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martes, 10 de marzo de 2015

La mujer que divaga por los pasillos

Estoy cansado de que uno de los porteros de mi edificio sea tan entrometido y quiera saber cada uno de mis movimientos, y seguramente el de otros residentes.

-Llegó muy tarde anoche. Y eso, ¿en dónde se le perdió la cama?-, o -¿Va a salir a esta hora?, o ¿Y esa también es su prima?, o -Pensé que se había muerto, llevaba 3 días sin salir de su apartamento-, y en fin, cada frase fuera de lugar, a las que me limito a brindarles una sonrisa irónica sin palabras de por medio.

El hombre permanece atento a cada movimiento de los vecinos, y no dudo que conozca nuestras vidas mejor que nosotros mismos. 

Pensé en un determinado momento en decirle algo, pero no vale la pena alegar con aquel hombre, ya que en el fondo siento que es un tipo bueno, noble, siempre dispuesto a ayudar a todos, y sobre todo muy curioso. No niego que a veces quiero mandarlo a la mierda y decirle que no se meta en lo que no le importa, pero me controlo para no ser grosero, y de nuevo le lanzo una sonrisa sin palabras dejándolo insatisfecho y sin respuestas a su sed de conocimiento ajeno. 

Esta noche al llegar a casa, pude observar al sujeto sentado en su escritorio. Sin planearlo mucho intenté jugarle una broma.

Abrí la puerta del edificio y fingí que alguien inexistente estaba saliendo. Sostuve entonces la puerta para que la invisible persona saliera por la puerta, y ante la mirada incrédula del ‘metido’, dije en voz alta mirando a mi amiga imaginaria:

-Hasta luego, que pase una buena noche-, mientras giraba mi cabeza hacia mi creación que en ese momento abandonaba el inmueble. Luego me volteé hacia aquel hombre y le dije:

-Qué mujer tan hermosa esa-, sin dejar que el sujeto pudiera modular palabra alguna, tomé mi celular y nuevamente fingí una llamada, al momento en que el ascensor se abría y yo subía en él muriéndome de la risa internamente.

La cara de aquel hombre merecía ser fotografiada. Su boca abierta y sus cejas arqueadas en señal de inconformismo provocaban en mí cosquillas que no podía expresar. 

Antes de que la puerta del elevador se cerrara, el hombre metió su mano y me dijo:

-Señor Héctor: ¿A quién vio saliendo del edificio?-

En aquel momento tuve que tomar una decisión rápida. Era seguir con la patraña y decirle que una mujer había abandonado la edificación, o tirar la broma por la borda, y confesarle que era todo una pantomima para joderle la vida un rato. 

Lógicamente escogí la primer opción. 

La cara pálida del portero me causó nerviosismo. 

-Yo no vi a nadie salir-, me dijo con convencimiento absoluto, pero ya la puerta del ascensor volvía a cerrarse y solamente alcancé a decirle:

-Hasta mañana Miguel. Descansa-

Una vez en mi apartamento, tomé una ducha caliente y comencé a pensar en la broma de mal gusto que le había jugado al metido sujeto. La verdad salió espontáneamente, sin planes o agendas de ningún tipo.

Mientras el agua mojaba mi espalda, analicé que era un ‘hp’, por haberle hecho eso al pobre Miguel, que aunque metidito es un buen tipo, como lo mencioné antes.

-Man, no es justo que ahora el pobre esté muerto de miedo allá abajo, pensando quizá que un espanto ronda por el lobby del edificio-, pensé para mí. 

Recordé también cuando muchos años atrás limpiaba oficinas a las 2 de la mañana en la ciudad de Nueva York, y me dijeron que en una de ellas había un fantasma que deambulaba por los pasillos de aquel edificio viejo. Yo limpiaba ese inmueble lleno de temor, e incluso (debido a la sugestión) logré ver y sentir una presencia extraña que me atormentaba.

Sin pensarlo más, decidí bajar de nuevo para hablar con Miguel y decirle que me disculpara por la broma.

Al llegar allí encontré a Alexander, otro de los porteros, a quien pregunté por mi víctima.

-Miguel tuvo una emergencia y me pidió el favor que lo reemplazara esta noche-, me dijo aquel muchacho, explicándome que lo había visto un poco pálido y nervioso.

Asustado, pedí entonces el teléfono de Miguel, para llamarlo y decirle que todo era una broma idiota proveniente de un idiota bromista.

Miguel se asustó aún más al escuchar mi voz. Le dije que me perdonara, que todo había sido inventado y que no pensé que lo afectaría al punto de irse a casa.

-No señor Héctor, es que usted no ha sido el único que la ha visto. Ya me lo han dicho varios vecinos, e incluso yo la vi una vez en el parqueadero-, indicó el hombre con voz temblorosa, y luego se despidió.

Con sentimiento de culpabilidad, le expliqué a Alexander lo ocurrido, pero este también me dijo que varios residentes del edificio habían visto en muchas ocasiones a una mujer muy bella divagando por varios pisos, y que se perdía al llegar a la pared.

Nuevamente subí a mi apartamento, ahora pensando que me encontraría a la susodicha por cualquier pasillo. Caminé rápidamente hasta mi apartamento y cerré la puerta con doble seguro.

Ahora seguramente al igual que Miguel, pasaré la noche en vela por culpa de una hermosa inexistente.


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