Salgo del
parqueadero de mi edificio en mi carro, al momento en que uno de los muchos
vecinos que tengo y desconozco, entra en su auto convertible. Por un segundo
nos detenemos frente a frente y nuestras miradas se cruzan. Le obsequio una
sonrisa de cortesía, y él me la cambia por una mirada de enfado con ceño
fruncido incluido.
Sin saber, ni
importarme el motivo de la mala cara, sigo mi ruta. Justamente en la esquina,
pasa una mujer en una camioneta gigantesca y me corta el camino. Logro
reaccionar con rapidez y evitar un choque inminente. La conductora me mira como
si yo fuera el culpable, y me grita una grosería que me llega directamente al
oído izquierdo. Luego acelera y se pierde a la distancia, dejándome ver uno de
sus dedos (artrítico y torcido).
Sigo mi camino y
me detengo en una luz. Junto a mí hay un carro pequeñito que suena como
cafetera oxidada. Miro al dueño del carruaje, y este también me mira y me
sonríe. Una sonrisa también aflora en mi cara, seguida de un saludo cordial.
Minutos después
arribo a mi trabajo. En la entrada del parqueadero hay un lujoso auto deportivo
obstaculizando el paso. Espero con paciencia a que el conductor se mueva y me deje
continuar, pero este sigue charlando con alguien y parece no importarle la
suerte de los que venimos atrás.
Después de casi
un minuto, decido que es más sutil subir la luz alta que pitar. Al ver que el
hombre no se mueve hacia un lado para que yo pase, pito con suavidad.
Inmediatamente se baja de su hermoso carro y me dice en inglés ¿cuál es tu
problema amigo?
Le explico que
necesito pasar y que he estado esperando por dos minutos a que se mueva.
Como si yo fuera
culpable de un delito, el individuo se despide de sus interlocutores y avanza,
mientras ellos me dan una mirada de descontento y hablan entre ellos de lo rudo
que he sido. Pienso por un segundo en decirles que llevamos esperando mucho
rato a que su amigo se mueva, pero decido no botar mis frases al aire, porque
estoy seguro que ellos no quieren escucharlas. Logro aparcar el auto en un
rincón cualquiera y camino hacia el elevador, y en ese momento escucho el pito
repetitivo de otro auto detrás de mí. Giro mi enorme cabeza y veo a una mujer
que me indica que se ha caído algo.
La miro y le doy
las gracias, mientras busco mis gafas en el piso. La señora que conduce un Toyota
parecido al mío, espera a que me ponga en pie y me desea un buen día.
Ignoro el por
qué, pero la mayoría de las ocasiones que veo a alguien manejando un auto
lujoso, por alguna razón o ley universal desconocida, esta persona tiende a
tener un comportamiento inaceptable, como si fueran más que otros porque
manejan un carro más costoso. No quiero generalizar, pero es normal ver a
sujetos tras volantes de Ferraris, Maseratis, incluso BMW’s y Mercedes, que
adoptan actitudes incomprensibles mientras manejan.
Es como si la
marca del auto la llevaran en su cara o en su accionar. Es más fácil ver al
dueño de un auto de lujo acelerar y volarse un semáforo en rojo (mientras nos
hacen escuchar a todos los transeúntes su música preferida), que ver al dueño de
un Hyundai, un Nissan o un Chevrolet, con cara de villano y pensando que son
más importantes que los demás.
¿Será que es
requisito al manejar un coche de lujo, llevar cara de amargado o actitud de
hijo de puta?
Quizás sí,
habría que leer las instrucciones del auto.
Por ahora te
pregunto ¿de qué marca es tu cara?
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