He regresado
hace pocos días a Miami procedente de Buenos Aires, donde pasé casi dos semanas
en una asignación de trabajo. Desde que era muy pequeño quise conocer la
Argentina, un país que sin saber el por qué me resultaba familiar, conocido,
cercano.
Por primera vez
en mis 38 años de edad, tuve la oportunidad de pisar sus calles, de conocer
directamente su gente, de visitar tantos sitios que siempre me llamaron la
atención, de verme cara a cara con amigos (as) que he hecho a través del tiempo
en redes sociales.
Tengo que
confesar que iba precavido con la población de este país, ya que la imagen que
tenía de muchos argentinos en Estados Unidos, no era la mejor; pero en
solamente dos días, mis prevenciones con la gente de allí cambió radicalmente y
me di cuenta que la población es amable, humilde, amigable, servicial y que no
se asemeja a nada con algunos que se creen de mejor familia por el simple hecho
de vivir en el extranjero.
Analizándolo
bien, me doy cuenta que este problema socio cultural no es solo argentino, sino
además colombiano, venezolano, mexicano, y sin equivocarme podría decir
latinoamericano. Pensamos que al salir de nuestro terruño de nacimiento avanzamos
a un estatus social superior, sin darnos cuenta que la vida de inmigrantes es difícil,
sin importar el trabajo que tengamos.
En fin,
volviendo al cuento, me sorprendió agradablemente encontrarme con gente tan
familiar en la calle. Personas que al notar mi acento paisa, se arrimaban a
preguntarme sobre mi país. Desconocidos que no dudaban en detener su paso para
ayudarme con direcciones. Extraños que en un bar y al darse cuenta de que era
extranjero, me invitaban a su mesa para hacerme compañía, y que me acogieron
con extremo cariño.
Y es que siempre
se habla en nuestra región que los argentinos carecen de humildad, pero afirmo
con convicción que esta apreciación es errada.
La Argentina es
un país cultural maravilloso, que emana de sus poros una autenticidad muy
peculiar. Es difícil no notar una capa de melancolía que envuelve sus calles,
sus edificios, su diario vivir; pero es esa nostalgia la que le da ese toque mágico
que me dejó enamorado, y con ganas de regresar.
Después de 4
días en Buenos Aires, ya tenía suficientes amigos para ir de juerga el fin de
semana, y con los nuevos conocidos quedamos en ir a cenar en un restaurante
conocido en una de las zonas más frecuentadas de la ciudad. Abrazos y besos por
doquier fueron parte del ritual de saludo, y luego pedimos botellas de vino
para celebrar la noche de viernes.
Analicé el menú
del restaurante buscando una buena carne. Tras leer varias veces los platillos,
decidí por comerme un ‘bife de chorizo’, pues tenía tanta hambre que en ese
momento una vaca no sería suficiente.
Entre vino,
brindis, historias, risas y acentos diversos, la noche fue abrigándonos y
presagiando las sorpresas que llegaron después.
Por fin la cena
arribó a la mesa, luciendo tan bien como olía. Todos festejamos la llegada de
los platillos, ya que imagino que el hambre era el común denominador del momento.
Todo lucía exquisito,
pero al posar mis ojos en mi plato me di cuenta que algo no estaba bien. ¡Faltaba
el chorizo!
-¿Será que está
dentro de la carne?-, pensé en silencio, mientras esperaba al mesero para
preguntarle por mi carencia.
Mis amigos de
mesa, todos argentinos (as), comenzaron a comer con agrado, y yo decidí
entonces abrir la gruesa carne con un corte horizontal, esperando que quizá el
choricito estuviera adentro, pero no fue así.
En ese momento,
el mesero regresó a la mesa para preguntar si todo estaba bien, y yo, víctima
de la ignorancia, dije en voz alta:
-Disculpa, no
vino el chorizo en mi plato-
Inmediatamente
todos en la mesa soltaron una carcajada larga y pronunciada, que incluso llamó
la atención de otras personas aledañas.
-¿Cuál
chorizo?-, osó en preguntarme el mesero, jugando con mi carencia de recorrido gastronómico
internacional.
-¿No era un bifé
de chorizo?-, pregunté de nuevo, pero esta vez con el volumen de mi voz tan
bajo que dudo alguien me escuchara. Ante el silencio tortuoso del momento,
añadí:
-¿No venía un
chorizo con la carne?
Una vez más las
risas se escucharon en el ambiente. Ahora no solo reían mis amigos, sino el
mesero y los comensales de otras mesas, quienes comenzaban a contarse entre
ellos lo acontecido.
-Mirá ché-, me
dijo uno de mis nuevos amigos. –El bifé de chorizo es solo un corte, no es que
venga con chorizo incluido. Sos un groso y por eso ya te queremos-, añadió,
mientras mi rostro se tornaba rojizo como el chorizo que nunca llegó.
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