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lunes, 7 de octubre de 2019

Soy un cocainómano, y no me había enterado

Quiero hacer una confesión que no es fácil de asumir, y que además no será bien recibida por mis amigos, conocidos y familiares, pero no tengo más remedio que contarles la manera en que me enteré de lo que realmente sucede en mi vida.

Hace muy pocos días mi mamá llegó de Colombia y me trajo algunos dulces típicos de mi país, entre los que se encontraban unas galletas de chocolate, unos masmelos, también de chocolate, y unas gelatinas hechas con pata de res. Quizás para muchos de ustedes esto último suene algo asqueroso, es más, cuando yo lo pienso, también suena poco apetitoso, pero es que el resultado es tan rico que vale la pena probarlas. La gelatina blanca de pata, como es llamada, es un postre de mi región y que consumimos mucho los conocidos como 'paisas' en mi país. Intentando ser más descriptivo, puedo decirles que se ve como un rollo pequeño carameloso, que una vez preparado es rociado con maicena, aunque la marca en Colombia es 'Maizena', dándole externamente un color blanco. Como mi mamá sabe que a mi me encantan, pues me trajo un par de paquetes de este manjar, las que consumo con leche.

Soy consciente de que este producto es muy regional, y que en EE. UU. ni se consigue, ni se conoce, y por lo mismo resulta extremadamente difícil explicar qué es. 

Pues bien, hace solo unos días me cogió la tarde para ir a una cita. Miré el reloj y me di cuenta de que si no me apresuraba iría a llegar tarde, algo que he intentado corregir por respeto al tiempo ajeno. 

También me di cuenta que no había alcanzado a almorzar, y que posiblemente me daría hambre en plena reunión, pero ya no tenía tiempo para comer nada. Saliendo entonces de mi apartamento eché un vistazo de águila a la cocina, y pude ver dentro de una refractaria de cristal, las gelatinas que mi madre me había traído y de las que quedaban ya muy pocas. Me acerqué entonces con rapidez, y saqué una de ellas de su bolsita, y a sabiendas de que sueltan mucha 'Maizena', me la comí sobre el lavaplatos evitando ensuciar el piso con la harina blanca. Realmente me embutí de dos mordiscos aquella gelatina, y luego me dispuse a salir como bólido para alcanzar a llegar puntualmente a mi cita.

Mientras esperaba el elevador se me acercaron mis dos vecinos del apartamento contiguo. Son una pareja conformada por un cubano y un argentino con los que tengo muy poco contacto, y nuestra relación se limita a un saludo cuando los veo, cosa que no pasa muy seguido. Pero esta vez entramos los 3 al ascensor con rumbo a uno de los parqueaderos del edificio.

De un momento a otro, uno de ellos me mira fijamente con nerviosismo. Yo le sonrío y miro el reloj una vez más, algo apresurado, nervioso, pues veo el tiempo correr sin pausa alguna. Sin saber el por qué y sin disimular mucho, el mismo vecino le da un pequeño codazo a su novio, indicándole que me mire. Ahora están ambos absortos mirándome como no lo han hecho nunca.

Entonces uno de ellos, el segundo que me ha visto, se lleva la mano a su nariz y me dice:

--Vecino, tienes algo en la nariz. No te limpiaste bien.

--Mierda, tengo un moco, pienso yo avergonzado, e inmediatamente me toco la punta de la nariz con la unión de los dedos pulgar e índice de mi mano izquierda, esperando darme cuenta de qué tengo, y al no sentir nada, me miro la mano y observo entonces como el polvo de la 'Maizena' queda impregnado entre mis dedos.

Llevo además algunos días sin afeitar, así que el polvillo se ha quedado enredado en mi bigote y en parte de mi barba.

Mientras me limpio, pienso con rapidez en lo que voy a decirles, pero inmediatamente me doy cuenta de que no sé explicarles en ese momento lo que es una gelatina de pata de res rociada con 'Maizena' con el fin de darle un toque caramelizado. Además, en ese instante el elevador se abre y ellos descienden del mismo, y aun sorprendidos se despiden para después comentar que quedan confirmadas las sospechas de que el vecino colombiano es un cocainómano empedernido.

Mientras tanto, yo quedo estático en el elevador por unos segundos más, pero luego me río y pienso que no debe importarme lo que otros opinen de mí incluso si fuese verdad, porque al final de cuentas es mi vida, y yo me como las gelatinas que me de la gana.

Llego entonces a mi carro y me miro en el espejo. Tengo polvo blanco alrededor de la nariz, en la barba que cubre el mentón y en mi bigote. Es como si en vez de comerme la gelatina me la hubiera untado en la cara, y no me explico cómo logró la 'Maizena' quedar impregnada de esta forma sobre mi rostro. Mientras conduzco decido que al regresar a casa tocaré la puerta de los vecinos y les llevaré unas gelatinas para que las prueben, pero luego analizo mi plan y concluyo no llevarlo a cabo, pues no compartiré mi manjar con nadie, además me quedan muy pocas, y prefiero que se acaben en mi apartamento y no en el de los vecinos.

Han pasado casi dos semanas de esta anécdota, pero solamente hasta anoche volví a encontrar a mis dos vecinos. Yo llegaba en un Uber a eso de las 3 de la mañana luego de estar celebrando un cumpleaños con unos amigos. Entré al edificio en condiciones precarias debido a los tequilas que nos tomamos mientras cantábamos con los mariachis de la fiesta, así que mi balance no era el mejor, y en esos casos me encanta caminar en zig-zag, es como una fijación personal que no puedo evitar.

Ellos me miraron de nuevo y me saludaron cortésmente. 

-¿Qué tal la noche?, me dijo uno de ellos

-Hip, contesté con un hipo emanado por la contracción espasmódica, involuntaria y repetitiva del diafragma y los músculos intercostales que me provocaban una inspiración súbita de aire, debido a que mi estómago se encontraba demasiado lleno de gases como consecuencia de haber ingerido en exceso cerveza y otras bebidas alcohólicas con contenido gaseoso.

En fin, después del hipo, les dije que había sido una noche maravillosa.

Entonces uno de ellos sin rodeos me dijo:

-Vecino, ¿tienes?, mientras me hacía con sus dedos una señal muy cerca a su nariz inconfundible para pedirme cocaína.

Yo me reí una vez más, luego los invité a casa. Allí les dije que lamentaba jugar con sus sentimientos adictivos, pero que la única droga que consumía eran mis hermosas gelatinas blancas de pata de res. Y ante sus ojos incrédulos saqué mi bolsita del recipiente de cristal, y les ofrecí el mejor manjar que hubiesen probado jamás.

Ellos saborearon mi postre blanco, y con el rabo entre las piernas me ofrecieron una disculpa. Ahora eran sus rostros los que se ponían blancos, pero no de la 'Maizena', sino de la vergüenza y del susto al no saber cómo yo reaccionaría.

Moraleja: No hagas estereotipos de nadie por su país de procedencia, por su raza, por sus gustos, o por alguna otra circunstancia, porque podemos equivocarnos y quedar como idiotas. 

Moraleja 2: No compartas tus gelatinas blancas de pata de res con nadie que no aprecie este sabor particular.

Moraleja 3: No confíes en los títulos. La mayoría de las veces se usan para lograr que te lean.

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