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viernes, 20 de diciembre de 2013

En busca del espíritu navideño


Llego al taller de mi mecánico de confianza para cambiarle aceite a mi vehículo. Su nombre es Fabio, un bogotano que conozco desde hace casi 5 años, y que al hoy considero un amigo.

Mientras cambia el filtro del aceite, Fabio me cuenta que no está satisfecho con su trabajo, ya que siente que no es valorado por sus jefes.

Le recomiendo que busque abrir su propio taller, ya que debido a su vasta experiencia no tendrá problema con conseguir nuevos clientes, además estoy seguro que los antiguos lo seguirían.

Argumento que es muy difícil conseguir un mecánico de confianza, ya que la mayoría de ellos se quieren aprovechar de tu ignorancia y abusan con los precios, o por lo menos me ha pasado a mí en otras ciudades.

Me dice que lo ha pensado, pero que le da temor lanzarse a esta aventura, donde tendría que invertir sus ahorros, con el riesgo de que fracase. Fabio es un tipo casado con dos hijas que pronto irán a la universidad, por lo que entiendo perfectamente la razón de sus miedos.

Aún está pagando su casa, los carros de sus hijas, además de enviarle mensualmente dinero a su madre en Colombia.

Seguimos conversando, y me pregunta cómo marcha mi vida. Le cuento sobre mis problemas, mi cotidianidad, y otras cosas más.

El dueño del taller, un hombre que casi siempre está malhumorado, entra al local cargando en su mano una botella de ‘coquito’, un licor que él mismo ha preparado en casa, y que es típico en Puerto Rico.

Nos saludamos cordialmente, y luego me sirve un pequeño trago navideño, al igual que al resto de los clientes. Esta vez tiene una sonrisa permanente, que inclusive lo hace tararear una melodía navideña. Los clientes se contagian de su alegría, y ahora la mayoría de ellos destellan sonrisas repentinas.

-Ya está tu auto listo-, me dice Fabio con amabilidad, añadiendo que me rotó las llantas, además de revisar todos los fluidos, frenos, y otras piezas más.

-¿Cuánto te debo?

-Olvídalo, el cambio de hoy es mi regalo de navidad-, indica.

Me niego a aceptarlo, y le digo que no permitiré que regale su trabajo.

Tras su insistencia, le sugiero que mejor saque unos minutos y comamos algo en una tiendita cubana que está al frente de su taller.

-Pero yo invito-, replica.

Nos tomamos dos refrescos, y algunas empanadas de pollo en su nombre. Luego regresamos al taller, donde le pago su trabajo, y nos damos un abrazo engrasado de navidad.

Comienzo a manejar mi auto sintiéndome bien. Me doy cuenta que la navidad tiene un espíritu especial que nos toca los corazones y nos vuelve más amables y bondadosos.

Mientras conduzco, una mujer atraviesa su camioneta gigantesca sin poner luces, pero logró maniobrar y evitar un choque.

Paso por su lado molesto, pero inmediatamente me pide disculpas. Reacciono con tranquilidad y le indico que tenga cuidado, ya que no quiere estrellarse por ahí. Nos deseamos suerte y partimos con una sonrisa.

-El espíritu de la navidad-, vuelvo a pensar, sintiendo en el aire una mejor vibración.

Llego entonces al centro comercial, para comprar algunos regalos que aún me faltan.

Volteo cerca de 40 minutos buscando un espacio para aparcar, pero la tarea parece imposible.

Al fin logro ver un pequeño espacio, por lo que apresuro mi marcha, pero al llegar sale un auto de quien sabe dónde y me intenta robar el puesto.

Bajo mi ventana y le digo que llevo esperando ratos, pero aquel hombre me grita que me vaya al carajo (en inglés), además me muestra sus dientes como perro rabioso.

Subo la ventana y dejo que aquel hombre sin espíritu navideño haga lo que quiera, además ahora no sabes quién es quién, y es mejor prevenir un problema mayor.

Al cabo de otros 15 largos minutos encuentro un nuevo lugar donde dejo mi auto.

Al entrar al centro comercial encuentro a cientos y cientos de personas realizando sus compras navideñas.

Canciones de navidad resuenan por las 4 puntas. Un Papa Noel se ubica en la puerta de cada tienda, mientras tocan una campana chillona que comienza a generarme jaqueca.

