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sábado, 20 de diciembre de 2014

Somos tres

Recuerdo como si fuera ayer cuando mi esposa me dio la noticia meses atrás. Era una mañana lluviosa y con truenos. Pienso que quizás el tiempo atmosférico presagiaba el suceso que se acercaba.

Con voz trémula, ella intentó contarme de qué se trataba, pero sus palabras no salían de su boca con la normalidad acostumbrada.

-¿Qué te pasa?-, le pregunté asustado.

Su respuesta fue un baldado de agua helada. No puedo negar que aquella noticia me dejó congelado. El ‘ice bucket challenge’ que nunca hice, llegaba en aquel momento de manera inesperada. Mentiría si digo que sentí alegría, regocijo o ilusión por nuestra adición a la familia. No fue así.

Pueden pensar que soy un tipo descorazonado, falto de compromiso, insensible, o cuanto adjetivo más les dé la gana. Quizás tengan razón.

-Seremos tres en diciembre-, finalizó mi musa.

-¿Estás segura?-, pregunté una vez más con un gesto de desaprobación  que se convirtió rápidamente en tristeza y depresión.

-Sí, estoy segura. Ya lo verifiqué-.

Inmediatamente, inquirí con una pregunta que me calificaría con un cero en la tabla de notas. Aunque no me arrepiento en absoluto de haber expresado lo que dije, ella aún no olvida mis palabras.

-¿Hay algo que podamos hacer para evitarlo?-, exclamé con la esperanza de encontrar una solución.

Su reacción fue la esperada. El llanto emanó y su melancolía quedó regada por varios rincones de nuestro pequeño apartamento.

-Eres un desalmado-, pensaría ella en el mejor de los casos, pero la verdad es que me preocupaban muchas cosas.

Nuestra residencia es pequeña, acondicionada especialmente para nosotros dos. Un nuevo integrante significaría una variación completa de mi estilo de vida. Además, el hecho de que la fecha de llegada de nuestra pequeña, coincidiera con el mes de diciembre, generaba en mí una clase de molestia desmesurada.

Tendríamos que sacrificar nuestras fiestas familiares, nuestras salidas con amigos, nuestras celebraciones tradicionales, por esperar el fruto de una noche donde no pensé bien las consecuencias.

-Deja de llorar-, la abracé. Si no hay nada qué hacer, pues vamos a hacerle frente a la situación y trataremos de que todo suceda de la mejor manera, le dije con sinceridad y falto de romanticismo.

Parece que fue ayer, cuando recibí la noticia de que seríamos tres. Confieso en estas hojas, que durante buena parte de estos largos y complicados meses, intenté en varias oportunidades lograr que ella pensara diferente, y tomáramos una decisión drástica sobre nuestro futuro.

-Aún hay tiempo de evitar esta llegada-, le dije, a sabiendas de que no aceptaría.

Pero el destino se me salió de las manos.

Hace pocas horas llegó. No sé a ciencia cierta cuántas libras pesa, ni su tamaño. Sus ojos azules sobresalen en su rostro circular. Nuestra reacción al verla fue diferente. Mi esposa lloró como una niña, mientras la abrazaba con ternura. Yo por el contrario, no he llorado, ni la he besado todavía. Un abrazo un poco seco ha sido mi único acercamiento por ahora.

Sentado en aquella enorme sala de espera, llegaron miles de pensamientos a mi mente.

Todo comenzó aquella noche hace nueve meses. Había llegado de mi oficina y mi esposa se veía triste, taciturna, pensativa.

Me indicó que extrañaba a su madre, y que quisiera pasar una navidad con ella. Mi cansancio extremo no me dejó pensar bien en sus próximas palabras.

-¿Crees que podemos invitarla a que pase diciembre con nosotros?

-Claro-, supuse que le dije, mientras pensaba en otra cosa.

Hoy, mi suegra arribó. No llegó en una cigüeña procedente de Paris, no; arribó en un avión desde Eslovaquia.


Ahora somos tres en casa, y lo seremos por los próximos tres meses.

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