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domingo, 4 de agosto de 2013

Las noches de algunos.

Llevaba ya varios días sin poder escribir en el blog. Pensé que cada día podría dejar una vivencia aquí plasmada, pero no ha sido así, por más que yo lo quiera. Los últimos tres días han sido un poco complicados para mí, he tenido que amanecer en el hospital en dos ocasiones, además de estar atiborrado de trabajo y compromisos familiares imposibles de eludir.
Para fortuna personal, ya mi situación regresa a la calma, y de nuevo puedo sentarme a continuar con mi rutina,  y volver a escribir aquí.
Precisamente, esta noche fui a casa de mi hermana mayor para terminar un proyecto junto con ella y mi cuñado. Después de cenar, mi hermana se dirigió al cuarto de mi sobrinito para acostarlo. 20 minutos después, el pequeño travieso se sumergía en el mundo de los sueños, y dejaba que su cuerpo (agotado por su hiperactividad constante), se relajara por algunas horas, ya que de seguro en la mañana estará de nuevo brincando por toda la casa (ojalá sea así).
Antes de salir hacia mi casa, entré al cuarto de mi bello sobrino a darle un besito de buenas noches, y despedirme de su osito preferido, quien lo acompaña cada noche por si las brujas o los monstruos intentan despertarlo.
La verdad, no pude resistirme tomarle una foto con mi celular, y mientras lo hacía, daba gracias al cielo por saber que aquel hermoso bebé (del cual estoy completamente enamorado), está descansando en una camita caliente, protegido por sus padres y su oso, y en completa tranquilidad.

Después me monté en el auto y comencé a manejar hacia mi casa, pero sin saber por qué, el recuerdo de un niño que vi en Colombia hace algunos meses, llegó a mi mente y me atormentó enormemente. Se trataba de un pequeño de unos 5 o 6 añitos, que se encontraba durmiendo en una esquina de Bogotá acostado sobre unos periódicos. Aunque no tengo una fotografía de este pobre bebé, me atrevo a decir que niños como él, pueden encontrarse en muchas de las esquinas de nuestros países, y que una imagen como la que te describo ya puede haber llegado a tu memoria.
No obstante, he visto que este blog está siendo leído en Rusia, Canadá, Croacia y Holanda, y aunque ignoro quienes lo leen en aquellas tierras lejanas, sé que en estos países no se ven imágenes como las que vivimos a diario en otros sitios del mundo, y por esa única razón (y no se trata de amarillismo), he decidido montar una imagen cualquiera de un niño durmiendo en una calle.
 

Mientras mi sobrinito, o el tuyo, o tus hijos, nietos, o hijos de tus amigos; duermen cómodamente, otros muchos (millones), no tienen la misma suerte, y pasan sus noches de frío durmiendo a la intemperie, corriendo mil riesgos, cobijados con hojas de papel periódico, haciendo con cartones un colchón, sin ositos de peluche, o besos de buenas noches, y sin una figura de un adulto que proteja sus sueños.
Me detuve en el semáforo en rojo y miré al firmamento. Un sentimiento ambivalente me absorbió la noche. Mientras daba gracias por la suerte de mi sobrinito, me sentí muy triste por la suerte de aquel niño colombiano, y de los millones de otros que no he visto pero que sé que existen.
No voy a tratar en este momento de buscar explicaciones de carácter socio-político, o espiritual del porqué la suerte sonríe para algunos y llora para otros; mi propósito no es adentrarme en la corrupción de nuestros gobiernos de turno o en teorías religiosas, que fácilmente darían una clase magistral de la desigualdad social, de qué sistema económico es mejor, o de cómo funciona la ley del karma.
La verdad es que con karma o sin él, con justicia o sin ella, con socialismo o capitalismo, con fe o sin ella, hay en este preciso momento millones de seres desprotegidos durmiendo en una calle de este planeta, con hambre, con frío, con miedo, con tristeza, sin futuro, sin camino, sin suerte.
Creo firmemente que el motivo de mi existencia no es ser un escritor destacado, o un periodista que todos reconozcan, ni el tuyo es ser un profesional que sobresalga en tu medio, o tener una casa de campo con un bote, y un Ferrari en tu garaje (que suena fabuloso), pero de nada sirven estas cosas materiales si no hacemos algo por quienes sufren a nuestro alrededor. La razón de vivir es dejar un mundo mejor del que encontramos al nacer, un lugar donde menos niños duerman en las calles, un sitio en el que al menos todos podamos comer tres veces al día, donde se ría más y se llore menos, donde abracemos con mayor frecuencia y no juzguemos.
¿Utópico? ¿Ingenuo? ¿Idiota? ¿Soñador? No lo creo. Estoy convencido de que un mundo así es posible, y no en 100 años. De vos y de mi depende que el mundo mejore, que más niños duerman como mi bello sobrinito, y que la hambruna se convierta en un mal recuerdo que pasó a la historia.
Por ahora anhelo con el corazón de que al menos los sueños de quienes duermen en la calle sean tan placenteros como los de mi sobrino.
Un abrazo a todos.
Sígueme en Tuiter @HectorManuelCNN



1 comentario:

  1. es possible.. tambien lo creo... si todos aportamos algo , aunque sea minimo estas cosas pueden acabarse. Muy lindo tu articulo

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