Entro a una tienda y busco lo que compraré, mientras otros muchos siguen entrando al mismo almacén, generando empujones y otros contactos físicos.

Me dispongo a pagar, pero me encuentro con una fila de  más de 30 personas. Solamente dos personas atienden las cajas registradoras. Miro con detenimiento a quienes están delante de mí, y me doy cuenta que la mayoría de ellos cargan varios artículos, por lo que deduzco que será al menos otra hora perdida en línea.

Salgo de la tienda entonces sin los regalos, un toque molesto, y pensando que mañana sábado tendré que regresar, a pesar de que será peor.

La campana del gordiflón Papa Noel me resuena en un oído, dejándome un eco agudo que duró por horas. Lo miro seriamente y me provoca meterle su campanita por…, pero el hombre al notar mi disgusto me dice:

-Jo jo jo, feliz navidad-

Respiro hondo, y le digo feliz navidad entre dientes.

Luego salgo del enorme edificio y me dirijo a mi auto, pero no lo encuentro.

Sé que cabe la posibilidad de que haya salido por una puerta diferente a la que entré, y debido a mi retentiva de dos pesos, me demoro casi 40 minutos más buscando mi transporte, hasta que después de vueltas y vueltas, lo veo al final del parqueadero.

Me subo al auto y me doy cuenta que el espíritu navideño ya no me acompaña, es más estoy convencido que no lo tuve nunca, y que mi buen estado de ánimo mañanero fue un reflejo de las acciones buenas de otros.

Siempre he pensado que no podemos controlar lo que pasa a nuestro alrededor, pero sí la manera en que reaccionamos y por tanto nuestro estado mental y anímico. A pesar de saberlo, pocas veces lo aplico a mi cotidianidad, ya que es muy fácil saberse la teoría, pero ejercitarla es una tarea que conlleva un largo camino.

Al escribir estas líneas pienso que mañana asumiré una mejor actitud cuando vaya a hacer mis compras navideñas, a pesar de que el Papa Noel de cada tienda quiera sacarme de casillas con su campanario manual.

Espero que el espíritu navideño me contagie durante las próximas horas y mi actitud sea positiva, a pesar de que la de otros no sea así.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Mi desvelada favorita


He tenido una noche perfectamente imperfecta. Intenté acostarme alrededor de las 11 y descansar, pero al cabo de unos minutos me di cuenta que dormir sería una tarea complicada, así que decidí prender la tele. Canal tras canal, y programa tras programa, llegué a la conclusión que no había nada que me interesara. Fui entonces a la cocina a saciar mi ansiedad, pero al abrir el refrigerador, no encontré nada que me apeteciera.

Pensando que un poco de aire fresco me haría bien, me puse un jean viejo y unos tenis cualquiera, y caminé alrededor de casa, pero la pasividad de mí vecindario me carcomió los deseos atrapados en el pecho.

Prendí el auto, y partí sin rumbo fijo, confiando que mi cacharrito supiera más o menos a dónde ir. Sin GPS, ni canciones de radio, llegué a una plazuela comercial, a la que nunca había ido, a pesar de pasar por allí casi todos los días.

Bajé del vehículo, y comencé a husmear alrededor. Al final de la calle, se escondía tímidamente un bar pequeño, y sin avisos publicitarios.

-De pronto un trago es lo que requiero para poder dormir como merezco-, pensé errado.

Al entrar a aquel lugar, me sorprendí al ver que los pocos clientes pertenecían a la tercera edad, o incluso a la cuarta y quinta.

El hombre que atendía tras la barra, también llevaba en su rostro las arrugas derivadas de mínimo siete décadas. Los presentes me miraron preguntándose lo mismo que yo me preguntaba. ¿Qué diablos hago aquí?

Pedí un whiskey doble en las rocas, y me senté junto a un hombre que fumaba un cigarro mentolado, y que bebía una cerveza cualquiera.

-¿No puedes dormir?-, indagó aquel extraño, dejándome de una sola pieza.

Moví mi cabeza de un lado a otro, y tomé otro trago. Luego miré el reloj. 12:22 am.

-¿Quieres un cigarrillo?-

Acepté sin palabras, al momento en que echaba de nuevo un vistazo a los otros ancianos. Todos tomaban la misma cerveza que el hombre sentado a mi lado, por lo que asumí que había una oferta especial. Quizás un dos por uno, o algo así.

