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martes, 1 de octubre de 2019

Soy el dueño de la luna

Octubre ha llegado con eclipse de luna. No figuraba en los calendarios, tampoco lo anunciaron los entendidos de los astros, así que nadie lo esperaba, mucho menos yo, que poco me entero de lo que sucede por fuera de mi planeta; pero igual llegó con fuerza, como nunca un eclipse de luna había arribado. Percibía desde hace algunos meses un cambio paulatino en el color del firmamento, era como si cada vez alumbrara más que la noche anterior, tal como si la información lumínica que recibía mis retinas se incrementase exponencialmente a través del paso del tiempo, y entendí finalmente que este cambio era el anuncio del poder que ejerce el satélite en mi vida.

Entonces fui descubriendo que muchos tenemos nuestros eclipses de luna, otros los tendrán del astro rey, ese que poco mueve mis entrañas nocturnas y al que, sin importar si yo lo venero o no, sigue activando mi glándula pineal y proporcionando que no sucumba en la depresión que me contagiaba la sociedad enferma, esa que decidí matar sin compasión meses atrás.

Conozco a muchas personas que funcionan mejor en el día, que se activan con los rayos del sol, que son más productivas cuando la luz brilla en sus calles, en sus rostros; pero a mi me pasa todo lo contrario, yo soy un tipo que adora la luna y su contexto mágico. Durante las horas de sol son muy pocas las palabras e ideas que puedo generar con convicción. Es como si el día cerrara mi inspiración, y es solo cuando el astro principal se oculta, que comienzo a generar una serie de conceptos que se afianzan con la llegada de la noche. Y entonces aparece la luna, tan cercana, tan sincera, tan mía, alumbrando de manera impertinente pero segura, esa faceta propia que descubrí hace ya muchos años en mi: -la insolencia-. 

Me transformo en otro ser durante la noche, especialmente cuando sale la luna. Y aúllo como hombre lobo sin pelos de más, ni pantalones rotos, y veo la vida con otros ojos, y me quiero sumergir completamente en la oscuridad que me regala la tierra y su rotación. 

Bueno, mi luna tiene también sus fases, y ahora tengo una luna creciente encantadora, y entre más la alimento, más ella crece, y logra convertirse en luna llena sin prejuicios. Ella se posa en la esquina posterior izquierda del ventanal de mi balcón, y no se mueve ni un instante. Allí permanece taciturna, esperando que la confunda con queso y me la coma a mordiscos. Y yo complacido lo hago, y me alimento cada noche de ella, y gracias a su presencia logro avanzar con mis proyectos más difíciles.

La siento cerca, aunque muchas veces ni siquiera la vea. Sé que la distancia que me separa de ella es abismal, casi imposible de colonizar una vez más. Yo tengo claro que mi misión no es llegar a ella, que me basta solo con saber que está presente cada noche, afianzando mis dudas y verificando que siempre termino sabiendo menos de lo que quisiera. 

Soy un hombre apasionado con la luna y poco me importa que sea el sol el que la alumbre, y que los aretes que le faltan estén guardados en el fondo del mar. Igual ella y yo nos entendemos bien a nuestra manera, y nos damos mutuamente lo que necesitamos. Ella me inspira, y yo la plasmo a diario en memorias sin caducidad, y planeo apropiarme de ella, robarme su imagen, y que todos sepan que es mía, al alcance de todos pero absolutamente mía, porque las cosas son del que las haga mejor.






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