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domingo, 3 de junio de 2018

¿Dónde está mi nariz?

Y de nuevo me doy cuenta que algunos de mis sentidos funcionan a medias, especialmente cuando la oscuridad se apodera de mi habitación, y al tratar de rascarme la nariz no logro hacer contacto directo con ella en el primer intento. Mi locomoción tampoco es la mejor de todas, nunca lo ha sido, pero aun así me he dado mis mañas para lograr minimizar los accidentes ocasionados por mi torpeza constante. Ahora, lo único que debo hacer es tratar de enfocarme un poco más cuando realizo tareas manuales, y de esa manera prevengo las futuras situaciones anómalas a las que estoy mal acostumbrado.

Mi oído tampoco es comparable al de los perros. Trabajé tanto tiempo en bares con decibeles tan altos, que creo que perdí una buena capacidad de percepción del sonido. Mis ojos ya operados una vez, han regresado a un estado de miopía no atractiva, y sin mis antiparras es poco lo que puedo ver. Pero sin ánimo de ufanarme, puedo decir que ese sexto sentido no oficial del que muchos hablan, es el más desarrollado que tengo. Quizá es una forma de balance universal, o un regalo hereditario de mi tía Cielo, de quien dice la leyenda, tenía capacidades extrasensoriales de las que muchos se beneficiaban (menos ella).
Son esas corazonadas que dan más abajo del pecho, mal llamémoslas entonces “estomagadas”, pues es allí donde se origina la sensación de alerta que me embarga con frecuencia, y la que he aprendido a vigilar de cerca. 

Los domingos —después de las 4 pm—, tienden a teñirsen de melancolía e incertidumbre, es como si un velo empolvado se posara en mis ojos y me empañaran a medias la vida; siempre han sido iguales. Puedo afirmar que son incluso peores que los lunes, pues traen consigo un oleaje de presión por la semana que se avecina, como si hubieras quedado mal herido antes de comenzar la batalla. Y mientras más se acerca la noche, el sentimiento de malestar se hace más grande, logrando que el segundero gire con sevicia emitiendo sonidos de burla en mi contra. Pero el de hoy fue un domingo diferente, porque como dice una canción lejana, encontré en una caja musical “mi mágico aposento, mi pequeño castillo”. Y allí entró en juego el sexto sentido, el de la percepción inesperada, esa que ataca por sorpresa pero que no te sorprende con el resultado. 

Durante gran parte de mis cuatro décadas me vi abocado a hacer juicios de valores sobre mi accionar, mis decisiones, incluso mis pensamientos; y comprendí un poco tarde que limitar muchas de ellas entre bien y mal, entre lo indicado o lo erróneo, solamente coartaba mi libertad. Aprendí a darme la oportunidad de sentir más allá de los cánones sociales estipulados, a pensar sin puertas en la cabeza, a abrir la mente ante diferentes situaciones atípicas,  a crear a pesar de ser juzgado, a otorgar el beneficio de la duda antes de juzgar, a mirar el mundo con doble visión, y a ser el dueño de mis riesgos. 

Tal como lo dice el neurocientífico argentino Facundo Manes, en su libro El cerebro del futuro —libro que recomiendo con ahínco—, “... se ha evidenciado que las emociones enriquecen nuestra vida mental y que estas nos llevan a buscar el placer y evitar el dolor”. 


¿Así que por qué no darnos la oportunidad de sentir más? Les aseguro que el intento vale la pena. Feliz semana para todos.

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