Una mujer hermosa de aproximadamente 60 años, se sentó a mi lado derecho, y al notar que tenía el cigarrillo en la mano, prendió su encendedor y lo acercó a mi boca.

Asentí con una leve sonrisa. Aquella señora no dijo palabra alguna, pero el bartender destapó una cerveza, la sirvió en un vaso, y la acercó a su lado.

Levanté mi vaso, y ofrecí un brindis a mis compañeros de insomnio. Ambos respondieron a mi requerimiento, y el choque de los vidrios resonó en el aire.

Los ojos verdes de aquella dama, no tenían edad. Su belleza al grado de la sensualidad era notoria. Sin embargo, el único que parecía notarlo era yo, y ella lo sabía.

Pedí un segundo trago, y la plática con mis aliados comenzó.

Hablamos de todo y de nada, de sus vidas y la mía, de la vida y la muerte, del amor y el desamor, de otros, del poder de la madrugada; y mientras afloraban las frases espontáneas, las risas hacían lo mismo, generando una energía perfecta.

Nuestra compinchería era única. Brindamos una y otra vez, hasta que el reloj de pared marcó las 3 de la mañana, y el cantinero indicó que era hora de partir.

Margaret, Raymond y yo fuimos a comer algo en un restaurante cercano abierto las 24 horas. Nuestra conversación fue más que interesante.

La noche se hizo día, el whiskey se convirtió en café, el insomnio se vistió de tranquilidad, Raymond se transformó en consejos, y ella en una musa digna de inspiración.

La edad es solamente un pretexto social para limitar nuestras alas. Margaret y Raymond son mucho más jóvenes que mis amigos, inclusive que yo mismo, que en contadas ocasiones me siento caduco para vivir nuevas experiencias.

Pasadas las 6 de la mañana, nos despedimos.

Mi cama me esperaba ansiosa, y en un abrazo nos fundimos hasta las 8:30 am, hora en la que el timbre de mi casa replicó incesante.

Mis pastillas para dormir habían arribado, aunque ahora, prefiero pasar mis desveladas madrugadas en compañía de mis nuevos viejos amigos.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Dar es recibir.

Diciembre es el mes favorito de muchos de nosotros. 31 días de colores, sabores, abrazos, familia, amigos, regalos, cantos, oraciones, y descanso. Árboles decorados con bolas rojas y doradas, luces alrededor de las casas, aroma de familia, galletas especiales, regalos empacados en hermosos papeles navideños, moños de todos los tamaños, sonrisas, comida por todas partes, tragos, música con mensajes alegres, en fin, un sin número de factores que a todos nos gustan.

Justo es que disfrutemos esta época de fin de año como nos plazca, especialmente después de trabajar meses sin parar, quizás de no ver a nuestros amigos o familiares, o de saborear aquellos platillos favoritos que solamente probamos en diciembre, pero algo muy importante que no debemos olvidar es que la navidad tiene un significado más profundo.

No se trata de religión, o creencias espirituales, pero aprovechemos este mes para dar un poco de afecto a quienes carecen de todo.
 
 

Regálate la satisfacción de hacer algo bueno por aquellos que lo necesitan. Ningún niño del mundo merece pasar una noche a la intemperie, o pensando con ansias en un plato de arroz o unas cuantas galletas, o pasar la noche de navidad sin ni siquiera un carrito de plástico, o una muñeca de trapo.

Hay cientos de miles de seres que no tienen nada que comer, y que pasarán este mes de la misma forma: sin nada.

Sin poder comprarle a sus familiares nada nuevo, sin poder cocinar un plato navideño, sin árbol de navidad, ni lucecitas, o fiestas.

Pero lo que es aún peor, es que hay quizás muchos más que teniendo bienes materiales, carecen de algo mucho más importante: amor. Seres que viven en la soledad a pesar de estar rodeados de personas.

Diciembre es un mes para compartir, para dar. Abraza más, sonríe más, abre tu corazón al mundo. No se trata de regalos, sino de dar eso que llevas en la mitad del pecho. Una palmada en la espalda, un te quiero, un me importas, un abrazo, una sonrisa, un apretón de manos, son esas las acciones que hacen milagros en esta tierra que habitamos.

