Abrí los ojos con
un fuerte dolor de cabeza. No recordaba nada de lo sucedido, y no sabía el por
qué estaba atrapado de rodillas en una oscura y estrecha celda, donde sus cuatro
paredes me apretaban. Intenté levantarme, pero el techo me golpeó la frente, y
una sensación de claustrofobia se apoderó inmediatamente de mí.
-Esto tiene que
ser un mal sueño-, me dije tratando de tranquilizarme, pero por más que intenté
despertarme no sucedió.
-No estoy soñando,
esto es real-, pensé, mientras una gota de sudor se movía ligeramente sobre mi
pecho acelerado y caliente.
Observé que la
oscuridad se desvanecía con la luz roja de un rayo proveniente desde lejos.
Posé mis ojos en aquel resplandor, y sin saber cómo, mis pupilas se llenaron de
luz y pude ver todo con claridad, tal como si alguien hubiese prendido una
vela, o una linterna.
Estaba atrapado en
una caja metálica donde no podía estirarme. No había movimiento de la misma, y
unos ruidos bruscos provenían de la parte posterior, por lo que supuse que me encontraba
en un sótano.
Las paredes de aquella
celda eran gruesas, pero en una esquina del techo había un pequeño agujero por
donde entraba la luz y un poco de aire que me mantenía aún consciente. Intenté
no perder el control, y subí mi cabeza tanto como pude para inhalar algo del oxígeno
que circulaba por aquel diminuto hueco.
-Despierta,
despierta-, me ordené en varias ocasiones, pero la realidad era diferente.
Toqué mi nariz con
mi mano derecha, y me di cuenta que estaba sangrando. Noté además que sobre mis
dedos llevaba unas finas vendas de un material desconocido, dejando al
descubierto mis uñas. Miré mi otra mano, y encontré las mismas envolturas
raras. Bajé la mirada a mi cuerpo, y hallé una vestimenta muy extraña. Llevaba
un traje oscuro con un cinturón metálico muy grueso, en el que sobresalían
varias cavidades profundas, pero vacías.
Imaginé que él, o
los causantes de que me encontrara en esta caja, se habían llevado lo que
cargaba en mi cinturón, y tal vez otras de mis pertenencias.
Mis pantalones estaban
hechos igual de un material desconocido, con un metal liviano y fino que me
permitía doblar mis rodillas sin esfuerzo. Busqué en mis bolsillos alguna
pista, pero no encontré nada en absoluto.
Mis zapatos eran
suaves y elegantes. Moví uno a uno mis dedos y verifiqué que todos estaban allí
en perfectas condiciones. Haciendo un acto de contorsionismo como nunca antes,
posé mi pierna derecha sobre mi rostro, y desatornillé el semi tacón de mi
zapato. Luego y sin entender lo que hacía, encontré dentro de mi bota un
dispositivo parecido a una uva pasa, y la tomé entre mis labios mientras me
ponía el zapato de vuelta.
Sin que fuera difícil,
partí en dos aquel aparato, y puse una mitad exactamente en el agujero
posterior. Luego, eché lo más que pude todo mi cuerpo hacía atrás, giré mi cara
hacia el lado opuesto, y conté hasta diez.
Una explosión externa
sacudió aquella habitación, y las
paredes de mi celda cayeron a lo lejos, dejándome libre y aturdido.
Me levanté con
rapidez, y noté que algunas llamas se apoderaban de mi brazo izquierdo. Golpeé
mi extremidad un par de veces contra una pared de aquel lugar, y pude extinguir
el fuego.
Inicié mi huida,
mientras escuchaba a varios hombres descender gritando por las escaleras. Con una
patada derrumbé una puerta, y me atrincheré al lado de unos costales llenos de
mercancía que desconocía.
Al menos quince
sujetos arribaron al sótano, e ignorando mi locación comenzaron a disparar con
sus armas largas. Supuse entonces que dentro de los costales no había explosivos,
pues de lo contrario ellos no hubieran emitido ni una bala.
Saqué de mi boca
la otra mitad de mi uva pasa, y la arrojé con fuerza a aquel salón. Esta vez no
tuve que contar hasta diez, pues cuando el dispositivo hizo contacto con el
piso, hubo una gigantesca explosión que iluminó todo el piso, y quebró los
ventanales de la parte posterior. Lo sé porque escuché los vidrios cayendo con
fiereza.
