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jueves, 29 de enero de 2015

¿Ficción o realidad?



Abrí los ojos con un fuerte dolor de cabeza. No recordaba nada de lo sucedido, y no sabía el por qué estaba atrapado de rodillas en una oscura y estrecha celda, donde sus cuatro paredes me apretaban. Intenté levantarme, pero el techo me golpeó la frente, y una sensación de claustrofobia se apoderó inmediatamente de mí.

-Esto tiene que ser un mal sueño-, me dije tratando de tranquilizarme, pero por más que intenté despertarme no sucedió.

-No estoy soñando, esto es real-, pensé, mientras una gota de sudor se movía ligeramente sobre mi pecho acelerado y caliente.

Observé que la oscuridad se desvanecía con la luz roja de un rayo proveniente desde lejos. Posé mis ojos en aquel resplandor, y sin saber cómo, mis pupilas se llenaron de luz y pude ver todo con claridad, tal como si alguien hubiese prendido una vela, o una linterna.

Estaba atrapado en una caja metálica donde no podía estirarme. No había movimiento de la misma, y unos ruidos bruscos provenían de la parte posterior, por lo que supuse que me encontraba en un sótano.

Las paredes de aquella celda eran gruesas, pero en una esquina del techo había un pequeño agujero por donde entraba la luz y un poco de aire que me mantenía aún consciente. Intenté no perder el control, y subí mi cabeza tanto como pude para inhalar algo del oxígeno que circulaba por aquel diminuto hueco.

-Despierta, despierta-, me ordené en varias ocasiones, pero la realidad era diferente.

Toqué mi nariz con mi mano derecha, y me di cuenta que estaba sangrando. Noté además que sobre mis dedos llevaba unas finas vendas de un material desconocido, dejando al descubierto mis uñas. Miré mi otra mano, y encontré las mismas envolturas raras. Bajé la mirada a mi cuerpo, y hallé una vestimenta muy extraña. Llevaba un traje oscuro con un cinturón metálico muy grueso, en el que sobresalían varias cavidades profundas, pero vacías.

Imaginé que él, o los causantes de que me encontrara en esta caja, se habían llevado lo que cargaba en mi cinturón, y tal vez otras de mis pertenencias.

Mis pantalones estaban hechos igual de un material desconocido, con un metal liviano y fino que me permitía doblar mis rodillas sin esfuerzo. Busqué en mis bolsillos alguna pista, pero no encontré nada en absoluto.

Mis zapatos eran suaves y elegantes. Moví uno a uno mis dedos y verifiqué que todos estaban allí en perfectas condiciones. Haciendo un acto de contorsionismo como nunca antes, posé mi pierna derecha sobre mi rostro, y desatornillé el semi tacón de mi zapato. Luego y sin entender lo que hacía, encontré dentro de mi bota un dispositivo parecido a una uva pasa, y la tomé entre mis labios mientras me ponía el zapato de vuelta.

Sin que fuera difícil, partí en dos aquel aparato, y puse una mitad exactamente en el agujero posterior. Luego, eché lo más que pude todo mi cuerpo hacía atrás, giré mi cara hacia el lado opuesto, y conté hasta diez.

Una explosión externa sacudió aquella habitación, y las paredes de mi celda cayeron a lo lejos, dejándome libre y aturdido.

Me levanté con rapidez, y noté que algunas llamas se apoderaban de mi brazo izquierdo. Golpeé mi extremidad un par de veces contra una pared de aquel lugar, y pude extinguir el fuego.

Inicié mi huida, mientras escuchaba a varios hombres descender gritando por las escaleras. Con una patada derrumbé una puerta, y me atrincheré al lado de unos costales llenos de mercancía que desconocía.

Al menos quince sujetos arribaron al sótano, e ignorando mi locación comenzaron a disparar con sus armas largas. Supuse entonces que dentro de los costales no había explosivos, pues de lo contrario ellos no hubieran emitido ni una bala.

Saqué de mi boca la otra mitad de mi uva pasa, y la arrojé con fuerza a aquel salón. Esta vez no tuve que contar hasta diez, pues cuando el dispositivo hizo contacto con el piso, hubo una gigantesca explosión que iluminó todo el piso, y quebró los ventanales de la parte posterior. Lo sé porque escuché los vidrios cayendo con fiereza.

Escapé por unas escaleras que conducían a un piso inferior, teniendo como cuartada la oscuridad de la madrugada, y la luz proveniente de mis pupilas que iluminaban todo alrededor.

