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lunes, 30 de septiembre de 2019

El misterio de mis huevos

Inesita llegó muy temprano a mi casa, como todos los lunes. Desde hace cuatro años se encarga de limpiar con extrema diligencia los rincones que ni siquiera sé que existen, pero que ella ha encontrado con facilidad. Con su voz ronca, por los miles de cigarrillos que dice fumó en su juventud, me saluda con alegría sincera, y me dice sin vergüenza que le prepare el desayuno que tanto le gusta.
Aceptando sus deseos semanales, entro a la cocina, prendo la cafetera, y me pongo el sombrero de chef mientras ella me cuenta cómo estuvo su fin de semana, las películas que vio con su hijo Jairito, y otras historias que no logro escuchar debido al ruido de la aspiradora. Yo le sonrío y la miro moviendo sus labios, y sin decirle nada me concentro en que no se queme lo que le preparo, pues no quiero que se enoje.

Unos minutos después nos sentamos en la mesa, y mientras ella saborea mis huevos con tocineta y sorbe el café con leche, yo sorbo mi jugo de naranja haciendo eco de su interpretación sonora.
Inesita es originaria de Maracaibo, y vive en Miami desde hace 5 años. No ha regresado a Venezuela a pesar de que la mayoría de su familia vive allá. Logró venir con su hijo de 12 años, y espera quedarse en este país y poder traer a sus otros dos hijos.
Se ha dedicado a limpiar algunas casas, a estudiar inglés, a pasear perros, a vender arepas que fabrica en su casa, y ahora quiere aprender a conducir para trabajar en Uber, pues para ella siempre ha sido una meta estar detrás del volante. 

Inesita es una mujer buena, sufrida, con artritis en su espalda y en sus manos, con sueños que inundan su cuerpo de 1.60 metros y 45 kilos, con una sonrisa tan grande como sus ganas de salir adelante, y a pesar de que su fortaleza física es limitada, su espíritu libre y aventurero no conoce de miedos. 
Aun con la boca llena, me dice que la semana pasada el desayuno estuvo mejor, pero que ella entiende que no todo el tiempo se logra tener la misma sazón. También me dice que está preocupada por mí, que me ve más flaco, que sabe que no duermo lo suficiente, que no le gusta que coma a deshoras, y que ve más canoso que antes.

Sé que tiene razón en todo lo que dice, así que no le argumento ninguna de sus preocupaciones. Luego la abrazo y le doy gracias por todo lo que hace por mi, y aprovecho para enseñarle la portada de mi nuevo libro, esperando su reacción sin filtros.

-Me gusta mucho. Ese paisaje se parece a ti, me dice con una seriedad que poco se deja ver en su rostro terso, y por primera vez la veo con cara filosófica.

- ¿A mí?, le pregunto sin entender.

-Sí, mucho. Nublado pero colorido, con misterio para los que no saben de qué va la historia.

- ¿Crees que soy misterioso?, le vuelvo a preguntar

Ella se ríe, y me dice que tienen más misterios los huevos que le preparo. Ahora reímos juntos. 

Inesita me dice siempre las cosas como me gusta escucharlas: directamente, sin tapujos. A veces cuando le presento a otra gente, les dice que es mi tía venezolana, la que más me quiere. Y aunque no es mi tía, si me quiere más que cualquier otra tía que tenga, es más, tengo más cercanía con ella que con muchas personas vinculadas a la familia por apellidos.

-¿Quieres que te planche las camisas?, pregunta mientras se ahoga en tos; yo le digo que no, que se vaya temprano, pues hay pronosticada lluvia para horas de la tarde.

Pero ella me pregunta solo por cortesía, y sin seguir mis palabras (como pasa todo el tiempo con todos), saca de un cajón todas mis camisas arrugadas y las lleva al cuarto donde está la lavadora. Le insisto que no planche nada, que las llevaré luego a la lavandería donde se encargarán de entregármelas listas para vestir, pero su rol de tía va mucho más allá de la naturaleza de sus palabras, y haciendo caso omiso a mi chachara, me dice que me vaya, que se me hará tarde, que no me preocupe tanto por ella, y que me dejará preparada una rica comida típica de su ciudad.

Con un beso nos despedimos. Luego salgo de casa, y al bajar del ascensor me encuentro a Arsenio, el portero venezolano del edificio, que me saluda con una sonrisa de oreja a oreja.

-Pero que feliz estás hoy hombre, le digo.

-Es que es lunes, y su tía Inés siempre me prepara un almuerzo que me vuelve loco. Por cierto, don Héctor Manuel, usted es un tipo súper misterioso, jamás imaginé que tuviera una tía venezolana.

-Súper misterioso Arsenio, como mis huevos.

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