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miércoles, 7 de agosto de 2013

La lotería me ganó a mi.


Una de las loterías de Estados Unidos juega esta noche de miércoles 425 millones de dólares. Yo no lo sabía, pero al llegar a la gasolinera a darle de beber a mi vehículo, observé una larga fila dentro de la estación de servicio.
-¿Qué estarán regalando?-, pensé, pero al acercarme me di cuenta que todas esas personas estaban esperando su turno para comprar un boleto que los hiciera soñar.
Me vi tentado a hacer la fila, pero la mirar el reloj descubrí que aquella fila me retardaría la hora de entrada a mi oficina, por lo que salí sin comprar un boleto de lotería.
La verdad es que casi nunca, por no decir jamás, he comprado lotería, ya que creo que el dinero se gana con tu trabajo, dedicación, empeño, creatividad, esfuerzo, y no en apuestas que resultan casi imposibles de ganar. Además nunca he escuchado de nadie que realmente se haya ganado un premio gordo, por lo que empezado a dudar de la veracidad de los juegos de azar.
Sin embargo, admito que cuando lo he hecho, mi imaginación ha volado a tierras lejanas, planeando qué haría con el dinero ganado. Aun así, en esta oportunidad ese no era mi caso, ya que estaba decidido a no adquirir un boleto.
Mientras manejaba por la carretera que me llevaría al estudio de televisión donde trabajo, observé varias vallas publicitarias con la cifra en juego, y el nombre de la lotería en cuestión.
-425 millones de dólares-, analicé en silencio.
Y es que realmente eso es mucho dinero y se podrían hacer miles de cosas maravillosas con una suma tan encantadora; pero yo ya tenía claro que no la compraría.
Mi teléfono sonó instantes antes de entrar a mi edificio:
-¿Compraste la lotería?-, me preguntó mi hermana menor.
-No, ya sabes que no creo en eso-, le dije, mientras volvía a pensar en las 425 millones (no millonas, como dijo Nicolás Maduro ayer) de razones para comprarla.
-¿Te compro una?-, inquirió ella, haciéndome saber que estaba haciendo una fila para comprar su boleto.
-No mi amor, no botes el dinero-, le dije antes de colgar.
Me causa un poco de gracia la manera en que los seres humanos siempre le damos al dinero un valor dimensional que no debiera tener, aunque entiendo perfectamente que en la pobreza se sufre más, y que aunque la plata no lo es todo, ayuda demasiado a mejorar nuestra calidad de vida. Pero lo que no comprendo es que algunos hacen hasta lo imposible por adquirir un peso extra, muchas veces sacrificando momentos, personas y circunstancias con valores que no se pueden cuantificar.
-Yo no compraré la lotería-, me dije nuevamente, a sabiendas de que esos millones te cambian la vida (para bien o para mal); pero con la claridad de que ya tengo lo más importante en la existencia: Amor ilimitado, y esto ya es una lotería ganada.
Al pensar en esta última frase, reí en silencio, y me di cuenta que había acabado de pensar como protagonista de una telenovela rosa; los que tanto me deprimen.
Tomé el elevador hacia mi piso de trabajo. Saludé a los tres hombres que estaban allí adentro, y no pude hacer caso omiso de su conversación sobre el premio mayor de la lotería de esta noche.
Aquellos hombres ya estaban mentalmente empacando sus maletas, pues en las próximas horas planeaban viajar a Europa en un tour vacacional. Claro está, primero deberían ganarse la famosa lotería que llevaban en sus manos.
-¿La compraste?-, me dijo el más alegre de los tres, y el que supongo ya tiene en mente a las amigas modelos que llevará a su destino anárquico.
-No. Yo no juego lotería-, manifesté.
Los excursionistas me miraron como si hubiera acabado de profanar sus creencias, y luego se vieron entre ellos como diciendo “Por eso es que la gente no sale de pobre, porque no se ayudan”.
-Buena suerte en el viaje a Europa-, les dije sonriendo, mientras me bajaba del elevador en mi piso. La verdad les deseaba que pudieran ganársela, y recorrer el mundo entero disfrutando de aquella fortuna y de sus bellas compañías.
Entré a la oficina, e inmediatamente uno de mis mejores amigos se me abalanzó encima y me dijo:
-Héctor, ya compramos la lotería entre todos aquí. Nos toca dar 2 dólares a cada uno. Yo pagué por ti, y sobre tu escritorio están los boletos-
Yo no le dije nada. Pensé que había estado todo el día huyendo de comprar un boleto de lotería, pero ahora era ella la que me buscaba.
Me metí la mano al bolsillo, saqué dos dólares y se los di a mi amigo.
Luego corrí al elevador e intenté buscar a los viajeros de Europa, pero no los encontré. Ahora no sé qué maleta llevar al viaje vacacional con sus hermosas amigas.
Por ahora lo único que sé a ciencia cierta, es que mañana volveré a desempacar aquella maleta que hoy reposa en mi bolsillo con 6 números que me separan de las tierras del primer mundo.
Un abrazo.

2 comentarios:

  1. jajaja.. ya desempaque la mia.. me encanto lo de millonas jejeje pobre Venezuela con ese presidente

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  2. Lo que yo quisiera ganar algún dia es el Bonoloto...

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