Corría velozmente como el viento. Mi agilidad era admirable, tanto así que pasé por el lado de varios indigentes y no me notaron. Mis movimientos eran suaves y perfectos. Metros después, pasé por un edificio de vidrio, donde por primera vez pude ver mi reflejo.

Sobre mis ojos llevaba puesto un antifaz azul oscuro que terminaba en punta al lado de mis orejas, y que se afianzaba a mi rostro sin aditamentos de ninguna clase.

Mi cuerpo esbelto y musculoso, y mi abdomen plano, llamaron mi atención por unos segundos. No recordaba tener un cuerpo como este. Mi cara era igual que la de mi memoria. Una energía indescriptible provenía desde mis entrañas, y sin pensarlo mucho, comencé nuevamente a correr sin conocer hacia dónde, pues sabía que el peligro era inminente.

Llegué a una enorme casa blanca, tan familiar y conocida como mi propia morada. Posé mis dedos envueltos en las vendas extrañas sobre la puerta de hierro roja, y un sonido nunca escuchado me dio la bienvenida. Inmediatamente la puerta se abrió.

El tiempo se paralizó. Ahora la agilidad y la destreza que me habían caracterizado, me abandonaban. Con pesados movimientos, incluso para dar un paso, traté de entrar a aquel sitio, pero hacerlo era una tarea ardua y complicada.

Un fuerte ruido cortó el viento en mi espalda. Miré hacia atrás levantando mi cabeza, y observé en el aire cientos de flechas que venían en mi dirección y a escasos metros de distancia. Quise protegerme de las puntudas saetas, pero no supe cómo.

Nuevamente los latidos de mi pecho eran caballos de paso galopando a velocidades ilimitadas.

Un grito proveniente del interior de la residencia, me sacudió con violencia, y me hizo recuperar la esencia de minutos antes.

-Vamos, entra y cierra la puerta-, dijo ella, al momento en que posaba sus ojos negros sobre mi cara confusa de idiota.

En un dos por tres introduje mi cuerpo a la casa, y el retumbar de la puerta fue interrumpido por los golpes de las flechas cayendo sobre ella.

-Tenemos que escapar Batman-, me dijo aquella hermosa mujer, pero su belleza no fue lo suficientemente poderosa para pasar por desapercibidas sus palabras.

-Espera, espera-, le dije con burla. -¿Me acabas de llamar Batman? ¿Como el súper héroe?-

Ella movió su cabeza de manera afirmativa.

Allí, parado en aquel punto, verifiqué que todo se trataba de un sueño, y usando parte de mí consciente, ese que incluso en un sueño nos deja saber que estamos soñando, me hice varias preguntas a viva voz.

-¿Estoy soñando que soy Batman? ¿Por qué tengo sueños fantasiosos de niño de 8 años, cuando en realidad soy un adulto de 37? Además yo ni siquiera veo esas películas ni leo historietas similares-, indiqué con plena tranquilidad cuestionando mis imágenes irreales.

La mujer me miró de nuevo, y con dulce tono de voz me dijo:

-¿Y quién dijo que eran fantasía? Todos estos hombres que tú llamas héroes y que son irreales en tu mundo, existen en esta dimensión y en muchas más. Cuando alguien en tu planeta los crea, los inventa, es porque se ha acordado de ellos en una vida pasada o paralela, pero son catalogados como ficción porque no pueden explicarse-.

Las palabras de la bella retumbaron en mi mente como si las flechas de la puerta me hubiesen golpeado el alma.

-¿Son reales?-, dije de nuevo en voz alta.

Inmediatamente desperté confuso, y decidí escribir mi sueño con los mayores detalles antes de que los olvide.

Ah, y a partir de ahora, escribiré mis cartas a Papá Noel porque uno nunca sabe.







 


 

 

viernes, 23 de enero de 2015

Nicotina amigable


Destapo una Budweiser escondida en mi nevera tras el tarro de la mostaza. Le doy un primer sorbo mientras suena en el fondo de mi apartamento una canción de la difunta Winehouse. Pienso que el ‘rehab’ del que tanto cantaba le hubiera sentado bien, y quizás aún estuviera por estos lares.

Son solamente las 7 de la noche de un viernes de enero, y la pasividad de esta noche comienza a agobiarme un poco. Prendo un cigarrillo mentolado y le doy unas bocanadas, pero pronto me harto de su sabor dulce, y como acto reflejo lo arrojo por mi balcón.

