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sábado, 14 de marzo de 2015

Orgulloso de mi burro

Tengo un carrito viejo estacionado al frente de mi edificio. Su pintura se ha caído con el paso de las lunas, y el óxido de la vida ha carcomido parte de su cuerpo. Cuando va en carretera suena como una cafetera en ebullición, llamando la atención de todos cuantos tienen el privilegio de ver su sonoro pero gallardo andar. 

Aunque su exterior carece de la belleza que poseen otros vehículos cercanos, la mayoría de sus órganos internos están intactos y funcionan como nuevos. 

Con fuerza y potencia trabaja su cerebro, y pocos imaginarían que aquel espécimen de apariencia añeja, lleva en su interior una tropa de caballos de paso, que lo motivan a seguir, a pesar de las miradas de desprecio que recibe continuamente. Claro está decir que entre todos esos caballos se ha colado un burro caribeño, el mismo que genera un quejido constante y molesto para todos.

Debido a la carencia de ejercicio (casi no lo muevo), el carro se ha llenado de fango, caca de pájaros, y estoy seguro que unos cuantos perros visualizan en una de las llantas la figura de un chamizo, pues siempre que salgo de mi residencia, encuentro a un cuadrúpedo orinando en él.

El jueves decidí que mi cacharrito merecía un mejor trato, y fue por eso que lo quise llevar a lavar; pero cuando me acerqué a él, me di cuenta que sus llantas estaban faltas de aire, y que además estaba sediento, pues la gasolina que llevaba en su tanque, a duras penas movía la flecha indicadora en el tablero principal.

Prendí el motor, e inmediatamente los caballos y el burro me saludaron con displicencia y me reclamaron el olvido y abandono en el que los tengo sumergidos. Les expliqué que he estado ocupado, y que uso otro carrito sin burro, que aunque no es un lujo con ruedas, si me brinda mayor confianza a la hora de trasladarme, además no emana el ruido agónico que llama la atención y los comentarios de ciertos mortales.

Me perdonaron a cambio de que hiciera algo por ellos, y comprometido con mis ejemplares equinos, salimos juntos rumbo a una gasolinera cercana donde inflaría nuevamente sus cascos, y verificaría que ninguna de sus herraduras tuviese un clavo.

Pero la tarea no era nada fácil. Al llegar a la estación de aire, intenté sacar los tapitas negras que cubren las válvulas del neumático, pero solo tuve suerte con dos de ellas, ya que las traseras estaban pegadas. Haciendo un esfuerzo monumental, me tiré al pavimento caliente para buscar una posición cómoda que me permitiera maniobrar mi cometido. 

El sol del mediodía obstaculizaba mi tarea. El sudor de mi frente caía al piso hirviendo, no sin antes pasar por mis ojos y crearme un ardor del carajo. El burro se reía de mi faena inconclusa, pero yo no iba a rendirme ante dos tapas más pequeñas que la uña de mi meñique.

Saqué del baúl la herramienta que allí dormía, y con un alicate logré por fin abrir las válvulas. Aunque deshidrato por la fiereza del astro rey, una felicidad embargó mi primer triunfo. Luego me dispuse a activar la máquina del aire, pero me di cuenta que esta carecía del medidor de presión que me guiaría. 

Maldije con rabia la risa del burro, pero ya había comenzado mi batalla y no suelo rendirme ante las adversidades. Sudando la camiseta como futbolista en final de copa, entré a la estación de gasolina. La huella de mis manos sucias quedaron impregnadas en la manilla de la puerta de vidrio de aquel lugar. Mi cara engrasada y mojada me daba una apariencia de mecánico frustrado.

El hombre que trabajaba allí, me prestó el medidor de presión en un acto compasivo, indicándome cómo usarlo. Quizás sospechó correctamente que no sabría cómo hacerlo. Le agradecí, compré una botella con agua, y de nuevo salí a terminar mi labor.

Tirado en el piso, me di cuenta que la mayoría de autos que allí arribaban tenían marcas lujosas, y eran conducidos por ejecutivos que trabajan en la zona empresarial donde resido. Muchas personas se bajaron de sus elegantes carros para echar gasolina, y al verme en el suelo, sucio, con un auto sin presencia, noté que algunos de ellos hacían gestos negativos con sus bocas y cejas.

El problema es que en la zona donde vivo, muchos aparentan ser de mejor familia. Sin importar la posición económica que alguien tenga, considero que no se puede demerita a los demás, pero lamentablemente la realidad es otra.

De un momento a otro, una camioneta se posó a mi lado. De ella bajó una mujer joven que vestía un elegante sastre. El sudor en mis pupilas no me permitieron verla muy bien, además, estaba pendiente de echar la cantidad justa de aire en mis neumáticos.

La fémina caminó junto a mí, y se tropezó con mi botella de agua y mis herramientas regadas en el piso. Luego me lanzó una mirada de reproche, y con un tono de regaño se quejó por mi reguero.

Le pedí disculpas, pero al observarme tan puerco y sudoroso, me hizo un nuevo gesto de asco y se dirigió a la tienda caminando como modelo en pasarela.

Observé sus bellas curvas al compas del movimiento de su falda larga y estrecha, y su cara de rabia al tocar la manilla engrasada que minutos antes yo había dejado como recuerdo imborrable. 

Asumiendo que yo era el culpable, la enfadada (que se me hacía conocida) me miró una vez más, murmurando un insulto que entendí perfectamente. Sus ojos en llamas (por la ira y no por la pasión) se chocaron con los míos, y sonriente le lancé un besito en el aire que rozó sus sesos y pintó su cara de matices diferentes.

Me reí de la reacción extralimitada de aquella joven, y pensé que si en vez de mi carrito viejo, sucio y oxidado, estuviera en un BMW como el de ella, el besito hubiera sido bien recibido.

Y es que muchos te valoran por lo que tienes, por la fantasía irreal que perciben, por el estatus financiero que alcanzas, por la marca de la ropa que llevas, por la fama y poder que presumes, y por otras tantas visiones erradas que hacen de nuestras sociedades lugares aberrantes y desolados.

Minutos más tarde, las llantas de mi vehículo sonreían agradecidas. Ahora se veían gallardas, infladas, con un donaire de superioridad que me recordó a la dama camaleónica. Llené también el tanque de la gasolina, provocando que el rebuznar del burro fuera menos notorio y sonoro.

Después lo llevé a lavar y brillar, y una vez estuvo mejor presentado, pegué en el vidrio de atrás un letrero de venta.
Un día más tarde, al entrar al edificio donde está mi oficina, una gran sorpresa me llevé, la ver a la misma mujer conversando con un amigo que trabaja cerca a mi oficina.

Me acerqué a ellos, saludé a mi amigo, y este me presentó a su compañía. 

La mujer me miró con detenimiento. con cara de confusión me dijo que era periodista acabada de llegar de Venezuela, y que estaba buscando trabajo en los medios de comunicación, y por eso había decidido ir a CNN, lugar donde trabajo.

Mientras hablaba sobre su experiencia, me miraba con detenimiento, pensando quizás que me parecía al idiota que engrasó sus manos delicadas y bien cuidadas, y encima le lanzó un beso sucio que impactó en sus mejillas llenas de base y quién sabe cuánto maquillaje más.

Le di una tarjeta y le dije que me mandara su currículo, luego me despedí de ambos, caminé hacia el elevador, y antes de entrar en él la miré de nuevo. Ella también me estaba mirando como pensando: 

-¿Será el dueño el burro?-


Luego le lancé un beso en el aire y entré al ascensor pensando que una cosa piensa el burro y otra… (La idea es esa).

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