Despierto. No sé
bien qué hora es, pero percibo que es más tarde que mi hora habitual de
levantarme. Llegué a casa en la madrugada, con un par de tragos de más, oliendo
a cigarrillo y empapado por la noche lluviosa que azotaba la ciudad. Me duché
antes de ir a la cama, me tomé una botella de agua y dormí placenteramente por
horas. Bostezo y miro el reloj.
Luego miro el número telefónico que me ha dejado los mensajes de voz y observo que es ella misma. Decido no escucharlos. Pienso rápidamente en una excusa para decirle. Quizás podría indicar que tuve una emergencia en la oficina, o que no pagué el celular a tiempo y me lo cortaron, o que me di un golpe en la cabeza y caí desmayado en la cocina y recién me despierto con paramédicos alrededor, así no solo evito su enojo si no que gano al mismo tiempo su atención.
Siento que a mis 37 años no debo dar tantas excusas o justificar mis errores, y que no voy a inventar una historieta para limpiar mi incumplimiento.
Analizo sus palabras groseras en el texto, y decido por segunda vez no escuchar sus mensajes de voz.
Luego tomo el celular, abro mi tuiter y el primer mensaje que encuentro me deja sin habla.
Las 11:20 de la mañana
impactan mis ojos lagañosos, y me reincorporo apresuradamente sobre mi cama con
un sentimiento de susto. Inmediatamente tomo el celular y veo que hay dos mensajes
de voz y cinco textos.
Leo los textos
primero. Un frío recorre mi piel al darme cuenta de los mensajes que contienen.
-Te estoy esperando
en casa para que me acompañes al mecánico-, indica el primero
-¿Por qué no me
contestas?-, dice el segundo
-Me prometiste que
me llevarías a recoger el auto. ¿Estás bien?-, argumenta el tercero.
El cuarto es el
que más me asusta. Es una cara de un muñequito pintada de rojo y con una horrible
expresión de enojo y rabia. Tiene la boca encorvada hacia abajo y las cejas
arqueadas en señal de desaprobación.
-Eres un Judas,
contaba contigo-, dice el quinto.
Una gota de sudor
recorre mi rostro en aquel momento de vergüenza, y recuerdo que me comprometí
con una amiga a llevarla a recoger su auto al mecánico a las 8 am (como ya se
habrán enterado).Luego miro el número telefónico que me ha dejado los mensajes de voz y observo que es ella misma. Decido no escucharlos. Pienso rápidamente en una excusa para decirle. Quizás podría indicar que tuve una emergencia en la oficina, o que no pagué el celular a tiempo y me lo cortaron, o que me di un golpe en la cabeza y caí desmayado en la cocina y recién me despierto con paramédicos alrededor, así no solo evito su enojo si no que gano al mismo tiempo su atención.
Siento que a mis 37 años no debo dar tantas excusas o justificar mis errores, y que no voy a inventar una historieta para limpiar mi incumplimiento.
Tomo el celular,
marco su número, pero ella no responde.
Decido entonces
dejarle un mensaje de voz, en el que me disculpo, le digo que olvidé totalmente
mi compromiso, y que si aún estoy a tiempo puedo salir por ella y llevarla a
donde quiera. Pienso en decirle algo acerca de lo de Judas, pero no sé si refería
al bueno o al malo, entonces decido obviar el comentario.Analizo sus palabras groseras en el texto, y decido por segunda vez no escuchar sus mensajes de voz.
Luego tomo el celular, abro mi tuiter y el primer mensaje que encuentro me deja sin habla.
Es alguien que vio
mi entrevista ayer en televisión hablando de mi novela, y que está en
desacuerdo con el libro. El mensaje dice algo así como que soy un irrespetuoso
e ignorante, y para rematar me llama Judas.
-Mierda pero hoy a
todos les dio por nombrar al pobre Judas-, pienso para mí, queriendo creer que
es el día del pobre tipo este que tiene que cargar con un prontuario infinito, y
al que en el fondo le tengo lástima y quizás hasta entienda. (Soy tan
imperfecto como él).
Sigo leyendo otros
mensajes del mismo tipo, en los que lanza varios ataques contra mi libro.
Analizo un poco la situación y decido no contestarle.
Voy a la
cocina, preparo un café, y me siento en mi terraza a contemplar el paisaje
nublado que cubre los edificios de Miami. Mientras saboreo mi amarga y dulce
bebida, siento remordimiento por no haber ayudado a mi amiga, aunque siento que
no es justo que me llame traicionero, ya que siempre que ha necesitado una mano
ha tenido mi izquierda a su lado. Igual entiendo su descontento, y seguramente
me escribirá muy pronto diciéndome que se extralimitó con su comparación bíblica.
Respecto al inquisidor de las redes sociales pienso que me importa poco o nada
lo que diga, y que me he recubierto con una piel metálica ante el título que
asumí conscientemente para mi novela ‘La iglesia del diablo’. No es la primera
vez que me critican la obra, ni será la última, como tampoco será la última vez
que me dirán Judas.
Analizo un poco la
historia, la traición, la avaricia, la culpa, el odio, y vuelvo a sentirme mal
por el pobre Judas quien supuestamente terminó colgado de un árbol ante el remordimiento
por sus acciones equívocas. Al final creo que no era tan malo, de lo contrario
se hubiera gastado las monedas, y le hubiese importado un reverendo comino lo
que hizo. Pienso que si el cielo existe Judas seguramente estará allí, pues
cumplió con su misión. Si no hubiera sido él, sería Pedro, Pablo o cualquier
otro pescador que hubiera terminado injustamente odiado por generaciones y al
que la historia macabra marcaría como un traidor inhumano.
Pobre Judas. Y
pobre de mi cabeza adolorida por la trasnochada musical.
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