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sábado, 13 de julio de 2013

La lluvia va por dentro.

Hoy ha llovido fuertemente en Miami. Puedo asegurar que en el sector donde resido no ha cesado de caer agua ni un instante. Tenía muchos planes de sábado, pero el aguacero y mi pereza de fin de semana se encargaron de acabar con cada uno de ellos. Llamé a algunos conocidos y cancelé dos compromisos que tenía con ellos en horas de la tarde. Ahora el plan se había traducido en quedarme en casa, dedicarme a ver televisión y quizás dejar que Morfeo hiciera de las suyas.
Decidí no salir de casa en absoluto, no contestar mi teléfono, no responder correos electrónicos, o esos mensajes de texto que me tientan con invitaciones nocturnas y a los que raramente rechazo. 
-Hoy no saldré de aquí-, me dije con convicción. 
Sin embargo, el desabastecimiento en mi nevera me obligó horas después a prender el carro y dirigirme de mal humor al supermercado. Para completar, el único lugar para parquear estaba a casi una cuadra de distancia de la puerta principal. Al bajar del auto, mi zapato izquierdo se hundió en una laguna formada por la lluvia. Ahora el agua llegaba más arriba de mis tobillos, por lo que maldije mi suerte. 
Dos minutos después estaba completamente empapado, hambriento y sobretodo molesto por jamás haber comprado un paraguas. Antes de entrar al supermercado un hombre me dio la bienvenida con extrema amabilidad. 
-¿Cómo estas hoy?-, me dijo una voz desconocida. 
-Mojado y hambriento-, respondí, mientras observé que el saludo provenía de un hombre de aproximadamente unos 35 años de edad, de cabello largo, vestimenta muy humilde, y postrado en una silla de ruedas oxidada. 
Aquel individuo me miraba amablemente mientras sonreía. 
En ese momento una señora salió de la tienda y le entregó al hombre un dólar. 
-Dios se lo pague-, la bendijo este, mientras con dificultad guardaba el billete en el bolsillo derecho de sus jeans viejos. 
Observé que sus piernas estaban atrofiadas. 
-¿Quieres un dorito?-, me dijo,  extendiendo uno de sus brazos con un paquete medio vacío con triangulitos de maíz, y nuevamente me regalaba una sonrisa. 
-No, gracias-, le contesté, sintiéndome mal por no aceptar su sincero ofrecimiento. 
Le expliqué que nunca me han gustado los doritos, y le pregunté si tenía galletas de chocolate o un pedazo de pizza por ahí guardado. Ambos reímos, y empezamos a charlar mientras me escurría un poco. 
Su nombre es Ignacio, un nicaragüense que llegó a Estados Unidos hace 9 años buscando un mejor futuro para él y su familia. Aquel hombre me dijo que está buscando trabajo, y que a pesar de haberse graduado como técnico de computadores, su búsqueda laboral no se limita a su campo profesional.  
-He hablado con el gerente del supermercado, y me dijo que hay una posibilidad de que pueda emplearme empacando víveres-, indicó aquel sujeto emanando positivismo en su voz. 
Aquella noticia me alegró profundamente. 
Ignacio me contó que solía trabajar en una empresa de teléfonos celulares, pero que fue despedido hace unos meses debido a un recorte de personal. También me dijo que estaba actualmente intentando legalizar su estatus migratorio en este país, pero debido a su precaria situación económica este proceso se había detenido.  
-Y ¿en dónde vives?-, pregunté curioso. 
-Por muchos meses dormí afuera de este supermercado, pero hace unas semanas renté un cuarto donde pago 300 dólares al mes. 
Ignacio me explicó que no es fácil conseguir este dinero, especialmente porque no está acostumbrado a pedir limosna en las calles. 
Mientras aquel sujeto me contaba un poco sobre su golpeada vida, un fuerte remordimiento atacaba la mía, sabiendo que hacía pocos minutos estaba maldiciendo el haber tenido que salir de mi casa a comprar comida en medio del aguacero. 
Y es que constantemente me dejo envolver en mi rutina, y olvido lo afortunado que soy. Lamentablemente a veces mi ritmo de vida hace que me preocupe por las idioteces que jamás deberían agobiarme y me enfoque en situaciones superfluas e intrascendentes.  
Creo que es importante estar atentos a nuestro alrededor, a quienes circundan en él, a aquellos que no conocemos pero que nos rodean, a las situaciones que suceden en frente de nuestras narices pero que son poco importantes para nosotros.  
