Siempre me he
distinguido por ser un tipo torpe, olvidadizo, hiperactivo, con poca
participación en grupos, y de escasos amigos. La verdad es que desde que tengo
memoria me ha, no solo incomodado, sino además costado trabajo, socializar en
grupos, y es por tal razón que es muy común encontrarme en sitios públicos
rodeado de todos pero solo.
Siento que
muchas veces cuando las personas se reúnen en conjuntos determinados, se pierde
la consciencia personal y se adopta de manera errónea una mentalidad colectiva
de la que difiero la mayoría de las veces. La mente del grupo comienza entonces
a asumir roles concretos, incluso en contravía de lo que sus participantes
piensan cuando son elementos singulares, pero las ganas de ‘ser parte de’, y de ‘figurar’
son tan fuertes, que terminamos aceptando cánones impuestos por otros,
solamente para no quedar por fuera.
No tengo, ni
nunca he tenido ningún problema con compartir mi tiempo con una persona,
incluso dos; pero cuando ya las multitudes son más de tres, algo dentro de mí
comienza a flaquear y sin darme cuenta me quedo sin pertenecer a las
conversaciones, grupos, o colectividades externas.
Entiendo que
este comportamiento que emano constantemente y desde que era un niño, no es
realizado adrede. Yo quisiera lograr ser parte de algunos grupos, de
actividades en conjunto, de colectividades en las que me sienta a gusto; pero
no ha sido posible hasta ahora encontrarlas, y dudo que suceda eventualmente.
Incluso cuando
era un niño, no lograba asociarme bien con otros de mi edad, ya que ni siquiera
hacía un esfuerzo por hacerme comprender.
Recuerdo ahora
que me demoré para hablar más de lo habitual. Mis tres hermanas lograron
conversar como loritas cuando tenían un poco más de un año, pero este no fue mi
caso. Tampoco lo hice a mis dos años, ni siquiera a los tres. Siendo sincero,
vine a darme a entender un poco (solo un poco), a los cinco años.
Mi familia
todavía recuerda con humor que en vez de decir ‘periódico’, decía ‘perióchodo’,
‘teléncono por teléfono’, ‘Alenca por Ángela’, y así muchas otras palabras de
nuestro hermoso idioma que yo torturaba al igual que lo hacía con los oídos de
quienes tenían que aguantarme la conversación en chino. (O de quienes leen esto
a su antojo masoquista).
Para completar,
soy zurdo de nacimiento, y cuando estaba en kínder y me sacaban a la pizarra a
escribir las vocales con una tiza, tenía un gran problema.
Imagínense que
me tocaba escribir de izquierda a derecha (como todos lo hacemos), pero mientras
yo lo hacía, iba borrando con mi antebrazo lo escrito. Así que cuando ya
acababa con la ‘u’, las otras cuatro vocales estaban tatuadas con tiza en mi
brazo, y en el tablero no había nada. Las risas de los compañeritos de clase no
se dejaban esperar, incluso las de la mujer que me enseñaba, y de la quien jamás
olvidaré sus carcajadas llenas de burla y babas chorreando por su mentón.
Pensando que esto
pasaría exactamente en mi cuaderno, comencé entonces a escribir de derecha a
izquierda, algo como (amim em ámam im). ¿Entendieron?
Creo que escribí
así por tanto tiempo que incluso hoy en día, cuando leo lo que escribo
diariamente en mis cuadernos (porque tomo notas de mis ideas y locuras
diversas), puedo encontrar frases escritas de derecha a izquierda, y no me doy
cuenta del momento en que las escribí.
Por otro lado, y
para agregarle más leña al fuego, desde pequeño me he sentido incómodo hablando
ante multitudes. Lo peor de todo es que debido a mi trabajo, es constante este
accionar que no me gusta. Por ejemplo, cuando hablo del libro en lanzamientos y
veo salones abarrotados de personas que van buenamente a apoyarme, me entra un
nerviosismo que hoy ya he aprendido a manejar de manera decente, y aunque el
sentimiento es el mismo, por lo menos muchos no lo llegan a notar.
Ahora bien, ¿a
qué viene toda esta retahíla que estoy escribiendo?
No hace mucho
tiempo, hablé con un médico amigo sobre mi comportamiento común para mí, pero
diferente para la mayoría, y me sugirió que visitara un neurólogo porque veía
en mí, rasgos de autismo.
Reí y pensé:
(Claro, eso lo explica todo). Le pregunté a mi amigo especialista que si era
relevante darme cuenta a los 38 años de mi vida si tengo o no autismo, ya que
realmente no sentía que tener una detección de este trastorno neurológico fuera
a cambiar lo que ya es parte de mí.
Ante la
insistencia de mi amigo, accedí a visitar al especialista quien tras varios
exámenes dio su veredicto:
-Tenés ‘Asperger’-,
me dijo con seriedad, como si fuese una enfermedad terminal que me mataría en
las próximas horas.
-Valiente
pendejada-, pensé de nuevo, asumiendo de manera oficial lo que ya todos sabíamos.
-Ahora encima
del asma, mi delirio de persecución, la miopía, mis alergias, el insomnio
atormentador, y mi dolor de pantorrillas severo, también tengo asperger-, le
conté a mi madre por teléfono, mientras ella se preocupaba, y me hacía la
pregunta normal que haría cada madre:
-¿Todavía no
podés dormir?-
El hecho es de
que con asperger o sin él, mi vida sigue su rumbo, y no voy a justificar mis
errores o fracasos en dictámenes que pueden estar tan equivocados como este
blog.
No hay comentarios:
Publicar un comentario