-Este no es un basurero, respeta-, me grita molesto el vecino del piso inferior, y quien se encuentra, para mi mala suerte, en su patio con su novio.

Les pido disculpas, y les digo que lo hice sin ni siquiera pensarlo. Argumento en la misma frase que nunca he tirado colillas de mis cigarrillos a su territorio, y que soy un idiota por hacerlo esta vez. La verdad es que soy un idiota por no haberme fijado que los vecinos estaban allí, pero ya es tarde para arrepentimientos.

Los dos hombres, con los que jamás he tenido una conversación amena, siguen lanzando quejas directas en mi contra, y entre ellos indican lo desagradable que soy con mi comportamiento.

Una vez más les digo que lo siento, y me ofrezco a bajar y recoger mi medio cigarrillo del piso, pensando para mí, que todavía puedo terminarlo con otra cervecita, pero ellos niegan mi entrada a su hogar, y a regañadientes aceptan mis disculpas.

Les ofrezco dos cervezas como tregua a nuestra guerra de nicotina, invitándolos a que fumemos la pipa de la paz con otro de mis mentolados amigos; pero ellos me dicen que no es necesario, y sin mucha simpatía se despiden y se pierden de vista.

La verdad es que es la primera vez que lanzo basura al patio de abajo, y me avergüenzo por esta acción que causa una imagen reprochable de mí mismo. Simultáneamente me alegro que los enojados chicos no hayan aceptado mis cervezas, ya que al revisar nuevamente mi electrodoméstico gigante, descubro que solo queda una botella más. (La que por cierto, me estoy tomando en este momento).

He tenido un día diferente. Una jornada donde me he preguntado si realmente estoy haciendo lo que quiero hacer con mi vida, y si me hace feliz la forma en que pasan mis días. En la tarde almorcé con una buena amiga, y entre mi lasaña y su ensalada de tomate y queso, le dije que me encantaría perderme por algunos meses en un bosque donde pudiera desintoxicarme de una cotidianidad que muchas veces me hace mal. Le dije que en muchas ocasiones me siento atrapado en un sistema que no me gusta en absoluto, y en el que hay que sobrevivir a toda costa. Le comenté que hay días en que me harto de un mundo donde la apariencia, la ignorancia, la superficialidad y las ganas de figurar, son relevantes.

Y es que analizando un poco mi ser interior, y la forma en que miro mi espacio en este momento he llegado a una conclusión que no me gusta para nada: ‘Me siento perdido’.

A mis 37 años, siento que no tengo un rumbo claro que me haga feliz. Inmediatamente pienso que la felicidad es momentánea, y que viviendo en medio de tanto sufrimiento ajeno y propio, carencia de justicia social, ignorancia, desequilibrio económico y sobrevaloración de la frivolidad, es imposible para mí ser feliz todo el tiempo.

Mientras analizo mi entorno cual estudiante primíparo de filosofía, varios golpes en mi puerta sacuden mi último trago de cerveza.

Al abrir encuentro a mis dos vecinos, quienes tras calmar su enojo decidieron aceptar mi invitación de mentiras a consumir las dos cervezas que van bajando por mi intestino delgado y que pronto desecharé emulando la clásica canción de los ‘toreros muertos’. ¿Se acuerdan?

Los saludos con amistad, y los invito a seguir a casa.

-¿Amy Winehouse?-, me pregunta uno de ellos, indicando que la vio en concierto años atrás en Londres, de donde son originarios el vecino y su comprometido.

Sonrío y les digo que ya no tengo cervezas, y que el único alcohol que me sobrevive son un par de botellas de vino tinto, y ante una sonrisa de aceptación destapo una de ellas y brindamos por el hecho de estar vivos.

Adam y Robert, me cuentan un poco de sus vidas, me dicen que se casarán pronto, y hasta me invitan a su fiesta. Brindamos nuevamente por su futuro, y luego fumamos mis mentolados desde mi balcón, mientras disfrutamos de la pasividad de la noche y de la bella voz de la británica.

De un momento a otro, Adam arroja lo que queda de su cigarrillo a su propio balcón, y al darse cuenta de lo que ha hecho, se lleva las manos a su cabeza y hace una mueca de culpa con la que va implícita una amistad que posiblemente perdure por mucho tiempo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

martes, 20 de enero de 2015

Lágrimas de media noche

Con tan solo cuatro añitos, su mirada cansada reflejaba el sufrimiento interno de una existencia que no entendía. Su única compañía era un cachorro blanco que no la desamparaba, y que caminaba detrás de ella como su ángel de la guarda. 

