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lunes, 11 de junio de 2018

Carta vieja

Suenan de nuevo las campanas en mi reloj de pared, anunciando una nueva hora de la madrugada. Y los minuteros no detienen su paso acelerado, marchan como si el segundero fuera a quitarles el trabajo, sin darse cuenta (como nos pasa a muchos) que no hay necesidad de correr tan de prisa, al final la pila se acabará y quedarán detenidos en el tiempo por un buen rato.

Destapé una botella de vino tinto chileno que aún tenía desde mi cumpleaños, y brindé, primero por la emisaria que me lo obsequió con inmenso cariño, y luego por el buen momento de soledad y tranquilidad que vivo.

Tranquilidad no quiere decir que todo marche a las mil maravillas, pero sí, que se acepta la vida, y esa aceptación tácita requiere una comunión interna con el lado oscuro de la misma, con aquellos momentos en que las cosas no salen como esperas, con los inesperados momentos que sacuden tu entorno. Siempre hay dos opciones: o sumergirte en el profundo abismo de la tristeza y perderte en ella, o entender que la vida en este mundo es una escuela básica donde crecemos a través de las experiencias.

Y el vino sabe a recuerdo, y las memorias saben a besos, y con los besos llegan los rostros, y las voces de aquellas personas que han tocado mi camino; e intento recordar a algunas de ellas, y lo logro. Y veo en mi imaginario los ojos negros de la musa primera, esa que me hizo llorar tantas veces y escribir canciones, y la que luego lloró también al saber que nuestro camino era diverso, y que siguió su ruta bajo otra estrella, ojalá con más luz. Y agradezco al etéreo por aquellos días de redención infinita, donde hallamos lo que buscábamos. Oh, el primer amor…cómo duele y cómo te marca para siempre. 

Y luego llega a mi mente una imagen risueña que está muy lejos ahora, llena de locura y riesgo, y luego una serena que me enseñó a despojarme de mis sombras. Y luego algunas más que me hacen sonreír; y entre las imágenes se mezcla el rostro de mi bella Matilde, mi madre llena de sinceridad y bondad, la mujer que jamás me ha juzgado, la que siempre escucha mis ideas aunque a veces no las comparta. Y levanto mi copa roja y brindo por ella, y doy gracias por su presencia, por ser la mujer de mi vida.

Soy un ser inconcluso, eso lo tengo claro, pero a pesar de mi inconformidad constante, de mi fe perdida en deidades que ya no conectan conmigo,  de mis altibajos emocionales y de mi melancolía, sé con claridad que lo importante ahora es que estamos aquí. En este mismo segundo más de 7 billones de almas conviven en este planeta con nosotros, en medio del caos, sufriendo hambre, vejaciones, injusticias, y lo único que podemos hacer para mejorar es ser buenos humanos, ayudar a quienes podamos, querer a los animales, a las naturaleza, a quienes están a nuestro lado.

Y el reloj suena de nuevo con 4 campanas suaves, y la calle está vacía, igual que mi botella de vino.


A veces, menos es más, y aquí hubo mucha hojarasca crepitando.

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