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viernes, 18 de diciembre de 2015

El fuego que nos une

El bullicio de la alarma de incendios me despertó de un sobresalto. La aguda sirena llegaba hasta mis oídos con tal contundencia, que inmediatamente me di cuenta que la noche acababa para mí y los demás inquilinos del edificio.

Me tiré de la cama y me puse por instinto un jean roto cualquiera y una camiseta. Luego miré el reloj para constatar que eran recién pasadas las 4 de la madrugada (solo llevaba una hora de sueño).

Entré al baño y oriné con prisa, luego me lavé los dientes al ritmo agónico de la sonora alarma que en su fondo tenía una voz robótica diciendo que por favor bajáramos a la calle.

Somnoliento, mientras me cepillaba las encías, un pensamiento terrorífico se apoderó de mi cabeza.

-Mierda, creo que dejé el horno prendido anoche, y el incendio se ha generado en mi cocina-, deduje con miedo.

Haciendo uso de mis reflejos inexistentes, abrí con prisa la puerta del baño y me dirigí a mi estufa, mientras me preparaba para fundirme en las enormes llamas del infierno dentro de mi propio apartamento.

Tomé un respiro profundo y me dispuse a enfrentar mi macabro desenlace. La suerte estaba echada: moriría envuelto en fuego, emulando la época inquisidora católica donde cientos de miles de mujeres fueron quemadas acusadas de brujería, y yo, con mi nariz de hechicera experimentada, pagaría ahora las consecuencias de una fractura de tabique en mis primeros años de vida.

Afortunadamente, el incendio no provenía de ninguna esquina de mi casa, hecho que me hizo sentir tranquilo, a pesar de que alguna casa contigua estuviese ardiendo. 

Logré ponerme unos tenis cualquiera, mientras las sirenas de bomberos y policías hacían su arribo al lugar de los hechos. Abrí la puerta de mi apartamento ubicado en un quinto piso, y me encontré con otros vecinos saliendo en sus pijamas y con cara de espanto.

-¿Qué está pasando? ¿Qué se ha quemado? ¿Dónde? ¿Quién? ¿Por qué? ¿Cuándo? ¿Heridos? ¿Muertos? ¿Quemados? ¿Elevador o escaleras? ¿Salieron todos? ¿Atrapados?, y miles de preguntas idiotas, eran generadas en el ambiente, por una colectividad llena de pánico y lagañas.

Bajé las escaleras sin ver humo en ninguna parte, luego al llegar a la calle, encontré a varios uniformados entrando a la edificación mientras unos niños lloraban porque su sueño (quizá con hadas, príncipes y súper héroes) había sido interrumpido. Al pensar en esto, recordé que al escuchar la alarma, estaba soñando con una buena taza de café, que había sido interrumpida por culpa de un irresponsable que había olvidado apagar su estufa. 

En menos de cinco minutos, estábamos en la calle más de 100 personas residentes en el edificio, incluso rostros que jamás había visto, y que sé con seguridad tampoco ellos a mí. 

En medio del caos, tuve la perfecta oportunidad para acercarme a muchos vecinos y conocerlos. Mientras esperábamos las noticias de los bomberos, conversamos sobre lo paradójico que resulta vivir todos bajo el mismo techo por años y jamás conocernos. Al cabo de casi una hora, todos fuimos entrando al lobby del edificio, donde los más pequeños dormían de nuevo en las piernas de sus padres. 

Observé con detenimiento un par de piernas donde felizmente  podría dormir placenteramente, y que llevaban puestas una corta pijama blanca que llamaba la atención de todos desde que había hecho su entrada triunfal al pasillo inferior.

No dudo que el fuego (de existir alguno) se hubiese originado justamente en su apartamento, ya que al caminar todavía se podía observar destellos de chispas que salían de sus bronceados muslos.

Agradecí entonces al pirómano que había ocasionado la alarma, ya que gracias a él,  estábamos todos reunidos sin acuerdos previos, viéndonos las caras y las piernas por primera vez.

De un momento a otro, la voz gruesa de un hombre vestido de bombero indicó: 

-Hemos revisado bien y todo se trató de una falsa alarma. Pueden regresar a sus hogares-

Sin saber porqué, manifesté en voz alta las palabras que no debí pronunciar, hecho que frecuentemente me sucede, y que cuando me doy cuenta que no son bien recibidas, ya es muy tarde para verificar mi acción.

-La verdad es que yo prendí la alarma con el fin de conocernos todos espontáneamente. Feliz navidad-. 

Muchas personas no entendieron el chiste y me miraron como queriéndome matar. Para mi suerte, algunos pocos (incluyendo la dueña de las monumentales extremidades), se rieron con sinceridad. El jefe de bomberos que había dado la noticia del retorno a casa, me miró con reproche, por lo que me tocó añadir: 
-Solo bromeaba-, intentando que me perdonaran la vida y no terminara arrestado por tentativa de desvelo en primer grado, y por jaqueca agravada y caras de zombie de todos al día siguiente.

Subí entonces por las escaleras a mi quinto piso, evitando esperar a que uno de los 4 elevadores se desocupara, pues el flujo de pasajeros era evidente.

Al arribar a mi destino me despedí de otros vecinos que entraban a sus apartamentos, deseándoles que durmieran bien, y recordándoles apagar las estufas.

Entré a mi hogar, preparé café, me deshice de mi ropa y me lancé en picada a mi cama caliente, esperando que el único fuego que me despierte provenga de otra parte diferente al de una alarma ruidosa y llena de mentiras.



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