Entro a un
supermercado, me dirijo al pasillo de productos de salud, y escojo una caja de preservativos
de mi gusto.
Mientras estoy
escogiendo los que me llevaré a casa, veo a varias personas que pasan por mi
lado y me miran como si mi acción fuera ilegal.
Al lado de los
condones, hay varios productos similares. Les echo un vistazo, leo algunas de las
cajas, y decido también llevarme un lubricante.
Mientras camino
a la caja registradora, recuerdo que sólo queda en mi cocina un poco de vino.
Decido entonces ir por una botella.
Al llegar a la
fila para pagar, noto que delante de mí hay un hombre con su esposa de la
tercera edad. La mujer observa mis productos, y luego me mira fijamente a los
ojos, como queriendo preguntarme lo que haré con ellos.
-Sí, el vino me
lo tomaré, el lubricante lo usaré, y el preservativo me protegerá-, me provoca
decirle, pero me abstengo de hacer comentario alguno.
Luego, su esposo
observa mi cajita de condones, mi botella de vino, y mi lubricante, y me
encorva sus cejas en señal de descontento.
La cajera que
observa la escena incómoda, se une a la actitud de la pareja, y tras sus
anteojos me lanza una mirada de reproche.
Me dan ganas de
dejar mi compra sobre el mostrador y salir rápidamente del sitio, pero al
intentarlo me doy cuenta que detrás de mí hay unas jovencitas que tampoco han
quitado su mirada sobre mis productos, y quienes se ríen mientras juegan a
crear una historia ficticia sobre mi noche.
Mi rostro se
torna rojo. Sé que no estoy haciendo nada de malo, pero me siento nervioso, tal
como si me alistara a robar aquel supermercado.
Recapacito
instantáneamente, y me doy cuenta que no tengo nada que esconder.
Aun así, es
supremamente incómodo comprar preservativos, sobre todo cuando todos juzgan una
compra tan normal y saludable.
Es mi turno de pagar.
La cajera vuelve a mirarme, y no me saluda. Escanea mis condones, luego mi
lubricante, y después me pide una identificación para constatar mi edad, y
poder entregarme el vino.
Me doy cuenta
nuevamente que todas las miradas están sobre mi cara rojiza.
-¿Le empaco los
condones?-, me pregunta el hombre que está encargado de las bolsas plásticas.
-No, si quiere
me los llevo puestos-, pienso dentro de mí.
-Por favor-, le
contesto nervioso.
Hasta ahora me
entero que el sexo es un delito que se paga con la vergüenza de buscar protección.
Salgo de aquel
supermercado sudando, y listo para destapar la botella de vino y tomarme un
trago que me quite el estrés de los últimos minutos.
La verdad, ir a
comprar preservativos resulta una tarea difícil en sociedades donde todos
opinan sobre tus actos, pero no por eso, debemos dejar de protegernos durante
nuestras relaciones sexuales.
No permitas que
la ignorancia de otros atente contra tu salud y tu futuro.
Hoy, primero de
diciembre, es el día mundial de la lucha contra el Sida. Según la Organización de
Naciones Unidas, existe un promedio de 35.6 millones de personas en el planeta
viviendo con esta enfermedad.
A nadie le debe
importar con quien te vayas a la cama, o la manera en que practiques el sexo, o
cuántas veces lo hagas, nada de eso es problema de otros. Pero hay algo que a
todos nos concierne, y es nuestra salud y la de nuestra pareja sexual.
Protegerse es
tan sencillo como ponerte un condón, o exigir a tu pareja que lo haga.
No dejes que tus
hormonas sean más rápidas que tus neuronas. Usemos un preservativo, cuidémonos
y cuidemos a nuestra pareja.
Comprar un
preservativo debe ser tan normal como comprar cualquier alimento cotidiano. Recuerda
que tu vida puede depender de tu decisión.
El sexo nos
puede tomar por sorpresa en cualquier momento, pero si estás preparado para protegerte,
lo disfrutarás mucho más.
Abrazos y ¡salud
con mi vino!
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