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martes, 20 de junio de 2017

Una difícil decisión

Con sorpresa recibí hace poco más de un año una invitación para participar en una reunión de un grupo del que había leído mucho, especialmente en novelas y leyendas casi míticas.
La curiosidad me carcomió por los siguientes días en los que me debatía entre la incertidumbre y la desconfianza. Muchas preguntas arribaban sin respuestas ¿por qué yo? ¿es esto cierto? ¿qué quieren de mí? ¿será una broma?, y otras que iban llegando con el paso de las noches. 
Con cautela y absoluta reserva comencé a averiguar todo lo que pude sobre ellos, pero lo que encontré no me satisfizo, pues el internet está lleno de historias contradictorias basadas en el miedo y la ignorancia religiosa, teorías que hallé inadmisibles. Soy un tipo que duda de todo, incluso de mis certezas momentáneas. Mis años me han enseñado a desconfiar de las hipótesis absolutas, de las justificaciones basadas en libros “sagrados”, de los fanatismos; independientemente de mi aversión religiosa o a grupos con pensamientos inmóviles, pues en este universo todo se transforma y cuando un colectivo no lo hace cae en el absurdo ideológico. 
Días después recibí un nuevo comunicado, esta vez en forma de invitación personal a tomarme un café con un extraño -el que asumí estaba detrás de la primera misiva-.
Guardando por completo la discreción exigida y tomando mis precauciones personales, accedí a esa reunión en uno de los cafés de mi ciudad, en medio de decenas de peatones y a una hora donde el sol aun brillaba sobre nuestras frentes. 
Mi anfitrión me esperaba. Su cara desconocida me recibió con amabilidad. Por momentos me sentí inmerso en las novelas que escribo en mis noches de desahogo, lo que me llenaba de adrenalina. Conversamos un rato de temas superfluos, de trivialidades del día, del mundo y sus acasos, de la vida, esa que es tan trivial como uno quiere que sea.
Poco a poco nuestra interesante conversación se convirtió en una cena con más personas, en discusiones profundas sobre el destino, en encuentros en otras ciudades del globo (están por todas partes), en desayunos mezclados con café, en caras nuevas e ideas novedosas. Muchas mini reuniones sucedieron antes de la fecha indicada en la primera carta que recibí en mi casilla postal.
--¿No creen que sería contraproducente un tipo como yo en un grupo tan cerrado como este?--, pregunté meses después a esas caras ya repetidas en una cena en una ciudad lejana, aduciendo que a pesar de que creo que la libertad está coartada por presiones sociales, por malintencionadas y erróneas ideologías ancestrales, y por un círculo inescrupuloso de titiriteros que juegan con la ignorancia y el temor de masas, aún pienso, en mi utópica inocencia, que yo puedo decidir mis pasos, o algunos de ellos. 
Recuerdo que se sintieron aludidos por mis comentarios directos, que les molestó mi peligrosa sinceridad (peligrosa para mí), y que algunas señas me hicieron entender que un par de ellos estaban ofendidos por lo expresado.
Mi contacto inicial, que se convertía en un compañero de tertulias, me dijo que yo era libre de tomar mis propias decisiones en este caso, y que aun podía decidir si asistir o no a la reunión programada para la fecha que se acercaba.
Lo malo de los grupos exclusivos es no pertenecer a ellos, dicen algunos por ahí, dejando claro que es mejor estar dentro de la colada que fuera de ella, especialmente cuando con vos o sin vos, van a seguir funcionando; pero es que yo nunca he servido para los grupos de más de dos, o para seguir reglas, indicaciones provenientes por niveles superiores que aunque no compartimos debemos seguir como hormigas persiguiendo dulces. No tengo vocación de seguidor de filosofías de vida, ni de movimientos de poder; mi meta no es salvarme ni salvar a nadie, no busco ganarme el paraíso, conquistar el mundo, ser reconocido o llenar mis arcas. Yo solo quiero estar tranquilo, hacer lo que buenamente me dé la gana, no rendirle cuentas a nadie, aprender de mis errores (como este que cometo al narrar esta historia), buscar lo que no se me ha perdido, curiosear hasta que me aburra, pensar por mi mismo, y tomar mis propias decisiones, o las que yo creo que son propias.
Por eso no fui a la reunión inicial, a esa que me introducía en un mundo diferente, y que. . . bueno, tantas cosas.
—Gracias por pensar en mí, pero sabes que no soy material para lo que buscas. Están mucho mejor con mi ausencia—, indiqué a mi interlocutor inicial, o final, no sé ya. 
Él sonrió sin sorpresa, sé que siempre supo que yo no era la persona indicada. Quizás era todo un experimento para probar que todos caben allí, tal vez perdió una apuesta y tenía que convencer a un tipo no apto para la tarea, o a lo mejor y como él me dijo antes de estrecharme la mano, yo no entiendo todavía el motivo de lo sucedido.
—¿Estaré a salvo, cierto?— le pregunté con malicia externa, aunque internamente aquella duda iba cargada de sinceridad.
—No lo dudes ni un solo segundo. Te doy mi palabra—, indicó aquel hombre al que no volví a ver más.