-¿Te has dado
cuenta lo mucho que mantenemos en aeropuertos y hospitales?- Me preguntó mi
hermana Clara en la mañana de ayer, mientras nos tomábamos un café amargo en el
segundo piso de una clínica en Miami.
24 horas atrás,
ella regresaba de uno de sus viajes, y yo la esperaba en el aeropuerto; y ahora
ambos estábamos esperando que nuestra vieja saliera de cirugía.
Mi familia es numerosa,
pero además es andariega, y ambas características son razones suficientes para
que en los últimos meses los que no estén viajando, estén enfermos.
Mientras seguía
tomándome otro trago del café maluco que allí venden, pensé que a pesar de
nuestras reiteradas visitas a los centros de emergencia locales, somos
afortunados que hasta el momento todas las intervenciones quirúrgicas, u otros
casos relacionados con nuestra salud, tengan desenlaces satisfactorios.
Por otro lado, los
aeropuertos representan, como para casi todas las personas, dualidades
sentimentales, ya sea porque despides a tus seres amados, o porque los recibes
y vuelves a verlos. En nuestro caso particular, en los dos meses que pasaron,
hemos estado despidiendo y recibiéndonos unos a otros, ya que casualmente sea
por trabajo, o por situaciones de familia, hemos tenido que viajar de manera
individual.
Ahora, nos
encontramos sentados en un pasillo de hospital esperando las noticias sobre la operación
de nuestra progenitora, y cruzando los dedos para que todo salga bien, y el avión
en el que se embarcó aterrice sin inconvenientes.
Pero no es así.
Minutos más tarde, el doctor encargado de su vuelo, nos avisa que hubo una
turbulencia fuerte durante la cirugía, y que la anestesia general estaba
afectando seriamente a nuestra pasajera preferida.
Los nervios se
nos alteran por la noticia, aunque sé que también es culpa del horroroso café
suministrado por una azafata cascarrabias, y lo único que podemos hacer por las
siguientes horas es pedirle al piloto mayor para que la nave retome su rumbo
sin que se presenten bajas.
Ahora la
turbulencia la sentimos nosotros, y la nave se mece fuertemente de sólo pensar
que quizás no lleguemos todos juntos a nuestro destino.
Los segundos se
vuelven minutos, los minutos horas, y las horas eternidades, hasta que una vez
más regresa el médico de cabecera con noticias alentadoras, indicando que mi
vieja ha recuperado la consciencia y que ya no habrá aterrizaje de emergencia.
Mi hermana y yo
respiramos con inmenso alivio, y para celebrarlo vamos a comprar otras dos
tazas del café agrio y recalentado que vende aquella mujer mal encarada, pero
ahora el sabor de nuestras bebidas es dulce, consistente, con aroma a recién
molido, y además deja en nuestros labios una sensación de paz y tranquilidad
que asocio exactamente con la que tengo cada vez que aterrizo.
Mucha alegria por.ti y tu familia. Les deseo que tu mami se recupere pronto
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