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lunes, 15 de julio de 2013

Estos lunes...

Subo a mi carro dispuesto a ir a trabajar. Es lunes y la mayoría de las personas perciben este día como una piedra en el zapato, argumentando que no es fácil recobrar el ritmo laboral después del fin de semana. Para mí por el contario, los lunes son visualizados como una oportunidad de comenzar mi semana de manera exitosa, y me siento más radiante y energético que cualquier otro día.  Dejo que el nuevo álbum de Draco Rosa invada el ambiente en mi Toyota, mientras me dispongo a conducir 30 minutos para llegar desde mi casa a la oficina. El firmamento está nublado y sin ser un meteorólogo, pronostico lluvias aisladas en las próximas horas. Antes de que Draco termine su primera canción, el cielo se rompe y las plumillas del parabrisas inician su coreografía de un lado al otro, mientras el artista boricua prosigue con su concierto en mi auto.
Una nube negra se posa sobre mi camino, y la lluvia no se deja esperar. De un momento a otro todo se nubla y pierdo visibilidad, teniendo que bajar la velocidad y poner las luces intermitentes. Bajo el sonido a la música para ver mejor (sé que no tiene lógica este accionar, pero siempre que me pierdo o necesito mejor visión suelo mermar el volumen del radio).  
A mi lado izquierdo pasa una camioneta a gran velocidad, y me salpica de agua. Pienso que nadie debería manejar así en medio de la lluvia, ya que no sólo pueden accidentarse, sino además causar un daño a los que manejamos relativamente bien.  
-Mucho animal-, digo en voz alta, refiriéndome al conductor de la camioneta, y le agrego a mi comentario dos o tres palabras más.
Mi teléfono suena, me pongo mis audífonos (manos libres), y contesto. La tormenta se pone cada vez peor, y analizo la posibilidad de detenerme en alguna parte, pero no tengo muchas opciones, así que decido seguir lentamente. Mi agente editorial me saluda y me solicita urgentemente que le envíe el manuscrito que estoy escribiendo, ya que la editorial que me publicará la primera novela, quiere leerlo.
Le explico que estoy en medio de una tormenta, y que el tráfico no se está moviendo mucho. Ella insiste, aduciendo que está reunida con importantes ejecutivos y que este es el momento adecuado para que ellos lo lean.
-Tienes 15 minutos-, me indica apresurada.
Le prometo que haré lo posible para que el documento esté en su email lo más pronto posible, y después de colgar la llamada, decido acelerar mi marcha. 
Los carros que van delante de mi casi ni se mueven, y comienzo a observar que sus precauciones son exageradas.
Miro el reloj y me doy cuenta que han pasado ya 5 minutos desde que colgué la llamada.                                                    
Comienzo a impacientarme, pensando que perderé una gran oportunidad con la editorial. Mientras conduzco, observo que el carril izquierdo aunque está más enlagunado, permanece con menos autos, y sin pensarlo dos veces me muevo hacia él y aligero mi movimiento.
Ahora paso por el lado de varios vehículos y los salpico de agua, y de antemano sé que aquellos conductores me están gritando calificativos que merezco, y que ahora el animal bruto soy yo.
Debido a mi proceder de correcaminos, logro adelantarme en mi carrera contra el tiempo, y ya me encuentro muy cerca de la meta.
Tomo mi celular y llamo a mi agente, pero ella no responde. Le dejo un mensaje de voz diciéndole que me espere unos minutos más y que ya estoy aparcando. (La verdad, es que en ese momento aún me faltan varias cuadras para arribar a mi destino final).
Por fin entro al parqueadero de mi edificio, pero no encuentro lugar para aparcarme en ninguna parte. Busco en el primer piso y no encuentro nada. Subo al segundo y nada. Tercero y cuarto llenos, quinto ocupado, y el reloj no detiene su caminar. Llego a la terraza, y al final del enorme patio encuentro un apretado puesto. Meto mi carro como puedo en aquel espacio diminuto, y me bajo del auto corriendo para llegar a la puerta.
-Tengo que comprar un paraguas-, pienso molesto y mojado.
Tomo el elevador hacia el primer piso, sabiendo que ya estoy cerca, pero este se detiene en cada nivel del edificio recogiendo otras personas y retardando mi llegada.
Miro el reloj de nuevo, como si al mirarlo pudiera detener el tiempo, o las cosas se movieran más rápido.
-¿Te mojaste?-, me pregunta alguien en el lobby, mientras escurro agua de pies a cabeza.
-Finjo una sonrisa, y no contesto nada-
Entro corriendo a mi oficina, prendo mi computador y en ese preciso momento recibo un mensaje de texto de mi agente editorial.
-Lo siento, ya se fueron; pero mañana me reuniré con ellos nuevamente”
Respiro profundamente, mientras mi rostro se torna rojo y algunas llamas salen por mis orejas.
-Feliz lunes Héctor ¿te mojaste?-, me pregunta alguien en la oficina.
-Un poco-, contesto en voz baja, mientras comienzo a comprender porque se odian los lunes.

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