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domingo, 7 de enero de 2018

Una nueva etapa.

Estoy cansado de explicarme. No lo haré más, por lo menos por un buen tiempo, y luego, solo a las personas indicadas. No sé por qué algunos quieren esclarecimiento de mis acciones, de mis ideas, de mis palabras, incluso de mis miradas, como si entender a un tipo como yo fuera la gran panacea para lograr el orgasmo cósmico.
Yo no pretendo que me entiendan, de ser así iría a un psicoanalista o a alguien con una profesión similar, pero no es importante en mi momento de vida. Yo solo quiero ser, sin argumentos.
El problema es que los seres humanos pasamos buena parte del tiempo ejercitando acciones para intentar lograr, de alguna forma, pertenecer al grupo que nos rodea, pero ya estoy harto, y ‘ser parte de’ es lo que menos me interesa en este momento.
La individualidad escasea en el mundo de hoy. Encontrar seres que piensen por sí mismos sin importar el comentar ajeno, es complicado. Aun no logramos superar el miedo a quedar solos, a defender nuestras posturas aunque vayan en contravía de los postulados sedentarios impuestos por generaciones, hay un temor latente a crecer con raíces propias. No es fácil abrir los ojos y comprender que cuestionar lo aprendido es relevante para sacar conclusiones personales, para crecer.
Detendré las explicaciones sobre lo que envuelve mi forma de existir; y aunque no hay libertad completa, intentaré alcanzar su sombra, por distante que esté de mis pasos. 
Tampoco quiero escuchar explicaciones ajenas, ni mucho menos justificaciones. El problema es que intentamos figurar con desespero, ser reconocidos, ser bien vistos, admirados, respetados, incluso, adorados. Esos sentimientos magnifican nuestro ego, nos empoderan de una manera errónea. De una u otra forma buscamos relevancia, y no es nuestra culpa. Es la culpa del sistema errado en el que existimos, donde sabemos que entre más importancia tengamos, mayores beneficios adquiriremos. -Premisa cierta en su totalidad-. Y es por ese ciclo vicioso y vacío, que el mundo sigue sumergiéndose en el caos de las clases sociales, de la rivalidad, del clasismo, de la falsedad, de la materialidad y la hipocresía aguda que corta bondades con su filo de doble faz.
Una vez más lo digo, no es nuestra culpa como seres vivos. Todo ha sido manipulado de esta forma para dividirnos como especie, para controlarnos. Dudo que haya una solución integral, dudo que el mundo pueda cambiar con ligereza, dudo que la vida aquí deje de ser injusta. 
Todos queremos figurar. Todos. Ser los mejores en lo que hacemos, estar en el foco de la visualización, ser aplaudidos, aumentar el ego. La explicación es sencilla: sin el ego no somos nada, porque así nos lo han impregnado en el ADN desde que nacemos.
Yo escribo, e inmediatamente subo a mis redes sociales una alerta para que otros me lean. ¿Qué es eso sino ganas de figurar? Me complazco viendo comentarios sobre lo que escribo, me hago pajazos mentales con ideas superfluas que a veces no me aportan nada.
Por eso, a partir de hoy, anunciaré poco mis escritos. La verdad es que me desgasta hablar de lo que escribo, y por esa misma razón es que lo plasmo en hojas, porque prefiero hablar poco.
No quiero decir con esto que ahora soy una persona mejor. No, sigo siendo el mismo ser imperfecto de siempre, el que no cree en dioses ni en cielos, el que ama la soledad y el silencio que emana de la voz de Billie Holiday, el que sin filtros dice lo que piensa, y el que ahora no intentará explicarse más.
Escribir es mi salida, mi desahogo, mi terapia máxima; incluso cuando lo que palpo sobre las hojas blancas no tenga sentido para nadie (lo tiene para mí, y por eso, siempre he escrito para mí). 

Antes lo gritaba a los cuatro vientos, con la sed de ser leído, de que otros carcomieran un pedazo de mis sesos. Ahora, lo hago sabiendo que mis sesos ya están carcomidos y se regeneran con la nostalgia y la algarabía de mis ilusiones oscuras.

El anonimato es imposible, pero mi silencio aducido no.

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