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lunes, 29 de julio de 2013

El adiós que nadie quiere pronunciar.

La semana pasada falleció la madre de un buen amigo. La noticia la recibí de parte de él mismo, quien me dijo en una llamada telefónica que su viejita se había ido a descansar. A pesar de que jamás la conocí, me quedé de una sola pieza tras el informe, y solamente le dije en ese momento que lo sentía mucho, y que me diera la dirección de la sala funeraria para ir a acompañarlo.
Al momento de aquella llamada yo estaba trabajando, y no podía salir inmediatamente hacia el sitio donde yacía su madre. Después averigüé que la funeraria estaría abierta de 6 de la tarde hasta la medianoche, y que la señora sería enterrada al próximo día en horas de la mañana.
La funeraria estaba relativamente cerca de mi oficina, por lo que podría ir directamente una vez saliera del trabajo a las 11 de la noche. Lo único incómodo era que no estaba vestido apropiadamente para la ocasión, ya que tenía un pantalón color caqui y una camisa azul, pero lo importante en ese momento no es cómo luzcas sino estar con quien sufre la pérdida física de su ser querido.
El hecho es que llegué a la funeraria pasadas las 11 pm, y allí estaba mi amigo. Nos abrazamos y le manifesté mis condolencias. Por lo general en esos momentos donde la muerte es protagonista, es muy difícil encontrar las palabras adecuadas para expresarnos, ya que todos dicen lo mismo.
“Lo siento mucho, o te acompaño en tu dolor”, son esas dos frases típicas que se pronuncian y que suenan tan frívolas y repetitivas, que estoy seguro mucha gente menciona sin sentir nada.
-Lo siento mucho-, le dije a mi amigo; -te acompaño en tu dolor-, le expresé después, con la salvedad que sí lo estaba sintiendo, ya que perder a la madre no debe ser nada fácil.
Siempre he considerado que el mejor horario para ir a un velorio es tarde en la noche, ya que en horas de la tarde van la mayoría de los amigos, y en la noche, o en la madrugada los dolientes comienzan a quedarse solos, y necesitan mayor compañía.
La verdad es que a mí me deprime demasiado ir a un funeral, y este no fue la excepción. Mientras los pocos presentes que quedaban a esa hora hablaban sobre lo ocurrido, yo me recosté en una de las columnas de cemento de aquel frío lugar, y me quedé allí cabizbajo y en silencio por más de media hora. De un momento a otro, algo me tocó suavemente la parte posterior del brazo derecho, y cuando yo volteé a mirar, no había nadie a mí alrededor.
La piel se me erizó, y la barba sin afeitar de un par de días comenzó a levantarse sobre mi cara. Miré de nuevo hacia todos los lados, pero no tenía a nadie cerca. Entonces ‘medio asustado’ decidí sentarme en la salita con las demás personas, para evitar estar solo en una esquina de la funeraria.
Comencé a mirar las personas que estaban allí sentadas, y a pensar cuántas de ellas estaban realmente ahí en cuerpo físico, y no eran quizás espectros desencarnados que estaba viendo pero que no tenían materia corporal. (¿Confuso?)
Luego corroboré que mi teoría estaba errada, ya que todos comenzaron a despedirse, y yo a tocarlos disimuladamente para saber quién era de verdad y quién de mentira (todos eran reales).
La funeraria cerró casi a la una de la mañana, y yo me marché con mi amigo. Luego fuimos a comer algo y después nos despedimos en un fuerte abrazo donde sobraron las palabras.
Sin poder evitarlo me dirigí a la casa de mis padres, entré cautelosamente en la madrugada, desactivé la alarma, saludé al perro que roncaba debajo de la mesa del comedor, y en puntillas subí hasta su habitación. Luego abracé a mi madre hasta el punto de que la desperté.
-¿Estás bien? ¿Qué pasó? ¿Qué hora es? ¿Qué haces aquí?-, me dijo Matilde con su voz somnolienta, pero yo le murmuré que todo estaba bien y que se quedara calladita mientras la abrazaba.
Mi madre representa todo para mí, es mi guía, mi motor, mi confidente, mi ángel de la guarda, y esa noche al ver a mi amigo con el corazón roto por la partida de su vieja, no pude evitar pensar en la mía.
Luego, tras besarnos muchas veces y decirnos lo mucho que nos queremos, me marché dispuesto a tratar de descansar,  aunque no lo logré esa madrugada.
Yo no encendí una velita por el alma de la madre de mi amigo, pero en este escrito le deseo que sea feliz ahora que le han salido alas y comienza a volar libremente.

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