Viene a mi mente
una vez más, un momento de mi niñez que ha marcado mi vida.
Tengo alrededor de
7 u 8 años, voy caminando de la mano de mi papá, un hombre al que veo fuerte,
bondadoso, amigable. Es domingo, muy temprano en la mañana, y nos dirigimos a
la iglesia para escuchar la misa.
La catedral está
cerca de casa, quizás a unas 5 o 6 calles, así que no nos apuramos y nuestro
paso es relajado. Desde el momento en que salimos de casa, mi padre saluda a
cada persona que se le cruza en el camino.
-Adiós, buenos
días, hola, saludos-, expresa aquel hombre con una sonrisa, mientras levanta su
cabeza y mira el horizonte.
Por un momento
me molesta que salude a tanta gente, pues debido a eso, varias personas se
acercan a tocarme la cabeza mientras hablan brevemente con él.
-Don Gildardo-,
escucho una y otra vez, mientras mi viejo responde a estos saludos con una
amable sonrisa.
Mientras nos
detenemos en una esquina, hay un hombre barriendo la calle, y al vernos nos
desea los buenos días. Mi padre le da la mano y hablan por un momento, luego
continuamos nuestro camino.
-¿Por qué tienes
que saludar a todo el mundo?-, le preguntó incómodo.
Las palabras que
siguen han sido una lección de vida que quisiera enseñar a mis hijas y nietas.
-Debes siempre
saludar a todos, dedicarle algo de tu tiempo a ver lo que te rodea, a sonreír,
a hablar con extraños. De todos aprendemos algo, de todos-
Lógicamente en
ese momento no había internet, ni celulares inteligentes o tabletas, ya que de
lo contrario la escena hubiese sido así:
Tengo alrededor
de 7 u 8 años, voy caminando con mi padre mientras escucho en mi i-Pod la nueva
canción de mi artista favorito. Mi viejo sale apurado de casa mientras sostiene
una conferencia en su celular, por lo que no nos tomamos de la mano.
Otros pasan a
nuestro lado, pero todos están sumergidos en las pantallas de sus teléfonos.
-¿Qué ruta
tomamos para llegar más rápido?-, pensaría mi papá en voz alta, y antes de terminar
su frase, abriría la aplicación de mapas en su Samsung Galaxy S5, y nos
desviaríamos del camino mientras tomamos un atajo. Aceleramos nuestro paso,
pues no hay tiempo que perder, a pesar de que es domingo.
Más adelante en
la esquina, muchos mensajes de texto llegarían con sonidos, y él, diría sus
saludos por miedo de caritas felices, y al llegar a la iglesia pondría en
Facebook nuestra locación, no sin antes, escribir un trino en Twitter diciendo ‘buenos
días’, talvez con un ‘selfie’.
Gracias al
universo, la tecnología de ahora no existía mientras yo crecía; pero sin
desviarme del tema, (como ya lo hice), lo que quiero dejar sobre esta hoja con
fondo blanco, es la importancia de necesitar y aprender de todas las personas, sin
importar a qué se dediquen, o su estatus social, cultural, económico, su color
de piel o convicciones, ya que tarde o temprano alguien (del que no
esperábamos), nos sorprenderá con una enseñanza de vida, o con una mano amiga
para ayudarnos a proseguir en este largo camino llamado vida.
Gracias don
Gildardo por esas palabras que un día no comprendí y que ahora escribo en mis redes sociales.