Con tan solo
cuatro añitos, su mirada cansada reflejaba el sufrimiento interno de una
existencia que no entendía. Su única compañía era un cachorro blanco que no la
desamparaba, y que caminaba detrás de ella como su ángel de la guarda.
La
pequeña sin nombre, deambulaba por las calles empedradas a pie limpio, y
recibía de algunos cuantos, sobras de comida, las que compartía dichosa con su
mascota.
A pesar de su
soledad y abandono, ella no se cuestionaba su presente, y en sus enormes ojos
negros pude observar halos de alegría y agradecimiento sincero. Sentada en la
orilla de una acera, tomaba entre sus manitas piedras y palos, y jugaba por
horas con ellas, quizás convirtiéndolas con su imaginación poderosa en muñecas
Barbies y unicornios, con los que viajaba a universos mágicos y lograba obviar
por horas su hambre y su carencia de todo.
Al caer la tarde,
y justo cuando la oscuridad comenzaba a inundar el ambiente, la pequeña se
dirigía, seguida de su guardaespaldas leal, a la misma tienda de siempre.
El
propietario de aquel establecimiento comercial la esperaba con paciencia, y sin
dirigirle la palabra, la dejaba seguir hasta un pasillo donde se encontraban
varias sillas plásticas viejas. Allí, la menor de la cara sucia y el pelo
alborotado, descansaba placenteramente durante la noche, sin una frazada pero lejos
de la intemperie, y acompañada como siempre de su mejor amigo, su perrito
blanco y hambriento, que no paraba de mover su cola irradiando amor puro.
El dueño de la
tienda verificaba que la niña y su perro, de los que no sabía ni quería conocer
su nombre, estaban a salvo, y luego cerraba con candado la puerta y se iba a
descansar a su casa con su propia familia.
Muy puntual en la mañana,
el hombre regresaba a abrir su negocio, encontrando a su protegida y a su
guardián de vida esperándolo en la entrada, y de nuevo sin mencionar sílaba
alguna, los desamparados se marchaban para comenzar una rutina sin rumbo, y
confiados en la buena voluntad de otros que le ofrecían sus migajas.
Muchos pasaban por
su lado durante las horas del día, pero pocos se detenían a brindarle una mano.
-¿Pero no se dan
cuenta que es solo una bebé?-, les gritaba yo con desespero, pero nadie parecía
oírme.
Mientras yo
pensaba la manera de hacer algo, observaba nuevamente como alguien dejaba el
último pedazo de un pan en manos de la niña, y esta con una sonrisa brotada
desde el alma, partía casi en partes iguales la pequeña porción y se la daba en
la boca a su blanco pero sucio y mal oliente seguidor.
La noche arribó
otra vez, y como una partitura aprendida de memoria, las cuatro patas del ladrador
y las dos piernitas de la menor, subían y bajaban andenes hasta llegar cuadras
luego a la tienda de sueños, donde sin mencionar nada seguían un protocolo
creado por la costumbre y abrazaban con afecto su colchón de plástico duro en
forma de silla.
El hombre se
marchó, no sin antes cerrar el candado y verificar que su local estaba seguro.
-Pero déjale algo
de comida y una cobija para que se cubra-, le dije en su cara, pero él no me
hizo caso y sin gesto alguno emprendió su partida a su hogar.
La inocente y su
perrito se acomodaron en sus aposentos con frío, pero rápidamente se quedaron
dormidos uno encima del otro. Levantando los ojos al cielo, pedí con el alma en
la mano que ambos pudieran soñar con la belleza y la tranquilidad, y que por
algunas horas se olvidaran de su acontecer inmerecido. Creo que fui escuchado,
porque en la mitad de la noche una sonrisa placentera emanó de la cara de la
sucia princesa, mientras su unicornio de verdad movía su colita, tal vez porque
también soñaba con un mundo diferente al que padecían cada día.
Una oleada de
tranquilidad se apoderó de mí, pero este aire de paz duró poco. El agua
proveniente del baño comenzó a inundar el pequeño establecimiento.
-Despierta,
despierta-, le grité en varias ocasiones, pero sus fantasías rosas eran más
fuertes y válidas que mis alaridos sin eco.
El agua se elevaba
con los minutos, y cuando ambos despertaron ya era tarde. En medio del
desespero, aquella pequeña y su perro intentaban subirse al punto más alto del
lugar, (las sillas de plástico), pero incluso el líquido frío escaló con
rapidez aquel obelisco horizontal, cubriéndolos hasta que los perdí de vista.
Intenté buscarlos
en medio del caos, pero no los volví a ver.
Ignoro cuántos segundos
pasaron hasta que la fuerza del agua quebró una de las vitrinas, arrojándolos a
ambos fuera del lugar. Observé que el perrito se sacudía con ligereza, pero la
pequeña permanecía inconsciente con su rostro morado.
En ese momento
desperté sobre mi sofá con el corazón palpitando tan rápido que me tomó varios
minutos calmarme. Mis ojos estaban llenos de lágrimas, y ahora incluso, después
de más de media hora, siento una enorme tristeza por uno de los sueños más
reales que he tenido en mucho tiempo.
Es la 1 de la
madrugada y ya no puedo dormir.
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