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miércoles, 24 de diciembre de 2014

Ruidos navideños


El bulloso ruido de un taladro carcome mis oídos. Haciendo un esfuerzo máximo por ignorarlo, meto mi cabeza bajo la almohada con intenciones de seguir durmiendo, pero es imposible. El sonido cada vez es más fuerte.

Abro un ojo lagañoso y levanto mi cabeza hacia el reloj de pared. Son solamente las 7 de la mañana, y el sol aún no comienza a aparecer en mi ventana. Es diciembre 24, y hoy no tengo que ir a la oficina, por lo que mi plan para esta jornada es dormir, dormir y dormir, hasta que el estómago me levante con quejidos hambrientos, pero como nunca en la vida sucede como lo planeo, el ruido que me despierta no proviene de mis tripas.

-Mierda-, exclamo con rabia, mientras el taladro incrementa su trabajo tal como si estuviera posado sobre mi cabeza.

He llegado a casa a eso de las 5 de la mañana, y hoy es uno de los pocos días donde dormir es prioridad en mi rutina, sin embargo, hay un ‘carpintero’ sin madre en el edificio, regocijado con el espíritu navideño, y quizás organizando su casa para la fiesta de esta noche (a la que por demás no estaré invitado).

Por un momento glorioso, la herramienta que odio se detiene. La paz del silencio abriga mi entorno, y mis párpados abrumados por el cansancio se cierran una vez más sirviendo como puente para que vuelva a profundizarme en mi plácido sueño. Pero la dicha es efímera, y nuevamente el taladro maldito recobra sus fuerzas y me grita al oído: ‘Levántate, es navidad’.

Lleno de frustración y rabia, me levanto de mi cama, dispuesto a caminar hacia el apartamento responsable, y meterle el taladro a su dueño por uno de sus orificios personales; pero me detengo a mitad del camino, ya que no sé a ciencia cierta de dónde proviene el bullicio.

Llamo a la portería del edificio y me quejo con voz de ultratumba.

-Buenos días señor Héctor Manuel-, me dice el portero con regocijo en su voz. Sin verlo, puedo imaginar su sonrisa de oreja a oreja, que deja entrever un mueco inferior por donde entra el frío de la madrugada.

Exclamo al dichoso hombre que el ruido del taladro no me deja dormir, y que por favor le pida al responsable que mengue su labor demoniaca hasta al menos medio día.

Regreso a cama a la espera de que cese el campo de batalla, y reine nuevamente la tranquilidad en mi habitación.

Al cabo de unos eternos minutos, el taladro calla su voz. Ahora el de la sonrisa de oreja a oreja soy yo.

Me sumerjo una vez más en mis sábanas negras, y me dejo acariciar por la ausencia de la broca taladrando mi espacio. Pero cuando ya uno de mis ojos se ha dormido, comienza un segundo martirio: canciones de navidad provenientes del apartamento contiguo.

Puedo escuchar a las dos pequeñas que viven en tal unidad, cantando con sus voces desafinadas, las estrofas creadas para la ocasión.

-No puede ser-, me quejo molesto. –Todavía no es navidad-, grito desesperado golpeando la pared de mi cuarto, y esperando que mis vecinos escuchen mis súplicas, pero no es así.

Laura y Lena, las dos hermosas y tiernas niñas del 505, ahora se han convertido en dos brujas desalmadas que planean destruir mi integridad física.

Por un momento breve, siento que las odio, como odio sus canciones navideñas, mis paredes desprotegidas por el ruido ajeno, o al taladro y su propietario. Solamente quiero descansar en paz, en silencio, pero es imposible hacerlo en vísperas de navidad.

Atolondrado entonces por mi carencia de descanso, tomo una ducha, preparo un café, y salgo de casa con rumbo a terminar mis compras navideñas, no sin antes pasar por casa de mis vecinos y abrazar a las pequeñas Lena y Laura, las dos bellas culpables de mi cara de idiota y mi andar zigzagueado.

Eso sí, si me topo con el dueño del taladro, aún tengo planes de metérselo por donde menos le quepa.

Feliz víspera de navidad.

 

 

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