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domingo, 14 de abril de 2019

Es solo una cuestión de actitud

Ultimamente despierto la mayoría de los días sintiéndome como un niño de 12 años, relajado, sin pensar en el corre corre del día, y con ganas de hacer 'chichí'.
Me levanto sin prisa, camino hacia el baño que queda a unos breves pasos de mi cama, y dejo correr con satisfacción el primer torrente que emana de mi cuerpo, mientras muevo mi cintura de un lado al otro intentando tener la puntería de un Robin Hood disparando flechas. Luego, aún medio dormido, me dirijo al lavamanos y mecánicamente enjabono mis dedos, tomo el cepillo de dientes y dejo que le haga un masaje a mis encías, me lavo la cara para borrar los indicios de mis lagañas y me miro al espejo para darme cuenta que no tengo 12 años, ni 20 o 30. Soy un tipo con canas en la barba y en las sienes, con arrugas en la frente y patas de gallinas (esas tres rayas extrañas que salen en una esquina del ojo), con marcada miopía y carencia de pelo en algunos sectores de mi cabeza amorfa. Entonces es ahí donde el chip de mi cerebro cambia sin que yo tenga consciencia de ello, y comienzo a comportarme de acuerdo a mi edad y lo que espera el mundo de un hombre de más de 40 años.

Salgo con seriedad del baño, leo las noticias del día mientras prendo el televisor de la sala para ver lo que sucede; pero sin que pase mucho tiempo, vuelvo a ser el de 12 mientras juego con el cereal y me sirvo un jugo, y le indico a 'Alexa' que ponga mi lista favorita de Spotify y que después de la segunda canción llame a mi mamá para saludarla.
Mientras tanto, lleno el crucigrama del periódico del día, cambio el canal de noticias y termino viendo a Tom y Jerry, y al terminar el desayuno me pongo un short y una camiseta cualquiera y salgo a correr por las calles de mi vecindario, sabiendo que terminaré en el café de mis amigos franceses tomando agua con gas y comiéndome un croissant de chocolate, mientras contamos chistes en dos idiomas y hablamos de cosas irrelevantes que nutren la mañana.

Al regresar a casa tomo una ducha de 1 hora mientras canto un par de canciones y analizo la vida, pues es bajo el agua que surgen mis mejores ideas y en donde los espíritus de Platón, Pitágoras y hasta Tales de Mileto invaden el ambiente y me sumergen en sus paralelismos, esos que se desvanecen cuando los dedos se me arrugan y me doy cuenta que es hora de buscar la toalla.

Luego regreso absorto a la realidad, allí donde debo una vez más comportarme de acuerdo a la edad, pero la verdad sea dicha, ya no soy capaz de hacerlo del todo. Es que le estoy tomando un gusto especial a la vida, y sin decidirlo expresamente, he comenzado a disfrutarla mucho más que antes. ¿La razón? No lo podría decir de manera concreta, pero el simple hecho de saber que se acabará en cualquier momento, me hace sentir que no debo enfrentarla tan en serio, además no tengo una razón de peso para estar triste o amargado, y aunque no es perfecta y tengo pequeñas dificultades, me he dado cuenta que todo es mucho más fácil cuando me siento optimista y contento con mi entorno. Quizá es como dice Fito Páez en una de sus canciones, "es solo una cuestión de actitud", y desde que la buena actitud me acompaña, mis días son mucho mejor.

Se me han quitado los dolores de cabeza que no me dejaban en paz por meses, se fue el mal genio que llegaba sin otorgarme deseos, el estrés proporcionado por mis malas reacciones a las acciones ajenas, la falta de apetito (de todas clases), la pasividad en que me sumergí hipnotizado sin ver el panorama de manera clara.

La vida siempre va a tener altibajos, comeremos mierda en algunas ocasiones, no seremos inmunes al dolor, habrá injusticias, pero solamente de nosotros depende la manera en que asumimos nuestro acontecer, pues podemos dejarnos llevar por las inclemencias del día hacia el agujero negro de la decepción y la amargura, o enfrentarla como guerreros independientemente del resultado, pues incluso para perder hay que tener honor.

Me he dado cuenta que mi estado anímico no depende de otros, ni de que pasen o no las cosas que yo quiero, depende solo de mi, y por eso yo soy el único responsable de que mi presente sea el mejor posible. Quizá no será fácil todo el tiempo, pero estoy seguro que como cualquier hábito, es posible hacer cambios que transformen a la vez la manera en que la mente trabaja (es un proceso llamado neuroplasticidad, donde el cerebro cambia de acuerdo a la conducta que se asuma).

Todos tenemos adentro ese niño (a) que fuimos un día, ese ser que se maravillaba viendo un arco iris, o armando un avión de papel y viéndolo estrellarse contra la pared más cercana; pero crecemos y asumimos roles sociales que nos hacen perder de vista que la vida es un cúmulo de acontecimientos que bien podemos usar a nuestro favor. No estoy asumiendo el rol de motivador, ni más faltaba, pues quién soy yo para hacerlo, pero si asumo el rol de chofer de mi propio carro, ese que me lleva por el camino desconocido hasta que se le acabe la gasolina. En él estoy dispuesto a seguir con la mejor cara posible, manejando con la ventana abajo, tomando rutas que no aparecen en el GPS, perdiéndome a propósito a ver que experiencias nuevas encuentro, montando extraños que necesiten un aventón, y sabiendo que si me estrello, sigo el camino a pie, pues es la única forma de alcanzar la llegada, una que ahora defino como conocerme a mi mismo, y reinventarme todos los días un poco más. Tal vez es la mejor manera para ser exitoso, pues al final mi éxito se mide en mi tranquilidad, y esta a su vez es la generadora de felicidad y armonía.


Así que si me ven jugando en una esquina cualquiera, no piensen que estoy del todo loco, solamente es que estoy re-aprendiendo a vivir.





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