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sábado, 2 de noviembre de 2019

¿Quién tiene una casetera?


Hacía mucho tiempo quería limpiar el ático de mi casa, una labor que postergaba una y otra vez pensando en la cantidad de objetos que tendría que botar, en lo desordenado que estaba, y en el polvo acumulado durante tantos años.

Siempre que quería guardar algo allí abría con timidez aquella puerta y sin pensarlo demasiado metía todo a empujones, sabiendo que de un momento a otro tendría que enfrentar el momento temido. Así que hoy, y evitando que pasara otro mes, quizás incluso otro año, me di a la tarea de subir hasta aquel sitio abandonado en el tiempo, y organizarlo de una vez por todas.  

Entrar fue toda una odisea, cajas por aquí y por allá, bolsas plásticas con mil objetos desconocidos dentro, telarañas con sus arañas incluidas, maletas con ropa de invierno, maletines con recuerdos añejos, un par de juegos de mesa, herramientas, adornos navideños, en fin, suficiente material para armar un mercado de las pulgas. 

Con mi misión clara comencé a abrir caja por caja, bolsa por bolsa, y con un análisis crítico y objetivo puse a un lado las cosas que ya no deberían estar allí, esas que se van convirtiendo en estorbo y que decidí guardar un día aferrado a lo que representaban en mi memoria. Pero soy consciente de que hay que dejar fluir la energía acumulada allí, y que no debo conservar objetos que jamas utilizaré, ya que sin darme cuenta me voy llenando de cacharros hasta que un día no muy lejano me pierda entre ellos.

Entre el sudor y el polvo fui deshaciéndome de mil cosas que no uso, de ropa vieja, de lámparas oxidadas, de bates y raquetas, de zapatos y adornos, de cojines y cuadros, de nostalgias y termitas. No fue fácil tomar la decisión de donar muchas de esas cosas, pero una vez más, el apego a objetos materiales no es lo mío. Solo conservé lo que utilizo, algunos cuadernos con canciones propias, fotos de vidas pasadas, las maletas, el saxofón en su estuche nuevo, y mi colección de estampillas.

Y mientras organizaba aquel espacio -ahora libre de bichos- descubrí una contrapuerta en el piso. Me pareció increíble que no la hubiera visto cuando subí allí por primera vez 5 años atrás, tal vez la obvié por premura, y luego de eso, mis cajas y bolsas la taparon hasta hoy.

Con la linterna en la mano abrí aquella puerta pequeña, y para mi sorpresa hallé allí objetos inesperados, cual película de misterio. Uno de ellos era una tabla ouija tallada a mano, con figuras hermosas de un sol y una luna pintadas de dorado. Cada una de las letras tenía detalles especiales, y los números estaban pintados de azul y verde. A su lado estaba una cajita de madera, y al abrirla encontré un cristal en forma de ojo, el que supuse hacia parte de la ouija. También encontré en aquel sitio un casete de música (de los que cualquier persona nacida en el siglo pasado usó alguna vez), marcado con números romanos indicando el año 1977, lo que me pareció algo escalofriante, pues coincide con el de mi nacimiento. 

No pude evitar que la piel se me erizara en aquel momento, pero sin darle mayor importancia al hecho, seguí hurgando y encontré un último objeto. Se trataba de una daga pequeña con la cacha metálica, y en ella un símbolo de un compás sobre una escuadra (para los que no sepan es el utilizado por la logia de los masones), aunque la daga no llevaba la letra acostumbrada por ellos, lo que me hizo pensar que se puede tratar de algo más. 

Con el pulso acelerado por mi descubrimiento, bajé del ático lleno de polvo y de dudas, llevando en mi mano los objetos hallados y pensando en dónde iría a escuchar el contenido del casete, ya que en mi casa no tengo ningún dispositivo para hacerlo, pues ni siquiera el carro trae casetera.

Hice algunas llamadas a personas de suprema confianza, pero ninguna de ellas tiene la manera de escucharlo. He aprendido a no forzar nada, así que decidí seguir con mi trabajo, llevar los objetos que saqué del ático a los sitios correspondientes para donaciones, y regresar a casa a tomar un buen baño. 

Y aquí estoy ahora, sentado en mi buró, escribiendo mi experiencia de hoy y observando a un costado la tabla ouija, el cristal, la daga y el casete que reposan sobre uno de mis escritorios. He comenzado a hacer conjeturas de todas las clases, e imagino mil escenarios sobre el contenido del casete, y nuevamente se me pone la piel de gallina. Por alguna razón me acordé de la película Jumanji, en la que un niño encuentra el juego que lo lleva a vivir en la selva por muchos años, y entonces la idea obsesiva de escribir un libro, una serie, un cuento, o algo similar se apoderó de mi. Luego miré la daga, esperando que brillara y me diera una pista, pero no lo hizo. Y miré los objetos en silencio profundo, esperando que de un momento a otro sonará una voz del más allá, y mientras pasaban los segundos hiperventilaba con la sola idea, pero para mi fortuna no sucedió nada. 

Así que por ahora me retiraré a mis aposentos, no sin antes guardar en un cajón bajo llave aquellos objetos que para mi son el tesoro del pirata. Mañana buscaré la forma de escuchar el casete, y después quien sabe lo qué pase.

Amanecerá y veremos...