la edad no tenía nada que ver para hacerlo, (me di ánimos), y le cambié de tema, no sin antes escuchar que para él eran experiencias fabulosas y no sé cuánta babosada más dijo, pues sin querer no le puse más atención. Luego colgamos con amabilidad y con la certeza que pasarán al menos otros diez años antes de volver a tener una charla tan vacua como esa.

Luego pensé en lo mucho que implicaría ser parte de una experiencia sexual en trío. —Debe ser desgastante, y no sé si esté al nivel para salir avante en una batalla de tal hegemonía—, me dije a mí mismo. Además, sería vergonzoso fracasar en los quehaceres horizontales de un grupo que cuenta con vos para lograr un buen objetivo; y aunque siempre me he sentido atraído por la presencia de los triángulos, ahora no podría ser hipotenusa, y posiblemente ni llegaría al cateto.

No descarto que en algún momento resuelva con seguridad al menos un teorema de pitágoras, pero por ahora me enfoco en que la vida fluya, sin presiones ni ataduras, sin búsquedas ni mapas, solo la dejo ser, sin agendas, sin pretensiones o miedos, tal cual debe ser. 

Ya no pienso más en cuál es el sentido de la existencia, o por qué estoy aquí, o cómo hago para cambiar el mundo, o todas esas dudas apoteósicas que me carcomen los sesos y que tienen respuestas subjetivas de acuerdo a mi estado de ánimo y a los acontecimientos diarios. Ya no vivo para resolver misterios inconclusos, o intentando agradar o pertenecer a sitios y organizaciones ideológicas que me valen un pepino. Creo que los años me han regalado un poco de irreverencia, de descaro, y acepto tales obsequios con los brazo abiertos.
—Es que estás atravesando la crisis de la mediana edad, me ha dicho cualquiera por ahí, argumentando que pronto me verá en un auto descapotado, o en una moto.

—La gente si habla pendejadas—, pienso de nuevo, mientras imagino el auto negro con asientos de cuero donde exploraré los avances de la trigonometría.