Despojémonos de nuestros egos, por lo menos intentémoslo. Pensemos que todos somos iguales, y que la única forma de mejorar la vida como la conocemos es pensando de manera colectiva. Si quieres milagros, comienza a hacerlos.

Un abrazo para todos y feliz diciembre.

domingo, 1 de diciembre de 2013

El mejor amigo de todos: El condón


 
Entro a un supermercado, me dirijo al pasillo de productos de salud, y escojo una caja de preservativos de mi gusto.

Mientras estoy escogiendo los que me llevaré a casa, veo a varias personas que pasan por mi lado y me miran como si mi acción fuera ilegal.

Al lado de los condones, hay varios productos similares. Les echo un vistazo, leo algunas de las cajas, y decido también llevarme un lubricante.

Mientras camino a la caja registradora, recuerdo que sólo queda en mi cocina un poco de vino. Decido entonces ir por una botella.

Al llegar a la fila para pagar, noto que delante de mí hay un hombre con su esposa de la tercera edad. La mujer observa mis productos, y luego me mira fijamente a los ojos, como queriendo preguntarme lo que haré con ellos.

-Sí, el vino me lo tomaré, el lubricante lo usaré, y el preservativo me protegerá-, me provoca decirle, pero me abstengo de hacer comentario alguno.

Luego, su esposo observa mi cajita de condones, mi botella de vino, y mi lubricante, y me encorva sus cejas en señal de descontento.

La cajera que observa la escena incómoda, se une a la actitud de la pareja, y tras sus anteojos me lanza una mirada de reproche.

Me dan ganas de dejar mi compra sobre el mostrador y salir rápidamente del sitio, pero al intentarlo me doy cuenta que detrás de mí hay unas jovencitas que tampoco han quitado su mirada sobre mis productos, y quienes se ríen mientras juegan a crear una historia ficticia sobre mi noche.

Mi rostro se torna rojo. Sé que no estoy haciendo nada de malo, pero me siento nervioso, tal como si me alistara a robar aquel supermercado.

Recapacito instantáneamente, y me doy cuenta que no tengo nada que esconder.

Aun así, es supremamente incómodo comprar preservativos, sobre todo cuando todos juzgan una compra tan normal y saludable.

Es mi turno de pagar. La cajera vuelve a mirarme, y no me saluda. Escanea mis condones, luego mi lubricante, y después me pide una identificación para constatar mi edad, y poder entregarme el vino.

Me doy cuenta nuevamente que todas las miradas están sobre mi cara rojiza.

-¿Le empaco los condones?-, me pregunta el hombre que está encargado de las bolsas plásticas.

-No, si quiere me los llevo puestos-, pienso dentro de mí.

-Por favor-, le contesto nervioso.

Hasta ahora me entero que el sexo es un delito que se paga con la vergüenza de buscar protección.

Salgo de aquel supermercado sudando, y listo para destapar la botella de vino y tomarme un trago que me quite el estrés de los últimos minutos.

La verdad, ir a comprar preservativos resulta una tarea difícil en sociedades donde todos opinan sobre tus actos, pero no por eso, debemos dejar de protegernos durante nuestras relaciones sexuales.

No permitas que la ignorancia de otros atente contra tu salud y tu futuro.

Hoy, primero de diciembre, es el día mundial de la lucha contra el Sida. Según la Organización de Naciones Unidas, existe un promedio de 35.6 millones de personas en el planeta viviendo con esta enfermedad.

A nadie le debe importar con quien te vayas a la cama, o la manera en que practiques el sexo, o cuántas veces lo hagas, nada de eso es problema de otros. Pero hay algo que a todos nos concierne, y es nuestra salud y la de nuestra pareja sexual.

Protegerse es tan sencillo como ponerte un condón, o exigir a tu pareja que lo haga.

No dejes que tus hormonas sean más rápidas que tus neuronas. Usemos un preservativo, cuidémonos y cuidemos a nuestra pareja.

Comprar un preservativo debe ser tan normal como comprar cualquier alimento cotidiano. Recuerda que tu vida puede depender de tu decisión.

El sexo nos puede tomar por sorpresa en cualquier momento, pero si estás preparado para protegerte, lo disfrutarás mucho más.

Abrazos y ¡salud con mi vino!