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jueves, 24 de octubre de 2019

Collage de sentimientos

Hace un par de días falleció la madre de un gran amigo en un accidente automovilístico. La noticia de su partida ha caído como un balde de agua fría, sumiéndonos en el desconcierto y la tristeza máxima. Pienso en mi amigo y en sus hermanos, y no puedo evitar esa sensación de vacío que recorre mi mundo. Solo una semana antes, ella me había escrito diciéndome que al viajar a Miami me traería unas gelatinas de pata, refiriéndose al post reciente de este blog. La vida es tan efímera, tan traicionera, tan irreal a veces, y hechos así me hacen sentir que caminamos al borde del abismo constantemente. No soy derrotista, ni quiero que esto se lea peyorativamente, solo es que cuando la muerte se acerca, el trascendentalismo se reactiva, y con él la melancolía, la necedad de buscar respuestas a las trivialidades del día a día, a la vida robótica y rutinaria, al hecho simple de respirar.

Y es que la muerte siempre está cerca, pero obviamos su presencia como cuando en un semáforo miramos al otro lado para no ver a la familia desamparada que pide dinero. 

En las pasadas semanas han muerto el tío de mi esposa, el padre de otro gran amigo, el abuelo de una amiga entrañable, el hijo de un conocido, el perro de mi prima, la abuela de mi cuñado; y yo solo he podido decirles que lo lamento en el alma y que les deseo buen viaje a sus seres amados. Pero no tengo certeza si tendrán buen viaje o no, es más, no sé si hay un viaje, si llegarán a algún sitio, si hay algo más, si la historia continúa. No tengo certeza de nada, aunque quiero creer que así es, que al dejar tu cuerpo sigues creciendo, que la energía se transforma, que el alma es imperecedera, que el dolor se acaba y el camino se ilumina. Quiero creerlo, pero no lo puedo afirmar. 
Y entonces, usando la objetividad y el sentido común que pocas veces me acompañan, me doy cuenta que mi única respuesta es demostrar mi amor a quienes siguen en este plano tridimensional, a los que aun puedo abrazar. Ser amable y compasivo, ayudar indiscriminadamente, intentar ser mejor, no juzgar, no juzgarme, deshacerme de las culpas e intentar subsanar mis errores, apartarme de la crítica, disfrutar del instante por más monótono y rutinario que sea. Luego, ya verificaré por mí mismo (o no), si hay un viaje, y si es así lo intentaré disfrutar también.

La vida se padece, pero incluso en el padecimiento se puede hallar luz, aprendizaje, amor. Todos pasamos por momentos oscuros, pero también, todos tenemos momentos de luz. Esa es la vida, una dualidad de vivencias, de emociones. Es complicada -estoy de acuerdo-, maravillosa muchas veces, putamente triste en otras ocasiones, agónica u orgásmica, o las dos a la vez, porque en la dualidad todo se puede.

Abro mis ojos, estoy vivo otro día. Respiro a fondo y comienzo de nuevo. ¿Rutina o renacimiento?, no importa, tampoco es relevante ya el agobio por lo que podría traer o no el futuro, por pensar qué haré con mi vida, por buscar respuestas vanas a preguntas irrelevantes. Lo que me importa ahora es ser bueno, aportar a la vida de los que me rodean, intentar cambiar por lo menos un poquito el mundo, mi mundo.

Y vos, ¿también estás vivo?


















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