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sábado, 27 de enero de 2018

Para nadie.

¿Y qué es realmente la vida?, se preguntará un hombre cualquiera casi a las 3 de la mañana desde el ocaso de su sábanas mojadas por la sudoración del recuerdo inconcluso.
La vida es, se responderá en silencio mediante palabras escritas, el sinnúmero de melodías arrumadas en su propia mente, aquellas canciones que conllevan las memorias de momentos que ya no sabe si existieron o se los imaginó, el sabor del polvo después de una caída milenaria que quebró sus huesos para siempre, la lágrima sin caer que guarda en su pupila como tesoro enterrado sin mapa.

La verdad es que la vida puede ser solo una mítica excusa para el error, la secuencia de puntos inconclusos plasmados en las membranas ajenas, el precipicio en el que no acabamos de sumergirnos por miedo a ver nuestras propias miserias.


Luego, aquel hombre desvanecido en remotas pesadillas de colores, tiene un momento de lucidez, y bajo la sombra de su propia nada entiende que la vida no se puede definir, mucho menos encasillar en preceptos cósmicos liderados por otros que sumidos en la cruel ignorancia del alma, indican con convicción que poseen una verdad que no tiene bases sólidas.


Y con las campanadas lejanas de un reloj perdido en el ático, se da cuenta que justo a las tres, una ráfaga de viento asecha su piel desnuda para sacudirle las neuronas y abofetear su curiosidad de papel; ya que no vale la pena saber el qué, especialmente cuando no se ha comprendido el para qué.


Menos mal yo no soy ese hombre somnoliento de las tres de la madrugada que con ansiedad desmedida implora por preguntas a sus respuestas mutantes. No quisiera estar en los poros desesperados de aquel desdichado que sin brújula navega por el mar del desencanto, en busca de sus propios ojos.


Para mi infortunio, las ideas de aquel individuo de magnificencia efímera se meten por la ventana de mi edificio y llegan con fuerza, poseyendo a los que con otras dudas amorfas tampoco podemos conciliar el sueño que últimamente es el lujo de los que nada tienen.


Mejor apagaré las velas que me rodean, y entre la calamidad de mis ronquidos graves intentaré resguardarme para que por lo menos, la vida no se defina nunca con palabras.



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