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lunes, 20 de mayo de 2019

¡Me ilusionó y se fue!

-Hello?, contesto mi celular, aunque no reconozco quién me llama.
Es un número de Nueva York, y pienso que quizá es un amigo (a) que olvidé grabar en mi teléfono, o de pronto es mi hermano, que aunque llama poco, muy poco, haya cambiado su número y me esté notificando su nuevo contacto.

Es increíble todo lo que uno puede pensar en milésimas de segundo, tal como si las cientos de miles de conexiones que salen de tu cerebro se activaran en el mismo instante en que un acontecimiento ajeno sucede en tu vida, es este caso una llamada telefónica. 

-Hello!, me dicen del otro lado de la línea. Es una voz que no percibo familiar, suena como si tuviese la nariz tapada, lo que me hace suponer que tal vez las calles de Manhattan estén frías, ventosas, y mi interlocutora monosilábica esté comenzando una enfermedad viral, de esas que nos atacan a todos por el mal tiempo, o por descuido, pues a veces uno no se abriga lo suficiente y se expone a las atrocidades del tiempo. Aunque cabe otra posibilidad, y es que sea una mujer ñata que hable así por problemas de nacimiento.

-Yes, can I help you?, indico con algo de curiosidad, mientras pienso que puede ser la editorial de la que estoy esperando respuesta hace ya varias semanas y la que me tiene en ascuas. Sé que tienen una oficina en la gran manzana, y que es posible que me estén llamando para darme las fechas de publicación de mi nueva novela.

-Yes, good morning, argumenta la mocosa dama (en el mejor de los casos), porque también puede ser que su nariz defectuosa por causas de nacimiento obstaculice el aire que pasa por sus fosas nasales y llega a su garganta, lo que ocasiona una afonía persistente muy normal entre quienes tienen problemas de tabique, como yo. 

En ese momento no puedo evitar imaginar la escena que circunda a 1200 millas de distancia. La veo caminando por la Quinta avenida, envuelta en un abrigo negro que tiene sobre un vestido de flores pálidas. Sus botas le llegan a la rodilla dandole un toque de sobriedad, y hacen juego con la pañoleta color café que lleva amarrada de su cuello largo. Sostiene el celular en su mano izquierda, mientras esquiva con destreza a los transeúntes que pasan a su lado con la velocidad típica de una ciudad donde el mundo gira en círculos viciosos. En su mano derecha lleva mi manuscrito en una carpeta cerrada que agarra con vigor, evitando que el viento le arrebate las hojas y vuelen como cometas sobre las calles de todos y de nadie. 

-Morning. Who's this?, respondo, sabiendo que ahora tendré que viajar de improvisto a Nueva York para reunirme con los editores y planear la portada con el departamento de gráficas, tal como sucedió antes con mi primera novela.

Observo rápidamente el calendario pegado sobre la puerta de mi nevera, y me doy cuenta que tengo algunos días disponibles la semana entrante, así que perfectamente podré viajar en esas fechas, aunque le aclararé que debe ser un viaje relámpago, pues dos días después tengo un compromiso ineludible con una universidad local.

-My name is Margaret, señala ella, y siento como toma un respiro profundo. Claro, pienso yo, es que caminar rápido en esa ciudad y hablar por teléfono implica que por lo menos tengas un estado físico decente, porque de lo contrario o pierdes el paso y de seguro no alcanzarás el tren que te lleve a la oficina, o te cansarás hablando mientras haces otras 15 actividades al mismo tiempo. Imagino entonces a Margaret entrando a la estación de trenes en Grand Central, bajando corriendo las escaleras eléctricas, mirando el tablero enorme que indica a qué hora sale su tren con camino a su destino, y dirigiéndose con urgencia al pasillo indicado donde tendrá que batallar con otras 100 personas para alcanzar un puesto cómodo, pues de lo contrario tendrá que ir de pie, agarrada a un tubo frío y lleno de gérmenes que empeorarán su gripe.

-Pobrecita-, pienso en silencio, pues no es fácil estar enfermo con mocos en medio de tanta gente en un tren que prende y apaga sus luces mientras se menea de un lado al otro. 
Camino entonces a mi cocina y busco el tarro de vitaminas C, sabiendo que antes de mi viaje a Nueva York tengo que estar con mis defensas altas, pues de lo contrario Margaret me pegará esa peste que lleva en sus entrañas, y con la que de seguro ya ha contagiado a todos en la editorial.

-Can I speak with Lisa?-, continúa ella. 

-Lisa? respondo extrañado. -My name is Hector, recalco, esperando que ella caiga en cuenta que confundió los libros. Entonces pienso que Lisa debe de ser otra escritora, y que la mujer que me habla, Margaret, corregirá el malentendido y me dará la fecha que espero para mi viaje.