Escapé por unas
escaleras que conducían a un piso inferior, teniendo como cuartada la oscuridad
de la madrugada, y la luz proveniente de mis pupilas que iluminaban todo
alrededor.
Corría velozmente
como el viento. Mi agilidad era admirable, tanto así que pasé por el lado de
varios indigentes y no me notaron. Mis movimientos eran suaves y perfectos.
Metros después, pasé por un edificio de vidrio, donde por primera vez pude ver
mi reflejo.
Sobre mis ojos
llevaba puesto un antifaz azul oscuro que terminaba en punta al lado de mis
orejas, y que se afianzaba a mi rostro sin aditamentos de ninguna clase.
Mi cuerpo esbelto
y musculoso, y mi abdomen plano, llamaron mi atención por unos segundos. No
recordaba tener un cuerpo como este. Mi cara era igual que la de mi memoria.
Una energía indescriptible provenía desde mis entrañas, y sin pensarlo mucho,
comencé nuevamente a correr sin conocer hacia dónde, pues sabía que el peligro
era inminente.
Llegué a una
enorme casa blanca, tan familiar y conocida como mi propia morada. Posé mis
dedos envueltos en las vendas extrañas sobre la puerta de hierro roja, y un
sonido nunca escuchado me dio la bienvenida. Inmediatamente la puerta se abrió.
El tiempo se
paralizó. Ahora la agilidad y la destreza que me habían caracterizado, me
abandonaban. Con pesados movimientos, incluso para dar un paso, traté de entrar
a aquel sitio, pero hacerlo era una tarea ardua y complicada.
Un fuerte ruido cortó
el viento en mi espalda. Miré hacia atrás levantando mi cabeza, y observé en el
aire cientos de flechas que venían en mi dirección y a escasos metros de
distancia. Quise protegerme de las puntudas saetas, pero no supe cómo.
Nuevamente los
latidos de mi pecho eran caballos de paso galopando a velocidades ilimitadas.
Un grito
proveniente del interior de la residencia, me sacudió con violencia, y me hizo
recuperar la esencia de minutos antes.
-Vamos, entra y
cierra la puerta-, dijo ella, al momento en que posaba sus ojos negros sobre mi
cara confusa de idiota.
En un dos por tres
introduje mi cuerpo a la casa, y el retumbar de la puerta fue interrumpido por los
golpes de las flechas cayendo sobre ella.
-Tenemos que
escapar Batman-, me dijo aquella hermosa mujer, pero su belleza no fue lo
suficientemente poderosa para pasar por desapercibidas sus palabras.
-Espera, espera-,
le dije con burla. -¿Me acabas de llamar Batman? ¿Como el súper héroe?-
Ella movió su
cabeza de manera afirmativa.
Allí, parado en
aquel punto, verifiqué que todo se trataba de un sueño, y usando parte de mí consciente,
ese que incluso en un sueño nos deja saber que estamos soñando, me hice varias
preguntas a viva voz.
-¿Estoy soñando
que soy Batman? ¿Por qué tengo sueños fantasiosos de niño de 8 años, cuando en realidad
soy un adulto de 37? Además yo ni siquiera veo esas películas ni leo historietas
similares-, indiqué con plena tranquilidad cuestionando mis imágenes irreales.
La mujer me miró
de nuevo, y con dulce tono de voz me dijo:
-¿Y quién dijo que
eran fantasía? Todos estos hombres que tú llamas héroes y que son irreales en
tu mundo, existen en esta dimensión y en muchas más. Cuando alguien en tu planeta
los crea, los inventa, es porque se ha acordado de ellos en una vida pasada o
paralela, pero son catalogados como ficción porque no pueden explicarse-.
Las palabras de la
bella retumbaron en mi mente como si las flechas de la puerta me hubiesen
golpeado el alma.
-¿Son reales?-,
dije de nuevo en voz alta.
Inmediatamente
desperté confuso, y decidí escribir mi sueño con los mayores detalles antes de
que los olvide.
Ah, y a partir de
ahora, escribiré mis cartas a Papá Noel porque uno nunca sabe.