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martes, 10 de febrero de 2015

La muerte de todos los días


Mi vida se torna silenciosa a eso de las 3 de la tarde. A pesar del bullicio cotidiano, del timbre agudo y molesto de mi celular de trabajo, del pito de los carros, de los rayos de sol que sin piedad golpean mis irritados ojos, y de los constantes pensamientos aturdidores que rondan en mi cabeza, a eso de las 3 de la tarde, todos tienden a desaparecer, y no intento buscar explicaciones, pues es el mejor momento de mi día. Imagínense que por unos minutos todo el ruido visual y auditivo que carcome su espacio, desapareciera. ¿No le parece fabuloso?

Eso me sucede a mí, sin importar el sitio donde me encuentre, las personas que me rodean, o la situación que esté experimentando. A eso de las 3 de la tarde, mi cerebro hace un alto en el camino y me brinda una tregua de espacio y tiempo que disfruto al máximo, como si se tratara de un orgasmo múltiple.
Ignoro cuánto tiempo dure aquella gracia divina. Puede que 5 minutos, o solamente 1, o quizás un par de segundos. No me importa saberlo, porque no lo mido, solo lo disfruto. Para mí, el silencio de cada tarde dura lo suficiente.

Recuerdo aun la primera vez que lo experimenté. Fue muchos años atrás, y estaba en medio de una audiencia preliminar, defendiendo a un hombre acusado de robo a mano armada.
El juez escuchaba las declaraciones del ladronzuelo, mientras la escribiente del juzgado hacia un ruido enorme con su vieja máquina de escribir, recopilando cada palabra en el expediente del proceso. Dos carceleros esperaban en la puerta que la diligencia se terminara para trasladar al acusado de nuevo a la cárcel. El segundero del cuadriculado reloj de pared hacia una bulla monumental mientras intentaba con su artritis dar un paso hacia la derecha y seguir controlándonos el tiempo. Alguien tosía por allá, otro estornudaba por allí, y los ruidos se acrecentaban con el eco del viejo salón del palacio de justicia.

De un momento a otro hubo un silencio aturdidor en aquel sitio. Sin saber cómo, cuándo o por dónde, me esfumé de aquel lugar. Un sentimiento de tranquilidad absoluta me inundó. Sacudí mi cabeza porque no entendía bien lo que pasaba. No estaba en ninguna parte. No escuchaba ni veía nada. Era como si no existiera.

-¿Habré muerto de un infarto en el juzgado?-, pensé sin alterarme, pero el silencio era tan fuerte que calló incluso mis pensamientos y me apaciguó por completo. Decidí entonces ser uno con el silencio y fundirme en aquel momento de felicidad absoluta que duró horas.
Luego, tal como me fui, regresé a la silla incómoda de aquel juzgado, donde nuevamente el quejido enfermizo del segundero acaparó mi atención, y pude verificar que el infarto jamás ocurrió.

A partir de aquel momento extraño pero hermoso, este suceso se volvió más recurrente. Volvió a pasar días después, mientras me encontraba en la casa de mi novia de aquel momento. Estábamos sentados en la sala esperando con ansias que su hermano se despidiera y nos dejara solos. Sonaba una melodía de fondo que no recuerdo. Su hermano hablaba y hablaba como si tuviéramos toda la vida para escucharlo, pero no era así, pues ambos teníamos clase en la tarde, y queríamos aprovechar un momento a solas para hacer de las nuestras.
Recuerdo que aquel muchacho se puso de pie y caminó hacia la puerta, luego se volteó hacia mí, y me preguntó algo, pero en ese preciso momento me morí otra vez, sin dolor, o sensación de incomodidad. Solamente desvanecí. Y regresé al mismo lugar de paz en el que ya había estado. Pensé que no era normal, pero una vez más, el silencio fue más fuerte que mi raciocinio, y permití que este dirigiera mi destino.

Sin embargo, regresé a la sala, y observé a aquel hombre aun moviendo su boca mientras me hablaba. No escuchaba más que el silencio, que realmente tiene sonido.
Porque es que muchas veces se piensa que el silencio es mudo, pero no es así. Yo he comprobado a través de mis trances inexplicables que el silencio sí tiene un sonido; lo que pasa es que pocas veces tenemos la fortuna de experimentarlo, pues vivimos en un mundo donde el ruido es tan normal que al menor espacio de tranquilidad nos llenamos de temor y opacamos con nuestra mente el milagro que proporciona escuchar el maravilloso sonido que emana del silencio.

Miré entonces hacia un lado, y observé a mi bella novia (Ximena es su nombre por cierto), pero no escuché nada de lo que decían. Vi que ambos abrían sus labios, y también observé el momento en que su hermano se marchó y cerró la puerta a su espalda. Pero no oí nada.
-Por lo menos sé que no estoy muerto, sino sordo-, bromeé conmigo mismo.

Mi novia se abalanzó sobre mí y me besó, pero mi mente aun no regresaba con la ligereza que mis hormonas querían.

Lo que sucedió los segundos después lo ignoro, pues nuevamente me alejé sin querer, y créanme que intenté no hacerlo, pero una fuerza superior a mi voluntad me haló hacia aquel lugar de silencio infinito.
Esa vez mi ausencia mental duró un poco más, aunque confirmo que mi presencia corporal jamás me hizo quedar mal. Me di cuenta que era como estar sin saberlo.

Mi vida se torna silenciosa a eso de las 3 de la tarde. Han pasado muchos años, y ahora todo sucede perfectamente. He logrado aprender a quedarme a medias en el presente, pero la parte que más disfruto de mi mente, emprende su camino hacia aquel sitio de silencio que se ha convertido en mi morada preferida, en mi lugar de tranquilidad, y donde tomo decisiones y analizo mi labor en esta vida.
Pocos saben de aquel lugar, pues es difícil explicar que a eso de las 3 de la tarde, tengo un boleto comprado que me lleva a un viaje insospechado, y donde no necesito equipaje, ni compañía.

Allí no estoy solo, pero lo estoy. En aquel lugar tengo todo, pero no tengo nada, y eso es tenerlo todo. Ese espacio me proporciona lo que me falta. He intentado por años llegar a diferentes horas del día, en más de una ocasión diaria, pero no lo controlo yo (por lo menos no todavía).
¿Loco? ¿Mentalmente inestable? Totalmente de acuerdo. Pero de no ser así, jamás hubiese descubierto aquel mágico espacio donde soy yo, sin nada, sin juicios, ideas, egos, deseos o ansias. El silencio tiene el mejor sonido que hasta ahora yo he escuchado.

Mi vida se torna silenciosa a eso de las 3 de la tarde. La misma hora donde seguramente me alejaré de aquí algún día.

 

 

 

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