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jueves, 25 de julio de 2013

Mi día de buena suerte

Por primera vez en mucho tiempo logro salir de mi oficina un poco antes de las 6 de la tarde. Miro el cielo aun azul donde reposa el sol radiante que ilumina el océano atlántico, y me siento afortunado de que tenga el resto del día solamente para mí.
Sin prisa ninguna planeo minuciosamente qué hacer, ya que por lo general durante los días de semana no termino de trabajar hasta pasadas las 11 de la noche, pero hoy no es igual. Siento que la suerte conspira a mi favor y pasaré unas buenas horas en mi agradable compañía.
Mientras voy caminando hacia mi auto levanto mi rostro y observo de nuevo el horizonte. Inconscientemente una sonrisa de preso recién liberado se dibuja en mi cara. Cierro los ojos, respiro profundamente y doy otro paso, sin saber lo que me espera.
Entonces mi felicidad se ve interrumpida cuando mi zapato izquierdo se posa con determinación sobre un excremento canino que se encuentra justo al lado de mi vehículo. Inmediatamente olvido el cielo azul, el sol radiante, el aire puro, y me concentro enojado en la enorme plasta amarillenta que embarra la suela de mi zapato.
A juzgar por la magnitud de aquella desagradable sorpresa, puedo asegurar que aquel perro tiene alma de elefante, y frunciendo el ceño, intento encontrar con mi mirada al culpable de que mi cordón haya cambiado de color.
-No te preocupes, eso es buena suerte-, me grita un hombre que se monta en su carro, mientras se ríe.
Lo miro molesto, y no le digo nada. Luego levanto mi zapato y observo que la caca de aquel animal (llámese perro o dinosaurio) se ha incrustado en cada una de las ranuras de la suela, y me doy cuenta que no será nada fácil limpiarlas.
-¿Será buena suerte?-, pienso para mí, y dándome ánimos me digo que quizás aquel hombre tenga razón. –Hoy  la suerte está de mi lado-, deduzco.
Abro mi carro, y guardo mi maletín de mano. Después camino hacia un andén lejano y paso el zapato una y otra vez sobre el filo de este, limpiando buena parte de la inmundicia.
Luego busco un palito pequeño y comienzo a limpiar las ranuras de la suela. El olor es fétido, y sospecho que aquel perrito está comiendo inadecuadamente. Logro limpiar la mayor parte del estiércol, pero algunos vestigios quedan como recuerdo de la mascota que no quiero tener.
Decido guardar el zapato en la cajuela del carro, y manejar en medias. (Al fin y al cabo, el pie izquierdo no tiene oficio alguno en un vehículo automático).
El sol se ha ocultado y el cielo se ha puesto oscuro.
-Qué mierda-, pienso literalmente, pero no dejando menguar mis planes decido partir hacia la playa, queriendo ir a cenar en un sitio donde toca una banda de rock en español.
Tomo la ruta hacia mi destino, pero instantes después me encuentro atrapado en un tráfico caótico, donde ningún auto se mueve. Paso casi una hora en el mismo punto, y las primeras estrellas aparecen en el cielo. Al fin los carros comienzan a rodar, y termino siendo desviado por la policía a una carretera que no me lleva a donde quiero ir.
-Hoy no me conviene salir-, analizo, y sin dudarlo tomo la ruta hacia mi casa, pensando en que la suerte no está de mi lado.
Tal pensamiento es corroborado metros más adelante, cuando las luces de una patrulla de la policía detienen mi marcha.
-Tiene una luz trasera que no funciona-, me dice el agente, después de haber revisado mi licencia y la registración de mi carro.
-No tenía la menor idea-, argumento ya cansado.
El representante de la ley me da entonces una multa de tráfico, y me indica que si arreglo aquel daño pronto, no tendré que pagarla.
A las 11 de la noche entro por fin a la casa brincando en un solo pie, con un zapato lleno de boñiga, un tiquete de tránsito y el estómago vacío.
Abro la nevera y me hago un sándwich, luego me doy un baño de agua caliente, me tiro a mi cama confortable, hablo con la gente que amo, y me doy cuenta que aquel hombre tenía razón: Hoy es mi día de buena suerte.




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