-Oh sorry. Wrong number, argumenta con voz de disculpa intrínseca, y sin mencionar una palabra de más cuelga la llamada, dejándome sumido en la incertidumbre editorial.

No entiendo en qué momento asumí que se trataba de la llamada que espero con ansias, y culpable por mi mente ficticia decido salir a tomar un respiro intenso en el balcón de mi apartamento, pero un viento frío me abraza con sutileza, y solo dos minutos después estoy estornudando con la fiereza de la ñata equivocada, la misma que a través de su llamada de mentiras me contagió de mocos y esperanzas falsas.  




miércoles, 1 de mayo de 2019

Controla tus reacciones.

Entro a uno de los elevadores de mi edificio para dirigirme al piso donde vivo. Saludo a quienes se encuentran en aquella caja, pero nadie responde mi cortesía. Las puertas se cierran y observo a los presentes uno por uno. Ninguno de ellos me mira, ni tampoco miran a otros. Es como si el momento más incómodo del día fuera aquel donde nos tenemos que exprimir como naranjas en una caja que sube y baja, temiendo que en algún momento se detenga y la puerta no se abra.
Somos vecinos todos, pero aún así, no hay ninguna empatía en aquel momento donde respiramos el mismo aire, y ojalá que sea lo único que respiremos.

La mayoría de los que están a mi lado observan sus pantallas del celular, sumergidos en fotos ajenas de Instagram, quizá intentando que los pocos segundos compartidos sean más breves de lo que en realidad son. Una joven mira sus zapatos, o el piso ya sucio del elevador. Intento descifrar en dónde se posan sus ojos negros, pero ella se da cuenta, y sin mirarme ni un solo instante saca su teléfono y sigue la coreografía del resto.

-Mierda, pienso para mí un poco molesto con la tecnología. No existimos en absoluto en ciertos lugares, en ciertos momentos. Somos 7 personas casi rozándose la piel, pero estamos tan lejos los unos de los otros, o al menos pretendemos estarlo.

El ascensor comienza a detenerse en algunos pisos inferiores, y los pasajeros se bajan con rapidez sin decir adiós, exhalando por haber sobrevivido un día más a aquella prueba infernal de la vida.

Aun adentro, observo un aviso que está pegado en un cuadro de cristal sobre una de las paredes. Es allí donde la administración suele poner los avisos importantes del edificio. Lo que me llama la atención es que justo al lado de quien firma la misiva, se encuentra una foto de la mujer maravilla de medio cuerpo recortada por su silueta. Da la impresión de que es ella quien ha escrito la carta, y a la vez, es la única forma en que los ocupantes de la caja pierdan un poco el estrés que los acompaña y esbocen una sonrisa.
Ayer no estaba esa foto, pero si la de un señor regordete que se reía, mientras uno de sus dientes estaba pintado con un marcador negro.
Un día antes no estaba el gordo con caries, en su sitio había un enano calvo sin camisa que bebía una cerveza.

Imagino a la gente de la administración desesperada cada mañana sacando las fotos del recuadro de cristal, y me da risa que cada día una nueva imagen anochece pegada junto a las notas 'importantes' que la junta directiva del edificio quiere que todos leamos.

Miro entonces a la mujer maravilla y sonrío, especialmente al ver como una de sus piernas se posa exactamente sobre el nombre del presidente del edificio. Una mujer me mira la sonrisa, y con un gesto de seriedad indica:

-Los niños no respetan nada, no hay valores en las familias.

Por una milésima de segundo me siento aludido por su comentario, pero luego me da más risa el saber que otros se amarguen por una broma de buen gusto. 

-¿Te parece divertido el vandalismo a la propiedad ajena?, me increpa desafiante.

-Algo de gracia si tiene, le contesto, y aduzco que exagera, pues no es que hubiesen rayado las paredes, o pintado con un aerosol el piso; pero ella se molesta más, y mirándonos a todos menciona que pedirá se revisen las cámaras del ascensor para dar con el paradero de los mocosos culpables, y sin decir buenas noches se baja en su piso dejando una estela de azufre por todo el corredor.

Todos nos reímos un poco, y desde ese momento se aliviana el ambiente y comenzamos a charlar con amabilidad.

Llego a mi casa minutos después, con el convencimiento pleno de que no podemos manejar las acciones venenosas de otros, pero sí nuestras reacciones, y que tenemos que controlar la manera en que decidimos qué nos afecta y qué no. Ah, y antes de que se me olvide, busco una revista vieja y recorto el personaje que mañana reemplazará a la heroína maravilla.