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miércoles, 13 de noviembre de 2013

Un aterrizaje sufrido.

-¿Te has dado cuenta lo mucho que mantenemos en aeropuertos y hospitales?- Me preguntó mi hermana Clara en la mañana de ayer, mientras nos tomábamos un café amargo en el segundo piso de una clínica en Miami.

24 horas atrás, ella regresaba de uno de sus viajes, y yo la esperaba en el aeropuerto; y ahora ambos estábamos esperando que nuestra vieja saliera de cirugía.

Mi familia es numerosa, pero además es andariega, y ambas características son razones suficientes para que en los últimos meses los que no estén viajando, estén enfermos.

Mientras seguía tomándome otro trago del café maluco que allí venden, pensé que a pesar de nuestras reiteradas visitas a los centros de emergencia locales, somos afortunados que hasta el momento todas las intervenciones quirúrgicas, u otros casos relacionados con nuestra salud, tengan desenlaces satisfactorios.

Por otro lado, los aeropuertos representan, como para casi todas las personas, dualidades sentimentales, ya sea porque despides a tus seres amados, o porque los recibes y vuelves a verlos. En nuestro caso particular, en los dos meses que pasaron, hemos estado despidiendo y recibiéndonos unos a otros, ya que casualmente sea por trabajo, o por situaciones de familia, hemos tenido que viajar de manera individual.

Ahora, nos encontramos sentados en un pasillo de hospital esperando las noticias sobre la operación de nuestra progenitora, y cruzando los dedos para que todo salga bien, y el avión en el que se embarcó aterrice sin inconvenientes.

Pero no es así. Minutos más tarde, el doctor encargado de su vuelo, nos avisa que hubo una turbulencia fuerte durante la cirugía, y que la anestesia general estaba afectando seriamente a nuestra pasajera preferida.

Los nervios se nos alteran por la noticia, aunque sé que también es culpa del horroroso café suministrado por una azafata cascarrabias, y lo único que podemos hacer por las siguientes horas es pedirle al piloto mayor para que la nave retome su rumbo sin que se presenten bajas.

Ahora la turbulencia la sentimos nosotros, y la nave se mece fuertemente de sólo pensar que quizás no lleguemos todos juntos a nuestro destino.

Los segundos se vuelven minutos, los minutos horas, y las horas eternidades, hasta que una vez más regresa el médico de cabecera con noticias alentadoras, indicando que mi vieja ha recuperado la consciencia y que ya no habrá aterrizaje de emergencia.

Mi hermana y yo respiramos con inmenso alivio, y para celebrarlo vamos a comprar otras dos tazas del café agrio y recalentado que vende aquella mujer mal encarada, pero ahora el sabor de nuestras bebidas es dulce, consistente, con aroma a recién molido, y además deja en nuestros labios una sensación de paz y tranquilidad que asocio exactamente con la que tengo cada vez que aterrizo.

Y es que esta vez no es la excepción, pues mi madre ya está con nosotros de vuelta: Su vuelo ha aterrizado. Bienvenida vieja!!

1 comentario:

  1. Mucha alegria por.ti y tu familia. Les deseo que tu mami se recupere pronto

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