La pequeña sin nombre, deambulaba por las calles empedradas a pie limpio, y recibía de algunos cuantos, sobras de comida, las que compartía dichosa con su mascota.

A pesar de su soledad y abandono, ella no se cuestionaba su presente, y en sus enormes ojos negros pude observar halos de alegría y agradecimiento sincero. Sentada en la orilla de una acera, tomaba entre sus manitas piedras y palos, y jugaba por horas con ellas, quizás convirtiéndolas con su imaginación poderosa en muñecas Barbies y unicornios, con los que viajaba a universos mágicos y lograba obviar por horas su hambre y su carencia de todo.

Al caer la tarde, y justo cuando la oscuridad comenzaba a inundar el ambiente, la pequeña se dirigía, seguida de su guardaespaldas leal, a la misma tienda de siempre. 

El propietario de aquel establecimiento comercial la esperaba con paciencia, y sin dirigirle la palabra, la dejaba seguir hasta un pasillo donde se encontraban varias sillas plásticas viejas. Allí, la menor de la cara sucia y el pelo alborotado, descansaba placenteramente durante la noche, sin una frazada pero lejos de la intemperie, y acompañada como siempre de su mejor amigo, su perrito blanco y hambriento, que no paraba de mover su cola irradiando amor puro.

El dueño de la tienda verificaba que la niña y su perro, de los que no sabía ni quería conocer su nombre, estaban a salvo, y luego cerraba con candado la puerta y se iba a descansar a su casa con su propia familia.

Muy puntual en la mañana, el hombre regresaba a abrir su negocio, encontrando a su protegida y a su guardián de vida esperándolo en la entrada, y de nuevo sin mencionar sílaba alguna, los desamparados se marchaban para comenzar una rutina sin rumbo, y confiados en la buena voluntad de otros que le ofrecían sus migajas.
Muchos pasaban por su lado durante las horas del día, pero pocos se detenían a brindarle una mano.  

-¿Pero no se dan cuenta que es solo una bebé?-, les gritaba yo con desespero, pero nadie parecía oírme.

Mientras yo pensaba la manera de hacer algo, observaba nuevamente como alguien dejaba el último pedazo de un pan en manos de la niña, y esta con una sonrisa brotada desde el alma, partía casi en partes iguales la pequeña porción y se la daba en la boca a su blanco pero sucio y mal oliente seguidor.

La noche arribó otra vez, y como una partitura aprendida de memoria, las cuatro patas del ladrador y las dos piernitas de la menor, subían y bajaban andenes hasta llegar cuadras luego a la tienda de sueños, donde sin mencionar nada seguían un protocolo creado por la costumbre y abrazaban con afecto su colchón de plástico duro en forma de silla.

El hombre se marchó, no sin antes cerrar el candado y verificar que su local estaba seguro.

-Pero déjale algo de comida y una cobija para que se cubra-, le dije en su cara, pero él no me hizo caso y sin gesto alguno emprendió su partida a su hogar.

La inocente y su perrito se acomodaron en sus aposentos con frío, pero rápidamente se quedaron dormidos uno encima del otro. Levantando los ojos al cielo, pedí con el alma en la mano que ambos pudieran soñar con la belleza y la tranquilidad, y que por algunas horas se olvidaran de su acontecer inmerecido. Creo que fui escuchado, porque en la mitad de la noche una sonrisa placentera emanó de la cara de la sucia princesa, mientras su unicornio de verdad movía su colita, tal vez porque también soñaba con un mundo diferente al que padecían cada día.

Una oleada de tranquilidad se apoderó de mí, pero este aire de paz duró poco. El agua proveniente del baño comenzó a inundar el pequeño establecimiento.

-Despierta, despierta-, le grité en varias ocasiones, pero sus fantasías rosas eran más fuertes y válidas que mis alaridos sin eco.

El agua se elevaba con los minutos, y cuando ambos despertaron ya era tarde. En medio del desespero, aquella pequeña y su perro intentaban subirse al punto más alto del lugar, (las sillas de plástico), pero incluso el líquido frío escaló con rapidez aquel obelisco horizontal, cubriéndolos hasta que los perdí de vista.

Intenté buscarlos en medio del caos, pero no los volví a ver.

