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jueves, 15 de septiembre de 2016

Un buen malentendido

Conduzco mi auto hasta el edificio donde mi esposa tiene su oficina. Ha pasado ya el mediodía e iremos a almorzar.


-Bajo en 5 minutos-, me dice, entonces parqueo como puedo con las luces intermitentes en una zona con exceso de tráfico. De un momento a otro observo que salen del mismo edificio dos hermosas damas que estoy seguro son modelos de alguna firma de ropa interior–son preciosas-. Con mi mirada sigo sus pasos elegantes, sin imaginarme que las diosas caminan en dirección a donde estoy, y se montan en la parte trasera de mi carro.


-Hola-, me dicen con una sonrisa que me derrite.


-Hola-, les contesto nervioso. -¿Les puedo ayudar?-, pregunto, esperando que realmente pueda ayudarlas en cualquier cosa.
-¿Tienes la dirección a la que vamos?-, me dice la rubia de ojos verdes de una manera coqueta y tentadora.


-No tengo idea de qué hablas, y lamento no poderlas llevar a ninguna parte-


-¿Esto es un Uber?-, inquiere la morena voluptuosa, mientras ambas se muestran sorprendidas, aunque no tanto como yo.
-Nope. No es un Uber-.


-Ay corazón, discúlpanos, qué vergüenza-, y sus risas suaves chocan contra las ventanas y se devuelven como ondas rozándome los sentidos.


Luego cruzamos un par de palabras amables, y se despiden risueñas.


En ese momento, observo a mi esposa que sale del edificio y que ha observado a las dos damiselas bajándose de mi carruaje y diciendo adiós con sus manos.
Un frío de muerte me recorre el pellejo. La cara de mi amada ha cambiado. Ahora luce serie y sé que miles de pensamientos rondan su mente al mismo instante.


-¿Y esas quiénes son y de dónde las traías?-
Intento exponerle el malentendido, pero el nerviosismo se apodera de mí como si realmente aquellas dos monumentales chicas fueran mis amantes. Sin entender la razón, una risa malhechora se apodera del momento, y ella me mira mientras sé que duda de mis argumentos.


La verdad es que mi único pecado es no manejar un uber.

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