Ignacio me habló de la poliomielitis que lo atacó a sus seis meses de edad, y se refirió a ella como un ataque del diablo. Me dijo que las oraciones de sus padres habían logrado vencer esta batalla espiritual y debido a eso había sobrevivido. 
-El diablo me tiene en esta silla de ruedas, pero nunca podrá domar mi espíritu-, añadió. 
Quise decirle que el diablo no tuvo nada que ver con su enfermedad, pero preferí no iniciar una confrontación ideológica que no llegaría a ninguna parte. 
También me habló de su fe religiosa, y aunque yo no comparto sus creencias, admiré enormemente su ímpetu de luchador, y su manera de visualizar su futuro. 
Bostezando prosiguió: -Lo que quiero es volver a trabajar y poder ayudar a otros con discapacidades como yo-, me dijo, al momento en que yo tragaba entero y aprendía de su valentía y coraje. 
Y es que el hambre y el sufrimiento no tienen religión, ni color de piel, aspecto físico o creencias de ninguna índole. El hambre y la miseria deben ser atacadas por igual, sin importar quién las padece.  
El aguacero fue mermando con los minutos, y para mi suerte aquel hombre accedió a acompañarme a la pizzería de la esquina para compartir conmigo más de su tiempo. 
Mientras almorzábamos, me contó que hablaba cuatro idiomas, (español, inglés, portugués y francés). Yo le dije que yo hablaba español y todavía batallaba con la lengua del tío Sam, y reímos nuevamente. 
La sonrisa de Ignacio era sincera. El reflejo que propiciaba uno de sus dientes de oro era sinónimo de la inocencia con la que veía la vida. 
-Tal vez regrese a mi país con mis padres-, dijo él, a sabiendas de que el futuro para un inmigrante indocumentado en Estados Unidos no es como él quisiera, y de que su condición física tiende a empeorar con los años, ya que además padece de una malformación congénita en sus huesos. 
Después de más de una hora de conversación provechosa (más para mí que para él), nos dijimos adiós con un fuerte apretón de manos, y con la convicción que estaremos viéndonos constantemente. 
Al igual que Ignacio, hay muchas personas a nuestro lado que sufren miseria, hambre, frío, soledad, abandono; y que no obstante no tiran la toalla, y siguen luchando contra una vida llena de adversidades y tristezas.  
Irónicamente hace solamente dos días, estuve en una lujosa fiesta donde el exceso fue protagonista, y donde muchos de los invitados llegaron en sus Ferraris, y otros autos pomposos demostrando su poderío. No estoy en contra de que alguien tenga una buena posición económica, ni que se monte en el carro que le dé la gana. Lo que me parece triste es que nos dejemos hipnotizar por el poder, las posiciones sociales, el glamour, la belleza, y nos olvidemos de aquellos que como Ignacio solamente sobreviven. 
A veces el ego, las ansias de poseer más, los ánimos de figurar, de ser reconocidos, el placer, los lujos, y la ambición desmedida nos convierten en seres despreciables, y en autores directos de la miseria que viven seres buenos como Ignacio y como millones más en un mundo desigual. 
Hoy, después de cenar en casa, tuve la urgencia de regresar al supermercado y llevarle a Ignacio un platico de comida, pero no lo encontré. 
Supongo que estará ya en su cuarto descansando tranquilo y planeando con su positivismo el día de mañana. 
¡Buenas noches Ignacio!



 


2 comentarios:

  1. Me encantó ,y es la realidad de muchas personas que tienen la dicha de sentirse felices y agradecidos aún dentro de tantas limitaciones. Te felicito por tu acción y por tu primer escrito en este blog . Excelente. ML

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  2. Asi es Hector, la lluvia para muchos va por dentro; el asunto acá es aceptar el reto que nos pone la vida de ser Sol para quienes traen esa lluvia.
    Abandonar la comoda silla del espectador y aceptar que tenemos en las manos la capacidad y la responsabilidad de generar cambios positivos en el mundo.
    Gracias por permitir que la lluvia de Ignacio nos salpique también un poco.

    Bienvenido a este espacio!

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