Ignoro cuántos segundos pasaron hasta que la fuerza del agua quebró una de las vitrinas, arrojándolos a ambos fuera del lugar. Observé que el perrito se sacudía con ligereza, pero la pequeña permanecía inconsciente con su rostro morado.

En ese momento desperté sobre mi sofá con el corazón palpitando tan rápido que me tomó varios minutos calmarme. Mis ojos estaban llenos de lágrimas, y ahora incluso, después de más de media hora, siento una enorme tristeza por uno de los sueños más reales que he tenido en mucho tiempo.


Es la 1 de la madrugada y ya no puedo dormir.

sábado, 3 de enero de 2015

Buscando sexo online, o algo más

Comencé a trabajar en una nueva aplicación para teléfonos móviles que llevo planeando hace un par de meses. La creatividad no me falta, es más, hay días donde aprovecho su desborde para finiquitar mis ideas inconclusas, pero mi carencia en conocimientos tecnológicos dificulta un poco la realización constante de mis proyectos.

Acudí entonces a una amiga experta, y le comenté mi plan, recibiendo de ella muy buenos comentarios.

-Es fabulosa esa aplicación-, me dijo contenta, y me sugirió que estudiara varias ya existentes con aristas similares, para hacerme una idea más amplia al momento de lanzarla.

Mi gurú tecnológica me dijo que entrara a una llamada ‘Tinder’, en la que personas cercanas a tu lugar geográfico buscan compañía, desde matrimonio, pasando por noviazgo, hasta una noche de copas una noche loca.

Bajé entonces gratuitamente la aplicación, y por medio de mi cuenta de Facebook pude acceder a ella. Inmediatamente después de organizar mi perfil con unas cuantas fotos, comenzaron a aparecer en mi pantalla del celular las fotografías de cientos de personas que viven cerca de mí, con sus requerimientos específicos para conseguir lo que buscan.

Una vez miras la foto y lees (si quieres) su perfil, tienes dos opciones:

          1.     Darle un ‘me gusta’, moviendo la fotografía hacia la derecha
          2.     Darle un ‘No’, girando la misma al lado de los zurdos.

Fotos de hombres y mujeres en sus mejores poses inundaron mi pantalla. Debajo de cada perfil, aparece la edad de la víctima, las millas de distancia de las que está de vos, y después una definición corta de sus expectativas:

-Que ame los perros-

-Que no tenga perros-

-Busco hombre para relación seria. No interesada  en aquellos que pretendan sexo-, rezaba otra, haciéndome pensar que no encontrará un solo hombre sobre la faz de la tierra que no esté interesado en sexo.

-No busco noche pasional. Realmente quiero un compañero en mis aventuras, bla bla bla-

-Si no me haces reír, no me interesas-

-Separada con 3 hijos, buscando al hombre de mi vida-

Por su parte, los hombres del mismo sitio se caracterizan porque no especifican lo que buscan, ya que todos buscan lo mismo: “Sexo”. 

Claro, si hay química después, pues imagino que podría surgir una cena y una nueva noche entre sábanas.

La verdad es que entre las páginas del ‘Tinder’ encontré gente muy atractiva, con perfiles interesantes, incluso tan cerca de mí, que no dudo que cualquiera de ellos viva en mi edificio.

Después de estar metido en aquella aplicación por varios minutos, no pude dejar de pensar que vivimos en un ambiente donde la soledad impera, donde a pesar de vivir rodeados de tantas personas, al finalizar la tarde estamos solos (sin generalizar), y tenemos que recurrir a sitios como este, o los famosos match.com,  cristianos.com, agricultores.com, solterosconalergiasdecomida.com, judíos.com, y otros con nombres patéticos, cuya finalidad es encontrar compañía, sea para tomar un café, buscar un orgasmo rápido, o soñar con el futuro.

No critico en absoluto esta manera de conocer personas, es más, desde un principio les dije que estoy trabajando en una aplicación similar, aunque en la mía la finalizad es diferente. (Ya lo verán si algún día llega a salir).

Creo que estas citas con desconocidos, que ya no son a ciegas porque con las redes sociales podemos vernos en diferentes poses (con ropa y casi sin ella), resultan muy eróticas, ya que generan la adrenalina de lo incierto, del riesgo, de cumplir nuestras expectativas, aunque solo sea a medias.

Por ahora, sigo explorando nuevas aplicaciones que me ayuden a perfeccionar la mía, y de paso, intentaré conocer gente nueva en mi propio edificio.