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martes, 6 de agosto de 2013

Al perro lo que es del perro.

Es martes en la noche. Llegué a mi casa después de un largo día de trabajo, donde no tuve tiempo para cenar. Debido a eso me comenzó un fuerte dolor de cabeza que hasta ahora no se me quita.
Pensé que tenía algo de comida preparada en mi nevera, pero no fue así, ya que no contaba que las últimas papitas cocinadas y un pollo en salsa que tenía guardado había sido consumido horas antes de irme a laborar.
Intenté preparar algo más, pero mejor decidí salir a comprar algo en un restaurante colombiano que está cerca de mi apartamento. Prendí el auto y comencé a manejar un par de bloques hasta llegar al lugar donde llenaría mi estómago.  El dolor de cabeza se hacía cada vez más fuerte. Pedí una carne asada con arroz y ensalada, y además un jugo de mora.
-Son 12 dólares-, me dijo la amable señora que me atendía.
Busqué mi billetera para pagarle, descubriendo con horror que no estaba en mi bolsillo trasero, lugar donde reside la mayor parte del tiempo.
Recordé que la había dejado sobre mi escritorio, en compañía de mis anteojos. Busqué en mis bolsillos a sabiendas de que no tenía dinero en efectivo, y encontré dos chicles, algunas monedas y unos fósforos.
-Lo siento, dejé el dinero en casa, ya regreso-, manifesté un poco enojado conmigo mismo, mientras me apresuré a montarme en mi auto nuevamente para conducir un par de bloques de vuelta hasta mi escritorio.
Llegué a casa corriendo, tomé mi billetera y emprendí de nuevo mi camino hacia mi churrasco. De solo pensar en él la boca se me hacía agua. Mis tripas ya comenzaban a exigirme comida, y entonaban al unísono un cántico ronco de protesta por mi descuido alimenticio. El dolor de cabeza era cada vez peor.
Bajé rápidamente del carro, pero ahora la sorpresa era distinta: El restaurante estaba cerrado.
-¿Y mi churrasco?-, grité en la puerta, mientras los empleados me miraban asustados, pensando que me había enloquecido.
La verdad es que estaba loco del hambre, pero nadie lo entendía.
Busqué más sitios pero no encontré ninguno, y el dolor de cabeza me obligaba a volver a casa y comer lo que fuera.
-¿A qué sabrá la comida del perro?, pensé en medio del desespero.
Entré una vez más a mi morada, abrí la nevera ansioso y me dispuse a preparar unos huevos, pero al abrir la caja donde ellos viven, encontré a uno solo de estos.
Tomé una sartén, la unté de mantequilla y cuando ya iba a quebrar el huevo y tirarlo allí, una fuerte punzada en mi cabeza hizo que el ovulo de gallina se cayera y se quebrara sobre el piso.
Maldije mi dolor de cabeza y al huevo quebrado, y desesperado, destapé una lata con salchillas y comencé a devorarlas como naufrago que no ha comido en meses. Luego destapé una cerveza y una segunda lata de salchillas. Encontré también unas pastillas para el dolor de cabeza y me las tomé, pero la combinación entre el analgésico y el etanol no fue la mejor.
Minutos después estaba súper hiperactivo. Limpié el piso, probé la comida del perro, destapé otra lata de salchichas, llamé a dos ex novias, hablé con dos ex suegras que no me pasaron a las hijas, y aún tengo el dolor de cabeza, y un antojo increíble del churrasco que iré a comerme en el desayuno.
Abrazos.

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